Nada igual

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El rey reprimió un estornudo mientras se deslizaba por la biblioteca. En una habitación secreta que él e Iduna habían descubierto muchos años atrás. Mientras miraba a la madre de sus hijas, cerrando la puerta detrás de sí, un impulso se apoderó de él. La agarró y la giró, besándola con fuerza en la boca.
Ella le devolvió el beso, riendo.

-Guau. Realmente no podías esperar - bromeó.

-No cuando se trata de ti - la corrigió, sonriendo maliciosamente. La besó de nuevo, profundamente, su cuerpo se calentó con su toque. Incluso después de todos estos años, Iduna todavía hacía que su corazón se acelerara como cuando era solo un niño.

-Será mejor que lo olvides- dijo, empujándolo suavemente. -¿Después de esa historia que contaste? Las niñas seguramente estarán despiertas toda la noche, preocupadas por los monstruos en la niebla. Apuesto a que las encontraremos a ambas en nuestra cama cuando regresemos.

- ¿Demasiado?

-Épicamente demasiado- respondió Iduna, imitando las palabras de Anna. -Pero supongo que algún día tendrán que averiguarlo
El rey se sentó en una silla cercana y se frotó la cara con las manos.

-Sí-, estuvo de acuerdo él -Necesitan saber la verdad, incluso cuando sea desagradable.

Agnarr vio la sonrisa juguetona desaparecer del rostro de su esposa mientras palidecía visiblemente. Ladeó la cabeza en pregunta.

-¿Estás bien?

Iduna negó con la cabeza, los ojos
azules se llenaron de lágrimas.

-¿Qué pasa?- volvió a insistir él, acercándose para tomar sus manos entre las suyas.

-Agnarr. Hay algo ...

-¡Mamá! ¡Papá!

El agudo grito rugió por la habitación, como si viniera de afuera. Gritos fuertes, histéricos. Iduna se puso completamente blanca.

-¡Elsa!-Ella susurró.

Salieron de la habitación, siguiendo el sonido de su voz.

Pasaron por delante del dormitorio de las niñas, ahora vacío, y bajaron las escaleras hasta el Gran Comedor. Podían escuchar sollozos provenientes de detrás de las puertas cerradas y el corazón de ambos se aceleró por el pánico. ¿Qué estaban haciendo aquí abajo? ¡Se suponía que debían estar en la cama! Abrieron las puertas de par en par, luego se detuvieron en seco, horrorizados por lo que vieron.

Montañas de nieve amontonadas. Las paredes llenas de hielo. Elsa acunando a su hermana en
sus brazos.

El corazón de Agnarr saltó en su pecho.

-¡Elsa!-exclamó. -¿Qué has
hecho? ¡Esto se está saliendo de control!
En el segundo en que él rey pronunció esas palabras, las lamentó. Especialmente cuando captó la mirada de angustia en el rostro de su hija mayor.

-¡Fue un accidente!- Elsa gimió, mirando a su hermana. -Lo siento, Anna.

Iduna se arrodilló, apartando a Anna de Elsa y abrazándola. Anna estaba tan quieta. ¿Estaba ella siquiera respirando? Iduna miró a su esposo con los ojos muy abiertos y asustados.

-Está helada- susurró.

Agnarr hizo todo lo que estaba en su poder para mantenerse unido, aunque todo lo que quería hacer era derrumbarse.
Esto era demasiado. "¿Y si algo le sucediera a mi Anna ... mi dulce y tonta Anna ...?"

Negó con la cabeza. Esos pensamientos no ayudarían. Ahora mismo su familia lo necesitaba. Necesitaba mantenerse fuerte. Para ellos. Se detuvo, una idea se formó de repente en su mente. Los trolls. Grand Pabbie. Una vez los había visto hacer magia. Tiempo atrás, cuando aún era joven y le gustaba explorar. ¿Podrían ayudar a Anna de alguna manera? Y si era así,
¿podrían llegar con ellos a tiempo?

No tuvieron más remedio que intentarlo.

-Sé a dónde tenemos que ir- dijo.- Lleva a las chicas al establo. Haz que ensillen dos caballos. Te encontraré allí.

Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Iduna.

-Todo va a estar bien, pero apresúrate....

El rey se puso de pie. Iduna levantó a Anna y la acunó como a un bebé. Elsa seguía llorando con fuerza, aferrada a la falda de su madre. Les dió una última mirada y luego corrió directamente a la biblioteca, de regreso a la habitación secreta, donde tiempo atrás habían escondido un mapa. Con manos temblorosas, Agnarr alcanzó un estante alto, bajó un viejo libro de folclore y lo hojeo hasta que encontró el mapa, guardado. Lo alisó sobre la mesa, memorizando la ruta en su mente, luego lo metió en su mochila y corrió a encontrarse con sus chicas en el establo.
Cabalgaron hacia la noche. Iduna tenía la cara blanca y tranquila, acunando a la aún inmóvil Anna en sus brazos. Elsa estaba con su padre en su caballo, sollozando. Seguía mirando a su hermana con nostalgia. El corazón del rey dolía por el dolor que la vio en la cara de su pequeña hija.

-Lo siento mucho, papá- gimió. -¡Lo siento mucho!

-No es tu culpa - dijo con cansancio. - Lo siento, grité. Tenía miedo, eso es todo.

-Yo también estoy asustada.

Agnarr extendió la mano para tocar el hombro de Elsa, queriendo consolarla. Pero ella retrocedió ante él. Un sollozo escapó de su garganta.

-¡Por favor no lo hagas! No quiero lastimarte a ti también.

El dolor atravesó el corazón de su padre por la angustia que vió en su rostro. A pesar de lo enojado que estaba, su rabia nunca estuvo
dirigida hacia su hija. No fue culpa suya. Ella era una buena chica. Amaba a su hermana. Ella nunca la lastimaría voluntariamente.

-No te preocupes - dijo, tratando de que su voz sonara tranquilizadora. -Te llevaré con alguien que pueda ayudarte. Vamos a arreglar esto. Lo prometo. Anna estará bien.

Pero incluso mientras decía las palabras, se preguntaba: "¿Algo volvería a estar bien?"

La princesa y el cisne Donde viven las historias. Descúbrelo ahora