“Hay dolores que matan: pero los hay más crueles, los que nos dejan la vida sin permitirnos jamás gozar de ellas. -Antonie L. Apollinarie Fée”
Una terrible sensación de peso en su pecho y la acidez estomacal, habían tomado lugar en su cuerpo, de manera extraña y descarada. Sabía que si iba a clase, no aguantaría ni la primera hora. Prefería quedarse en casa, descansado y permitiéndose el pequeño lujo de dormir un poco más de lo habitual, luego, se levantaría en la tarde y llamaría a Pauly, para anotarse los deberes de ese día y terminar haciendo el vago...
El sonido del timbre de su casa la asustó, y puesto que todos los de su familia se encontraban trabajando o estudiando, se levantó con pereza, se puso el albornoz y se asomó por la ventana. Se asustó al ver un coche de la policía fuera, aunque, quizá se trataba su hermano, nuevamente, quien volvía a hacer de las suyas.
Bajó despacio y el timbre resonó en sus oídos. "Qué pesados se ponen estos trajeados justicieros" Abrió la puerta, agregando una mala cara de resacón y antes de que dijera nada, el policía se apresuró.
—Tenemos que informarle algo.
—¿Les conozco?
—No. Pero a su hermana sí. Y suponemos que mucho más de lo que hemos visto.
—¿Perdón…? No tiene derecho de aparecer en mi casa y hablar de mi hermana como si tal cosa.
—Desde hace unas horas, sí.
—¿Pero qué coño dice? —A punto de cerrar la puerta, rápidamente, el hombre añadió.
—Señorita, no me es fácil hacer esto, pero… lamentamos decirle que esta mañana, hemos encontrado el cuerpo destrozado de su hermana, quién ha sido arrastrada por las vías del tren.
—¿Do-dónde se encuentra escondida la cámara? No le haga a nadie lo que no le gustaría que le hicieran… —exaltada, miraba a todos lados, en busca de los camarógrafos.
—No es ninguna broma. Le estamos diciendo y confirmando lo que hemos visto, investigado y tristemente, verificado. En cuanto quieran, puede ir a reconocer el cuerpo de la fallecida. Se encuentra en esta dirección… —rápidamente sacó una tarjeta del bolsillo de su chaqueta y con manos temblorosas, lo dejó sobre la mesa del recibidor de la casa.
—Esto no es real. —se llevó una mano a la cabeza, como si al llevarse el pelo hacia atrás, el desconcierto se fuera con ello—. Esta mañana he hablado con ella, nos hemos despedido y en un par de horas tiene que estar de regreso. No puede ser ella.
—¿No es usted la hermana de la señorita Sazynne Von DiCappiato? Porque de ser así…
—S-sí… es.. mi her… hermana. —el temblor en su voz no tuvo compasión para esconderse.
—Lo sentimos. —seguía hablando en plural, aún sin permitir que su compañero protector de turno, mencionara palabra—. Lamentamos ser mensajeros de malas noticias, no es algo que nos agrade, pues desgraciadamente es nuestro deber…
Sus palabras se alejaban lentamente, sonaban ahogadas, sumergidas en agua, difíciles de pronunciar, difíciles de oír, difíciles de entender. Al igual que el subconsciente de Eley, no comprendía lo que aquellos insensibles le contaban.
La oscuridad del mundo, en sus ojos se volvieron, absorbieron con ellos toda realidad, todo razonamiento y respiro.
Eley no era capaz de asumir que su hermana, su confidente… su media naranja… su alma gemela… su amor eterno, ya no perteneciera a este mundo. No entendía cómo un alma tan noble y pura, tenía que abandonar antes de tiempo, antes que ella, sin ella. Sin más dilación, el miedo y la soledad se apoderaron de ella. Y eso no importó.
Ya no tenía nada más que perder.
Nada más que ganar.
Nadie por quien luchar.
Nadie más a quien odiar y amar a partes iguales.
Ya no estaría Sazynne a su lado.
Sazynne…
Sazynne…
Su Sazynne…
Su espléndida Sazynne.
Una radiante y preciosa sonrisa había sido borrada de un alegre rostro, volviéndolo así angustioso y sombrío. La viveza y brillantes de sus ojos habían desaparecido con el tiempo. La cordura y las ganas de vivir parecían haberse esparcido, ya que en ningún lugar de su cuerpo se encontraba. Porque era su cerebro, su corazón y sus piernas lo que la mantenían en pie, medio viva. Aunque parecía estar entre este mundo y otro muy lejano.
Abandonó el colegio dos semanas después de la muerte de Sazynne, su habitación era la morada más segura y a la vez peligrosa para su seguridad, pero no salía de allí, más que una vez en el día para comer y dirigirse al lavabo.
Dejó que su móvil consumiera la carga, no aceptaba llamadas en casa, se desconectó de su anhelado mundo virtual, olvidando así sus innumerables amistades.
Y todas las mañana al despertarse, todas las tardes y todas las noches antes de ir a la cama, lloraba. Lloraba sin descanso, hasta que el sueño la consumía.
Impidiendo que algún miembro de su familia ni por asomo quisiera consolarla, aconsejarla o simplemente abrazarla y llorar con ella.
No quería compartir su dolor.
No quería aceptar su pérdida.
No quería nada más en la vida, que a su pequeña Saz.
Quería acariciarle y peinarle su melena cobriza ondulada que tanto envidiada, quería maquillar aquel rostro angelical que con recelo cuidaba, adornado con dos preciosos ojos avellana, unos labios muy rojos e hinchados y una nariz pequeña, respingona, iluminado gracilmente de pecas que llegaban hasta sus mejillas, ese rostro que amaba y admiraba; deseaba con todas sus fuerzas sentir el calor de aquel pequeño cuerpo ya convertido en mujer, y moriría por escuchar una vez más su voz, aquella melodía que en las noches espantaba sus terrores nocturnos y en las mañanas fastidiosamente la despertaba.
Pero no, ahora todo eso ya quedaba en fantasías. Efímeros deseos que la jodida vida misma se encargaba de robárselos. Porque eso era lo que mejor hacía la zorra vida, llevarse lo mejor que le ofrecía a las personas. Llevarse lo que sentía que prestaba. Así, sin más, sin derecho a reclamos, a tratos, a recompensas. Tan sólo dejando vacío., soledad e infelicidad. Dejando cosas malas a su último paso. Sin importarle nada más que ‘su deuda’.
Y el insaciable dolor, no dejaba de atormentarla.
Las vías… el tren… las vías del tren…
—¡¡LAS MALDITAS VÍAS Y EL TREN!!! —con un grito desgarrador, cayó de rodillas en el salón. Las imágenes que habitaban en su cabeza, le producían escalofríos, un dolor enorme y punzante, de esos que quitan el aliento, y la hacían perder el equilibrio.
Escondiendo el rostro entre sus manos, llorando sin consuelo, intentaba expulsar el flameante dolor, la insistente rabia, el escozor de su interior y aquel agujero negro en el pecho, que rápidamente absorbía todo lo bueno de ella.
Relato corto,que iré subiendo cuando termine de editarlo :D. ((Todos los derechos reservados, obra Registrada en SafeCreative. código: 1312129574409))
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FRÁGIL / Primera Parte.
Romance¿Quién dijo que perder un ser querido, no te llevaría al lado de la extrema locura y desolación? Y aún peor ¿perder una hermana gemela, a la que terminas reviviendo con tu extraño comportamiento? ... Pues esto es lo que Eley ha olvidado, vivir. Deja...