Filosofía poética

Tiempo

 El tiempo. Seis letras y una vida. El segundero siguiendo su rítmico paso, pocas veces lento, siempre acelerado.

¿Es acaso algo más? Supongo que no. Pero, al preguntar al diccionario, responderá que el tiempo es la duración de las cosas sujetas a mudanza. No encontrarás, por mucho que indagues, definiciones que atribuyan al tiempo su cualidad de arte fugaz, principal condicionante de nuestro paso por esta vida. Un billete de tren, en Turista y solo de ida, hacia el eterno olvido absoluto. No obstante, unos pocos logran rehuir este destino y continuar una parada más, vencer al tiempo y permanecer aquí más de lo permitido. Sus ideas, sus acciones; burlan la muerte y se esconden en aquellos que utilizan su tan preciado tiempo en detenerse a recordarlos. Pero, incluso esto, es algo efímero y que solo retrasa lo inevitable, comparable a nadar contra corriente. Nada puede escapar de los caprichos del tiempo y su egoísmo.

El tiempo actúa como la más importante moneda de cambio, ya que al contrario del dinero, todos nacemos con él. Debería por tanto, al igual que sucede con el resto de recursos limitados que el hombre disfruta, producirse un conflicto por su dominio, una lucha por tener más tiempo que nadie. Pero todo lo contrario: el humano parece ignorar su condición de bien escaso y lo emplea en tareas banales o incluso lo malgasta. Entonces es cuando el tiempo, arrogante y vanidoso, exige su uso en cuestiones más nobles, a la altura de la soberanía que ejerce sobre nuestras vidas.

Amenaza con abandonarnos repentinamente, conoce demasiado bien su valía como para dejarse derrochar. Inunda nuestras venas en arena, esperando que al saber que, inevitablemente, el último grano caerá algún día; disfrutemos de cada instante que nos brinda. Así, al momento de contemplar toda la arena en la base del reloj, nuestro último suspiro sea de orgullo, por haber dado al tiempo el valor y uso que tanto merece.