Prologo

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Recuerdo con claridad aquel maldito día. No hay día que no recuerde aquella fecha, aquellos sucesos. No existe ni un solo momento donde no me arrepienta de haberme escapado de mi alcoba aquella noche de otoño. Pero por desgracia no es posible volver hacia atrás las manecillas del reloj y solo nos queda el doloroso recuerdo de aquello que no pudimos evitar.

Hay cosas que no pueden cambiar, que fueron creadas de cierta manera. No se puede cambiar el transcurso natural por mucho que se quiera hacerlo. Pueden cambiar, pero siempre volverán a su estado original, su manera de ser por defecto.

A paso rápido avanzaba por las calles de la muralla. Después de haber logrado escapar del castillo el huir de la frontera era un juego de niños. Sonreí en cuanto despisté a los guardias de la tercera entrada, una de las tantas entradas que tenía Hiraeth. Siempre solía irme hasta los primeros rayos del sol a un local situado en Meraki, esos malnacidos inferiores, conocido como "Boucle". Aquel lugar recogía aquella miseria que no era digna de ser llamada humanidad, ninguna de ambas casas quería imaginarse que esa clase de excrementos sociales pertenecían a su reino. Pero yo siempre terminaba allí, era como una terapia; sin necesidad de abrir la boca ya podía sentirme un ser superior, mucho más de lo que ya era, como si fuera una deidad. Tenía ganas de llegar a aquel antro infiel para demostrarle a todo el mundo aquel cuerpo que había heredado de mi madre; ver cómo me comían por los ojos pero no atreverse ni a tocar un ligero mechón de mi rosáceo cabello. No era necesario que la gente supiera que era la princesa, ya me trataban como tal. Era irónico, no estaba en mi reino pero la gente ya notaba que no era una persona normal, que mi sangre no era sucia y común como la suya. Me sentía inalcanzable aunque ya no era solo sentirlo, porque prácticamente lo era. Salir de la libertad de palacio, donde todo son normas, y simplemente sentirme totalmente la dueña de sus miradas, de sus palabras, de sus corazones. Eran como los guardias del castillo, simples peones que podía manipular como se me antojara.

Entraba por la puerta y las miradas de inferioridad ya empezaban a invadir el local. Era invencible, era intocable. No era necesario tener que recurrir a mi apellido y a mi estatus para que demostrara que allí era la única persona de valor entre tanto excremento, o eso era lo que creía en aquel momento. Me deposité en una de las esquinas no sin antes darme una pequeña vuelta por el antro. El olor a humedad, el olor alcohol, ambos eran tan fuertes que prácticamente no me permitían percibir ninguna otra esencia. Aunque algunos intentaban acercarse mis miradas provocaban que se terminaran alejando. Yo tenía claro que si tenía que entregarme a alguien, permitir a alguien cruzar mis barreras y llegar hasta mí no iba a ser alguien de aquel calibre; aunque pareciera que al ir a un antro como ese mi objetivo era aliviar mis deseos y mi libido, era totalmente erróneo. No había nadie lo suficiente digno para ello. Nadie. Como había dicho, aquello tan solo se trataba de una terapia, de un recordatorio de que yo era una persona extraordinaria. Una digna princesa.

La puerta del antro se volvía a abrir, como si el destino hiciera de las suyas. Miré por inercia y no me podía ni llegar a imaginar lo mucho que hubiese cambiado mi vida si no lo hubiese hecho. Quizás estar un rato y simplemente volver al castillo cuando me hubiese aburrido, como cada vez que lo hacía. Pero aquella mirada inocente se cruzó por mi camino, dejándome totalmente abatida. ¿Qué hacía aquel mirar carmesí entre todos esos carnívoros sin dignidad? Siempre había miradas abrasadoras, pasionales. No podía dejar de preguntarme la razón de su existir en aquel lúgubre lugar y sentía que hasta que no lo supiera mi cuerpo ardería ante el desconocimiento.

Me acerqué a esa persona y su cabellera ocre me hizo sentir más curiosidad. Esa mirada no era su único encanto. Por un momento llegué a pensar que había conocido a alguien como yo; alguien que no pertenecía a ningún lugar, demasiado especial y único para corresponder a un lugar en este mundo hipócrita.

PrincesseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora