Prólogo

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Era un día cualquiera, los estudiantes se lanzaban papeles, otros usaban cuidadosamente sus teléfonos celulares escondidos en sus pupitres, y como era de esperarse, pocos prestaban verdadera atención a la clase de Matemáticas.

— El lado más grande recibe el nombre de hipotenusa, los otros dos lados se llaman catetos.... —explicaba el profesor Griffin, haciendo todo el esfuerzo posible para que su voz se escuchara entre los parloteos de los estudiantes.

Mientras tanto, Amy escribía sus apuntes con más rapidez de costumbre, seguramente porque el Teorema de Pitágoras era su tema favorito y a la vez el contenido más corto de ese año escolar.

— ¡Bien! — gritó enojado Griffin mientras acomodaba sus grandes anteojos y acto seguido, cerró bruscamente el viejo libro entre sus manos — Eso es todo por hoy.

Todo el salón sonrió al escuchar que había terminado esa clase; y por primera vez en el día, se escuchó silencio silencio en el lugar, seguramente porque estaban concentrados en recoger sus cosas.

— Y recuerden, en la próxima clase tendremos una evaluación.

— ¿Qué?

— No es justo.

Esos y otros quejidos más comenzaron a resonar en el aula de clases logrando que el profesor Griffin sonriera triunfante. A pesar de que Griffin no era amante del bullicio, le encantaba recordar que era él quien estaba “al mando”

— Estos chicos definitivamente no conocen el silencio — murmuró para si mismo mientras tomaba su maletín y salía así del aula de clases.

Por otra parte, Amy acababa de guardar sus cosas; y se encontraba caminando en dirección del pupitre de su mejor y única amiga, Laura.

— Bien, ¿todo listo para la operación de hoy? — preguntó Laura mientras se colocaba de pie con su mochila turquesa colgando en su hombro derecho.

— Sobre eso quería hablar — dijo Amy apenada, logrando hacer fruncir el ceño de su amiga.

— No me digas que te has arrepentido.

— ¡No! — respondió de forma inmediata mientras aferraba con fuerza la agenda de corazones hacia su pecho — la venganza contra Muller ya es un hecho.

Colocó con brusquedad la libreta en la mesa, y dio una mirada rápida en el lugar para ver quienes aun permanecían en el salón: un chico friki, una rubia que claramente robaba el WiFi del instituto, y otro chico más que dormía sobre su pupitre.

— Pero deberá ser efectuada mañana — comenzó a hablar entre susurros, no podía permitir que descubrieran haciendo una broma, a la alumna estrella -o por lo menos así le decían- del instituto — en este momento estoy un poco ocupada.

Laura rodó los ojos — ¿Porque no me sorprende eso viniendo de ti, Wood? — preguntó sonriente mientras negaba repetidamente con la cabeza en un acto de diversión.

— Lo sé soy un amor — contestó Amy burlonamente mientras caminaba a la puerta e hizo con sus manos la forma de un corazón — Lau, te veo mañana

Salió rápidamente del salón, y subió corriendo las escaleras. La castaña debía devolver unos libros a la biblioteca y si tenía suerte, llegaría a tiempo al almuerzo de negocios y evitaría así, un gran sermón de parte de su madre.

Abrió entre jadeos la puerta de la biblioteca y se adentro en ella, al mismo tiempo que se quitaba la mochila. Una vez en la recepción sacó los libros con rapidez y los colocó en el gran mesón.

— ¿Nombre?

— Amy Wood.

La bibliotecaria tecleó en la computadora y Amy comenzó a desesperarse por su lentitud. Sin darse cuenta, había comenzado a revisar su reloj de muñeca cada cuatro segundos.

— Aquí está tu carnet — la bibliotecaria extendió su mano con la identificación en ella y Amy lo tomó de forma desesperada. Dio las gracias torpemente y corrió de nuevo abajo para ir al estacionamiento.

Recorrió con la mirada el lugar, en busca de su auto; y lo consiguió entre el de la profesora de biología y el de física. Sin duda alguna, la chica agradecía ser la alumna preferida entre los profesores.

— 15 minutos — exclamó en voz alta luego de ver la hora en su reloj de muñeca. Quedaba suficiente tiempo como para llegar a su casa e incluso comprar un batido en el camino.

Puso el auto en marcha y al detenerse en un semáforo, buscó su bolso para asegurarse que había guardado todo en él, era una vieja costumbre que tenía.

— No puede ser.

Revisó de nuevo entre sus cosas y vació el morral en el asiento de copiloto buscando su pequeña agenda de apuntes, pero esta no estaba.

— Diablos.

Volvió en sí al escuchar las ruidosas cornetas de los autos detrás del suyo, para  así darse cuenta que el semáforo había cambiado de color; por lo que aceleró el auto y en cuanto pudo, dio la vuelta en “U” para regresar al instituto.

Corrió por los pasillos -una vez más- ganándose miradas curiosas de los estudiantes que todavía tenían clases. Abrió de golpe la puerta del salón de matemáticas y al encender la luz, agradeció mentalmente a que la libreta seguía en su pupitre. Lo que ella no sabía, es que otra persona también estaba en el aula y se había escondido detrás del escritorio.

— Por un momento creí que perdería mis apuntes — dijo para si misma mientras la otra persona le miraba desde su escondite.

Su pulso volvió a la normalidad y todo rastro de preocupación se esfumó; incluso la castaña había olvidado que iba tarde al almuerzo de su madre.

Volvió a su auto y encendió la radio para relajarse un poco escuchando música, llamando así, la atención de otros conductores. La chica ignoró aquellas miradas curiosas y siguió cantando básicamente a gritos mientras conducía el auto, esto lo hacía para terminar de calmarse por completo.

Llegó a su casa y bajó del auto; la primera persona con quien se encontró fue su hermano quien le miraba con una mezcla de lástima y compasión; Amy no entendió su expresión hasta que vio la mirada amenazadora de su madre y fue cuando se dio cuenta, que había llegado tarde al almuerzo.

Decidió irse a su habitación para no terminar de dañar el almuerzo de negocios de su madre, y subió las escaleras para enfocarse en estudiar el teorema de Pitágoras, la chica estaba segura que sacaría un 10 perfecto ya que sus apuntes estaban escritos con perfección; incluso había escrito posibles preguntas que quizás saldrían en el examen; no podía estar mejor anotado.

Dio un largo suspiro y se lanzó a su cama con el cuaderno en una mano; acomodó la almohada bajo su nuca y abrió el cuaderno dispuesta a comenzar a estudiar. Más se llevó una sorpresa cuando no encontró el título de “Teorema de Pitágoras” subrayado en rotulador azul; sino que podía observarse la clara evidencia de que la hoja había sido arrancada.

«¿Pero qué...?» no terminó su pregunta mental cuando se encontró gritando histérica en su habitación, en ese momento había decidido mandar al diablo a los invitados de su madre y concentrarse en la desaparición de sus apuntes de matemática.

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