Mueve el píe desganada, balanceado los cordones de sus botas desgastadas, produciendo un ruido sordo y constante contra el metal. Se muerde las uñas –ahora casi sin rastro de pintura negra– de forma compulsiva e incluso de manera psicótica, diría alguien que no le conociera.
Tiene la mirada fija justo en la puerta, tres palmos más allá de ella. En verdad no está pensando en nada, porque hace tiempo que su cabeza no deja de dar vueltas a la misma persona, la que le ha reducido en nada.
Se pasa la lengua por los labios agrietados y siente un escozor en la garganta, en el pecho, apunto de estallar en un incesante llanto. Y lo hace, porque todavía no ha encontrado el modo de detenerlo. La primera lágrima cae por su mejilla derecha, dejando un pequeño rastro oscuro en ella por culpa del maquillaje.
Y ya no puede parar.
Mueve el pie con más énfasis. Distorsiona todo lo que tiene delante; toda clase de palabrejas vulgares, fechas, frases de canciones, dibujos obscenos que ahora es incapaz de distinguirlos con claridad. Grabados, pintorrejeados en la puerta del lavabo de chicas de aquel bar de carretera.
Excepto el suyo. Porque recuerda como si fuese ayer como le vio escribirlo. Porque siente el pequeño pellizco en su cadera cuando acabó de leerlo. Porque tiene su risa grabada en su pecho. Porque le quiere y le echa de menos.
Porque firmó Janice junto Jayden aquella frase que le susurró esa misma noche entre dientes.
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Kilian 1980
Short StoryAhora entiendo cuando me decías «déjate de tonterías, nena» y me agarrabas del pelo, porque sentías el control en la yema de tus dedos. Dejabas marcadas tus uñas hundidas en mis caderas e hincabas el diente en el hueco de mi cuello y me susurrabas...