· Capítulo uno ·

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Abrí los ojos con esa imagen que me perseguía cada noche quemando mis retinas. Era indiferente si había experimentado aquello cada vez que me dejaba caer en los brazos de Morfeo, acababa afectada siempre. Era un recuerdo que nunca iba a dejar de atormentarme. Respiré profundamente mientras cerraba con fuerza mis ojos ámbar. Sabía perfectamente que me merecía tener esas horribles pesadillas cada noche.

Dejé que las doncellas fueran las que se encargaran de acicalarme y prepararme para el desayuno acompañando al rey. Me preguntaba por qué mi padre quería compartir mesa conmigo, no lo había hecho desde que éramos una familia. Sabía que algo sucedía pero me limité en verme en el reflejo del agua que contenía el recipiente donde las sirvientas limpiaban los utensilios que utilizaban para maquillarme para la ocasión. Ya era claro, hoy iba a suceder algo muy importante.

Quizás el miedo me invadía, la intriga me estaba matando, pero después de estos dos años había aprendido a suprimir esta clase de sentimientos. No desobedecería a mi padre, era mi deber. Alice Lecoy era una princesa y obedecer órdenes era mi obligación.

Cuando bajé por las escaleras todo era silencioso. Parecía que mis zapatos eran lo único que resonaban en todo el castillo. Un paso, otro paso, sincronizados con el tañido que hacían las manecillas del reloj. Parecía que todas las miradas estaban pendientes de mí, de mi melodía continua que rompía aquel silencio. Mis ojos se dirigían al suelo y aun así sentía como todas las miradas me atravesaban como agujas. Controlé mi respiración, ellos no podían notar mi dese de escapar a algún lugar fuera de su campo visual. Por suerte aún no sentía la presencia de mi progenitor, pero pronto esa fortuna se desvanecería.

"¿Qué quiere mi padre de mí?" mi cabeza no dejaba de repetirlo una y otra vez, aunque en vano ya que nunca iba a ser capaz de responder esa cuestión por mí misma. Debía encontrarme con mi padre para resolver mi pregunta.

Cuando los criados abrieron la puerta del comedor sentía que se me cortaba la respiración. Estaba ahí, me miraba y apreté los puños para obligarme a no visibilizar aquellas emociones en mi rostro. Siempre neutra, siempre en pie. Ni un rastro de debilidad, ni un rastro de rebeldía. Como una muñeca de trapo, esperando que jueguen con ella mientras se limita a aceptar su destino. Ese era mi deber.

Me acomodé en el asiento opuesto a mi padre y finalmente levanté mi cabeza. Aunque nos separaban tan solo tres metros y medio, notaba como su presencia me estaba absorbiendo. Sus ojos esmeraldas me provocaron un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. A diferencia de mi persona, él no me dirigía la mirada. Tal vez mis ojos también le provocaban recuerdos amargos, después de todo, ella y yo compartíamos el mismo iris.

Cuando enfocó su mirada en mí no sentí que realmente me estuviera mirando. Solo tenía su visión puesta en mí, pero no me estaba observando. No sentía ni un rastro de sentimiento en su mirar y aunque me obligaba a no sentir nada, aquello me dolía. Se me encogía el corazón el ver que nuestra reunión le era indiferente. Así me demostraba que aquella convocatoria no era por una razón paternal, él necesitaba algo. Me iba a utilizar para algo. Yo tan solo era un objeto que le pertenecía.

Entre el silencio los platos empezaron a desplazarse por aquella sala mientras los mayordomos intentaban no arruinar aquella afonía. Cuando divisé que mi padre empezaba a comer, cogí el tenedor y atravesé aquel trozo de fruta propia de Hiraeth. Durante nuestro desayuno no hubo palabras, simplemente se escuchaban nuestras bocas devorando aquellos alimentos que habían preparado para nosotros los mejores cocineros. Desgraciadamente, por culpa de los nervios que me atravesaban, aquel manjar no me sabía a nada. Incluso aunque no tenía hambre devoré todo aquello que me habían puesto en la mesa. No podía permitirme realizar ninguna acción que molestara al rey. Nunca volvería a cometer aquel error.

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⏰ Última actualización: Nov 17, 2018 ⏰

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