Era casi la hora de subir al tren cuando sheira apareció por la puerta de la estación tan hermosa como siempre. Sin demora alguna se arrojó a mis brazos y me abrazo tan fuerte como le permitió su Cuerpo. Sus ojos derramaban lágrimas que descendía por sus mejillas y me miraba como si nunca me volviera a ver. Tomo mis manos y las apretó con firmeza. Le prometí que jamás dejaría de amarla y que nunca se rindiera. Sheira era de salud debil y tenía que estar en cama mucho de su tiempo aunque no que quitaba la energía para estar conmigo. Antes de irme, mi miro a los ojos y nos besamos sin miedo alguno de los cuchicheos de las personas allí presentes. Subí al tren y observé cómo la figura de sheira de alejaba asta hacerse microscópica. Estaba listo, para Londres, para los estudios, y para la vida.