Parte 1

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El 7 de abril de 1940 el sargento Francisco Núñez Crespo y el cabo Antonio Fuertes Méndez entregaron su informe en el Cuartel General de la Guardia Civil de Pontevedra. Dicho informe relata los misteriosos sucesos acontecidos en la Sierra de Ancares, territorio fronterizo entre Galicia, Castilla y León y Asturias: una parte relativamente inexplorada y aislada del resto de España. Su misión era la búsqueda, localización y posible exterminio de los maquis ocultos en las montañas y que todavía resistían el gobierno de «el Generalísimo». Lo que esos dos hombres encontraron allí, sin embargo, nada tuvo que ver con la caza de guerrilla antifranquista; lo que descubrieron fue una aldea escondida entre montañas. Según describe el informe:

«(...) la aldea estaba completamente desolada. Tras inspeccionar todas las casas confirmamos que no estaba poblada, a pesar de que no había polvo acumulado en el mobiliario de las viviendas. Se puede declarar que los aldeanos desaparecieron pocos días -quizás horas- antes de nuestra llegada al lugar».

La parte del archivo que continúa cambia repentinamente y presenta fallos en la presentación y coherencia, pero deja claro de que los guardias civiles sacaron de una cueva a un infante recién nacido que más tarde fue entregado en adopción a un orfanato. Aunque no consta en el informe, el sargento Núñez dejó constancia de que el niño «(...) tenía un aura malévola y terrorífica» y que «(...) a pesar de que para un bebé no debería de ser posible hacer algo así... ese ser tenía una afilada y perturbadora sonrisa clavada en la cara».

A los pocos días de los acontecimientos, el sargento Francisco Núñez empezó a tener horribles pesadillas. Con el tiempo su salud mental fue degenerando: comenzó a tener alucinaciones; visiones de un futuro terrorífico y horrible, totalmente desesperanzador. No dejaba de gritar que «Ellos» arrasarían la tierra, aniquilarían a todo ser vivo y que reclamarían lo que era suyo desde antes de que el raciocinio existiese. Pocos días antes de su muerte no hacía más que gritar «¡El hombre torturado de la cueva!» «¡Fue él! ¡Él nos ha condenado a todos!» una y otra vez, durante tres días... y finalmente, el 22 de junio de 1944, atormentado y consumido completamente por la locura, decidió ponerle fin a su vida pegándose un tiro en la sien.


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