SOÑAR ES PARA NIÑOS

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El perro estaba indefenso. Tenía las piernas rotas, un ojo bañado en sangre y el aliento con olor a carne y putrefacción. De sus fosas nasales se exhalaba un aire nervioso y sus leves gemidos evidenciaban su dolor y terror. A su lado descansaba los pocos restos que quedaban de una habitante más del yermo, quizás una fugitiva de Los Sucios, o tal vez un miembro de otra banda de carroñeros. No tenía más de doce años, se encontraba muy maltratada y estaba muy lejos del harem del líder de cualquier facción...

Sí, habían intentado escapar. Por ello, pagaron el precio.

Seguramente les habían atacado las bestias del yermo. O tal vez, los Adultos, quienes eran seres que al llegar a la mayoría de edad, se convertían en criaturas salvajes que no reconocían a amigo de enemigo, y quienes atacaban en grupo, sin vida entre sus ojos y con un hambre voraz y eterna que estaba condenada a no ser nunca saciada. Eso si no los habían asaltado los mutantes... En cuyo caso la muchacha había tenido la suerte de no ser secuestrada, esclavizada y destinada a realizar actos atroces: el futuro que le esperaba a aquellos que decidían optar por la huida.

Con apenas diez años, a Zack todavía no había llegado a la edad en la que el cuerpo de una chica pudiera interesarle más allá de conseguir alimento. Era uno de los muchos miembros de Los Sucios, y sabía que su deber era rematar al perro y llevarle los dos cadáveres a Sangre, líder de la banda...

No, eso era incorrecto, pues era más que un líder: era un padre, un visionario, un salvador...

Esa era la verdad con la que había crecido. La única en la que creía y aquella de la que jamás renegaría: la idea de que Los Sucios eran su familia y que en nadie más podía confiar, de que Sangre era el único guía al que debía seguir, complacer y amar. Y que cuando alcanzara la mayoría de edad y estuviese a punto de sufrir esa extraña transformación que lo llevaría al descenso de su locura, sería su labor la de otorgar su mando a alguno de sus miles de vástagos y entregarse al exilio en medio del yermo.

Sin embargo, sí estaba interesado en el perro. Hacía meses había cometido un pecado indecible: ocultó información a Sangre. Encontró un libro de dibujos muy divertido protagonizado por un muchacho, su perro y sus particulares amigos. Sabía que el precio de semejante acción era la muerte, pero no podía evitar ser él, no podía evitar aspirar a más...

Esforzándose mucho, y muy a pesar de que no sabía leer, consiguió sonsacarle el título a alguno de sus compañeros: la historia se llamaba Peanuts, el perro respondía al nombre de Snoopy y el chico que lo cuidaba era un pobre muchacho anterior a la Guerra de la Gran Detonación que se encargaba de cuidarlo, quería ser el ganador de un extraño juego llamado «béisbol» y deseaba hacer volar una cosa que llamaba «cometa». Le llamaban Charlie Brown y el pobre era infeliz. Después, no pudo averiguar más, porque si lo hacía podían sospechar de él. A pesar de todo sabía que algún día le descubrirían y sería castigado.

Por un instante deseó poder tener al perro. Salvarlo de su miseria, llamarlo Snoopy y hacer que se convirtiera en su amigo.

«Le curaría las patas, podría convencer a Sangre de que me dejara cuidarlo —discurría—. Sería perfecto: un animal con el que poder jugar, disfrutar, querer... ¡Un amigo único y especial!»

Sí, podría ayudarles incluso. Sería perfecto para cazar las presas más difíciles, avisarles de las llegadas de otros carroñeros que querrían robarles y devorarles... O peor, de los ataques Adultos o de los mutantes...

Luego, la realidad le golpeó en la cara:

«Nunca querrá que lo traiga vivo. Si lo hago, habré dudado de sus órdenes. Entonces, me preguntará de dónde saqué la idea y me matará por haberle ocultado información. Lo único que puedo conseguir con esto es una muerte horrible...» —pensó.

Aunque también podía escapar, ¿verdad?

¡Sí, curar al perro y huir lejos! ¡Dejarse llevar por la aventura y ser un superviviente más del yermo! ¡Tener un único amigo antes de dejarse consumir por la verdad, la vergüenza y la muerte inminente causada por su curiosidad!

Sólo tuvo que echar un vistazo a la niña para abandonar toda posible idea...

Viendo el rostro patético y lastimoso del perro, le vinieron escenas mágicas: su vida imaginada cuidando al animal, jugando al béisbol como Charlie Brown, llevando una cometa, disfrutando... Imágenes de un mundo que nunca había conocido y que siempre le estaría vedado.

En silencio, extrajo su llave inglesa. Sabía que lo que tenía que hacer sería desagradable. No era la primera vez que partía un cráneo, ni posiblemente fuera la última en que lo haría. Pero por una vez en su vida sintió un dolor en un cuerpo ajeno que casi tomó como propio. Zack derramó una lágrima al escuchar los quejidos incesantes del perro...

—Lo siento mucho, amigo mío...

Antes de descargar su último golpe pensó:

«Soñar es para niños... Y en este mundo, ya no existen».

SOÑAR ES PARA NIÑOSWhere stories live. Discover now