"Cuando el gigante dormido despierte, el mundo temblará. "
Las palabras se avivan en mi cabeza, como llamas recién prendidas, mientras siento el metal frío del fusil entrar en contacto con mis dedos. El ardor que me provoca, es sofocado por el cosquilleo en mi interior, mientras mis botas negras recorren el camino embarrado al frente de aquel grupo, como único y más experimentado guía.
Veinte años. Dos décadas deseando llegar a alto rango, y ahora mismo, es la cosa de la que más me arrepiento. Por muy lejos que llegues, siempre habrá alguien sobre ti, y por desgracia, yo no soy una excepción.
Terror, tu debilidad más grande, la mejor ventaja para tu contrincante. Un sentimiento que te paraliza, te succiona los sentidos y nubla los pensamientos. O no. Ahora mismo, la sombra oscura pisa un acelerador en mi cabeza, mientras mis piernas caminan hacia aquel laboratorio escondido. Puedo oír el sonido de los helicópteros aliados sobrevolar nuestras cabezas, sobre las nubes, como un sádico ritmo, un reloj que marca los segundos previos a la tormenta.
China. Un país rico en cultura y tradiciones, el gigante dormido. Una bestia escondida entre las sombras, que durante años ha estado entre la negrura, planeando su gran ataque. Pero ya ha dejado salir sus zarpas, mostrándoselas a todo el mundo, y esas zarpas tienen un nombre: Chew Ong.
Él pone los dedos en los cordeles, controlando los títeres. Él pulsa la tecla que hará que la cuerda y el martillo reproduzcan el sonido. Él tiene el poder que intentamos arrebatarle.
La selva, profunda como un túnel sin fin, va convirtiéndose cada vez más en una pesadilla de matiz verdoso. Sé que no soy el único que piensa en su familia, en si esta será la última vez que la verá, en si seré tragado por esta oscuridad en cualquier momento, sin dejar rastro, pero no: ante nosotros, como algo celestial y milagroso, se alza un edificio blanco y reluciente, con un techo escondido bajo las frondosas ramas de los árboles más altos. Nadie pensaría que esta es mi futura tumba.
Uno de mis hombres aparece junto a mí, analizando el terreno mientras el resto vamos adentrándonos en la estructura por el recorrido ya planeado de antemano. Un pestañeo, un suspiro, y ya nos encontramos en el interior de la estancia, rodeados de aquel infernal blanco. Todo está en paz, no hay ni un alma en esta parte de la estructura, ya que es una zona de almacenaje, y las latas no muestran ningún indicio de querer atacarnos.
No hay tiempo. Caminamos, perdidos, en busca del despacho de Chew que, según La Inteligencia, ha de estar en el piso intermedio, para que no se pueda acceder a él desde el techo.
-¡Al suelo! -grito, en cuanto oigo el sonido de un arma cargándose en el pasillo perpendicular al que estamos cruzando. En cuanto el eco de mi voz hace acto de presencia, destellos mortíferos atraviesan el aire, con nuestra cabeza como objetivo. Silbidos asesinos suenan a mi alrededor, mientras disparo, evitando dar a los míos.
Justo lo que más necesitamos, es de lo que más carecemos. Las manecillas del reloj no me dan tiempo ni a sorprenderme, obligan a mi corazón a mantener un pulso tranquilo para pensar con claridad, mientras por todas partes estallan pequeñas explosiones de plomo y sangre, como sádicos fuegos artificiales.
Vamos, Castiel. Piensa.
Siguiendo el plan secundario, me escabullo junto a mi segundo al mando, para que el resto ocupen la atención de los guardas hasta que encontremos el maldito despacho.
-Vaya, señor Drenmond. -Mierda. Me giro lentamente, con el índice derecho en el gatillo mientras separo la mano izquierda del pomo de la puerta. Ante mí, aparece la figura del hombre que tanta gente quiere matar, y, al mismo tiempo, otros adoran como un dios. Qué pena para él que sea católico.
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La IV Guerra Mundial
Science Fiction«Cuando el gigante despierte, el mundo temblará. » [ONE - SHOT]