¿Mamá?

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En la tarde del Sábado después de aquella conversación con Federico y Andrea, decido tomar una siesta (aunque admito que era casi imposible por los rayos del sol). Mi padre aun no llegaba. 

Las sabanas me cubrían hasta la barbilla.

*Ding dong* Suena el timbre despertándome totalmente. 

¿Qué? ¿Quién podría ser? 

Coloqué las sabanas a un lado y brinqué poniendo los pies en el suelo. Descalza corrí a la entrada, desbloquee la puerta y la abrí. 

— Que mierda... —susurro. Mi corazón se detiene por un instante.

— Nina —una voz femenina llega a lo más profundo de mis oídos. Cabello enrulado castaño claro, ojos cafés, con unos 30 años más que yo.

— Mamá —mi voz temblaba. Sin evitarlo corrí hacia ella y mis brazos rodearon su cuello. Ella abrazó mi cintura.

— Oh, Nina —la hago pasar mientras cierro de nuevo la puerta. 

La siento en el comedor mientras le servía de la cocina un vaso de agua.

— Aqui tienes —le coloco el vaso en la mesa.

— Gracias hija —aprovecho y me siento en la otra silla. 

— ¿Qué haces aquí? —esta vez mi voz suena mas seria y hago un gesto odioso con mis cejas. 

— Me enteré que estabas viviendo aquí y quise pasar para saber de ti —toma un sorbo y luego dirige su mirada hacia la mía.

— Pues estoy bien, gracias. Después de 15 años quieres saber de mi —río hipócritamente y mi voz vuelve a sonar seria. Coloco ambos codos sobre la mesa y junto mis manos. 

— Si... —suspira — lo sé. 

— ¿Es todo? —interrumpo sus pensamientos.

— Nina... —la fulmino con la mirada.

— Se que será difícil que me perdones por lo que hice pero te digo de nuevo que lo siento —una lágrima corre por mi mejilla derecha y sin dejarla a la vista la seco con mi mano. 

— Será mejor que te vayas —sollozo. Ella se levanta de la silla intentando acercarse a mí. 

— No —la aparto con las manos. 

Ella asiente con la cabeza y camina hasta la puerta. Yo me dirijo igualmente y abro la puerta rápidamente. Me hecha otra mirada y yo pongo mi cabeza gacha. 

Sale del departamento y sin mirar atrás se pierde a lo lejos del pasillo. 

Cierro la puerta y me coloco de espaldas a ella. Inhalo y exhalo.

De pronto, miles de lágrimas recorrieron mis mejillas. 

— Tranquilízate Nina —me digo a mi misma. 

Camino hacia mi habitación y sin pensarlo me dirigí al balcón. Abrí la ventana y salte al otro lado.

Tomé un cigarrillo y lo encendí aun con lágrimas en mi rostro.

— ¿Qué te ocurre Nina? —la voz de Federico se escucha en el otro balcón. Alzo mi mirada y puedo ver su franela color naranja y unos vaqueros azules, como todas las veces tenía su melena alborotada y sus grandes ojos brillaban más que nunca. 

Limpio con mis manos lo mojado de mi rostro y vuelvo a dirigir mi mirada hacia el. 

— Nada —digo cortante y con voz llorona. Hace un gesto con su cabeza girándola un poco. 

Suspiro mientras botaba el humo.

— Acaba de venir mi mamá y pues tenía mas de 15 años sin verla.

— ¡Eso es genial! ¿O no? —me mira confundido.

— No. Nos abandonó cuando yo estaba pequeña y nunca más quiso saber de mí... Hasta hoy —abre los ojos horrorizado.

— Oh —susurra.

— Tranquilo, estoy bien —al verme así sin aguantarse, levanto una pierna y la puso dentro de mi balcón. Yo arrugué la frente y apagué el cigarrillo colocándolo a un lado. 

— Ya está —ya con las dos piernas en mi balcón, se sacude la franela. 

Por un momento pude olvidar lo de mi mamá.

Se acerco más a mi y nuestros ojos se encontraron.

— ¿Puedo abrazarte? —yo asiento con la cabeza y evidentemente con el corazón latiendo a mil millones de kilómetros por hora.

Su piel tocó la mía, rodeando con sus largos y fuertes brazos mi cintura, yo empecé a temblar pero aun así decidí rodearlo con mis manos su cuello y posé mi cabeza en su hombro. 

¿Qué es esto? Ni si quiera lo conozco. Pero se sentía tan bien. 

Suspiré.

Después de unos 40 segundos abrazados, se separa un poco de mi. 

— ¿Ya te sientes mejor? —toma un mechón de mi cabello y le da vueltas con sus dedos. Me sonrojo. 

— Si —muestro una pequeña sonrisa. El me responde con otra sonrisa. 

Un sonido dentro de mi casa nos interrumpe y ambos volteamos a mi habitación, la puerta se encontraba abierta por lo que se podía ver para las demás partes del departamento.

— ¡Nina! Ya volví —la voz de mi padre me hace pegar un brinco y abrir mis ojos. 

— Es mi papá, debes irte... !Ya! —susurro volteando a todos los alrededores. El toma con una de sus manos mi barbilla y la acaricia. 

— Adiós. Espero ya no pienses en eso —yo asiento con gesto de agradecimiento y me doy la vuelta brincando a mi habitación y cerrando la ventana con mis manos temblorosas, mientras el saltaba también pero a su balcón. 

Volteo a mirar de nuevo por la ventana y el, ya adentro de su habitación me sonríe. Yo despido con mi mano. 

— ¡Nina! —vuelve a gritar mi padre y yo corro hacia la sala. 

Me empezó a contar de su día pero yo solo tenía una cosa en la mente: Federico. Además, había decidido no contarle nada a mi padre de ninguna de las dos visitas. 




Desde mi ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora