Subasta

1.2K 113 17
                                    



¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Hace seis años que vivo de este trabajo, en el que mi cuerpo es subastado y dispuesto al mejor postor. Quien más dinero ofrece por mí, es quien tiene derecho a hacer de mí y de mi cuerpo lo que le plazca. No lo hago por gusto, claro que no, pues llegué aquí por otras circunstancias, pero ahora lo hago porque necesito el dinero, y aunque no se gana mal, deseo de verdad dejar esto, y llevar una vida normal, como la de cualquier adolecente.

Mi padre me abandono, en un "orfanato" cuando tenía apenas tres años. Según él, mamá se había marchado con otro hombre y él no tenía los medios para criarme, y me dejo aquí, en este supuesto lugar donde se suponía debían de cuidar de mí hasta que cumpliera mi mayoría de edad.

No sé si mi padre lo sabía en aquel entonces cuando me dejó aquí, no sé si sabía lo que en verdad era este lugar. Porque el propósito que escondía en estas paredes era muy diferente.

Cuando era pequeño, me preguntaba una y otra vez, porque nadie me adoptaba, o porque ninguno de mis compañeros eran adoptados, eran preguntas inocentes que me hacía en aquel entonces, pero cuando entre a mi etapa adolecente, entendí que el lugar en el que me habían abandonado y en el que nos tenían prácticamente como unos esclavos, era nada más y nada menos que un prostíbulo para hombres, camuflado como un hogar de menores sin padres.

Los primeros tres años, fueron realmente duros, jamás pensé que terminaría aquí, y mucho menos imaginé, que el dueño de éste lugar nos usaría a nosotros, a unos adolescentes, como su forma de conseguir dinero rápido y fácil. En ese tiempo no recibíamos paga alguna, Doflamingo, el dueño de este infierno, nos obligaba a mantener sexo con desconocidos, y no teníamos el derecho a reclamar. Si presentábamos alguna queja, éramos azotados en una sala en la que había cientos de implementos de castigo, como: esposas para apresar nuestras manos, fustas y látigos, pinzas, entre otros. No conozco todos esos objetos, pues sólo una vez fui castigado, con la fusta, una vara delgada y flexible, generalmente tiene una correa en uno de sus extremos, que se emplea para estimularnos y darnos órdenes. Aquella vez me golpearon tanto, que mi piel se desprendió de mi cuerpo en algunas partes, y que luego dejaron marcadas cicatrices.

Podría decir que hoy estoy de suerte, pues hoy no estaré en la subasta, ésta vez, sólo entretendría a los clientes con mi baile y ya estaba terminando de aplicar un poco de maquillaje en mi rostro y arreglando mi ropa ligera para el espectáculo, cuando Monet, la secretaria de Doflamingo, entraba en mi cuarto para llevarme con ella al escenario.

Como era habitual, ponía en mi cuello un collar que liberaba una fuerte descarga eléctrica cada vez que intentaba quitármela o cuando intentaba desesperadamente huir sin éxito.

-Ya es hora- me dijo y tiró de la cadena que estaba unida al collar y jaló de mi obligándome a salir del único lugar en ese recinto en que podía llorar y desahogar mi rabia sin que nadie se interpusiera.

Subasta de LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora