Explorar los sentidos, es el regalo sorpresa de cumpleaños. Como no emocionarnos tantos del sentir, si vivimos para sentir. Complejas experiencias de estímulos abordan cada día el estado de compromiso de nuestro cuerpo con los agentes externos. Describir con un concepto, sería un poco complejo, pero lo podemos comparar como aquellas experiencias únicas y especiales que planificadas o no, son gratificantes. Y como no serlo, porque ¿a quién no le gusta recibir? Si, recibir. La única forma de sentir es recibiendo información, calor, palabras, abrazos y aunque de algunos no sean de nuestro agrado vilmente estamos percibiendo y captando todo aquellos que nos llega de afuera.
Evocar los sentidos es mucho más fácil de lo que creemos. Esas experiencias que nos marcan a todos por ser tan especiales, pero que son tan difíciles de olvidar. Y en otros casos, porque nuestro sistema nervioso central sencillamente está haciendo su trabajo. Conmemorar a la arena caliente de la playa, invocar un zumo de limón, aludir ese abrazo de año nuevo, rememorar un atardecer, acordarse del alma llanera. Regalos sorpresas perfectos a los cuales no estamos acostumbrados a percibir, pero que en nuestro día a día, la naturaleza, el mundo y la vida nos regala.
Hacer memoria de aquellos momentos en los cuales llegamos a sentirnos como en una experiencia única es lo que nos mantiene vivo, activos y con ganas de seguir. Sentir se volvió la experiencia más placentera en momentos de elogios melancólicos. Estar presente en el aquí y en él ahora me motivo a disfrutar del clima, personas, quesos, cosas casas. Así sentíamos nuestro ecosistema, una descripción donde lo menos era lo más importante. Pocos complementos embellecían el entorno. Aunque en realidad fuese un ciclo lleno de detalles. En donde el sentir te regala paz, armonía y respuestas.
Esto del auténtico sentir lo encontré buscando escapar de respuestas absurda y así emprendí el camino. “Con dudas, ironías, incógnitas y sin sabores llevaba el morral. Un olor a talco con sudor característico de estar como sardina en lata, asimile de una vez la realidad en la que vivimos. Una llegada que no respondía a un destino, solo reflejaba calor, sueño y una pesadez de pueblo. Lo cual todo pueblo responde es a un buen saludo, ese saludo súper amigable de aquellos que no nos esperan. Semana planificada para estar solo. Termino siendo aquel momento donde la amistad fungía en toda su expresión. Una rutina bien marcada, con un objetivo fuerte, que motivaba el despertar cuando apenas amanecía, acompañada de un canto de un gallo. Siempre ese olor a café y una orinada respectiva. Salir y sentir el contraste entre el frio y el calor. Caminar con una flojera matona pero motivado a cumplir con la meta propuesta para ese día. Cuando ya estaba decidido luego de caminar algunos 200 metros, ya con calor a morir y justo ahí era el momento cuando estaba preparado para arrancar: - “bueno vamos”. A mitad del camino aparecía un olor a mierda increíble, que con el tiempo era de lo más agradable. Al llegar millones de vueltas, sudor y un retorno nos acompañaba para enfrentar un día lleno de sube y bajas emocionales hasta el dormir para comenzar un nuevo día sintiendo y frecuentar lo mismo del anterior”.
Al parecer valoramos más lo dicho que las acciones, le damos más importancia a lo planificado y no a lo vivido. Descubriendo que el que le da ese sabor de importancia a todo lo que hacemos es el presente mismo. Desarrollar los sentidos para mí tiene la intención de darle el toque especial al presente que vivimos. Y que este viaje de la vida lo disfrutemos al máximo. Igual que un viaje de vacaciones: al salir estamos nostálgicos de aquellas personas que se quedaron, de tus cosas que no pudiste traer, pero ni modo. Cuando estamos en esas semanas el disfrute es al máximo y aunque siempre hay inconvenientes la meta es pasarla excelente y aprender del lugar lo máximo posible. En el retorno nostalgia, negación e impotencia por no haber podido hacer las cosas como queríamos, pero alegres de lo que pudimos aprender y vivir.