Prefacio

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Sus movimientos, rápidos y letales sorprendieron a todos los presentes. Superaba cualquier expectativa inicial momento de su primer ataque. Sus cortes y estocadas eran apenas visibles por las personas que le veían, sin mencionar que todos eran ya veteranos en el combate. Pero no era eso lo que más sorprendía, el hecho de que fuese un hombre de apenas treinta años impresionaba a cualquiera. Algunos hombres y mujeres aún más experimentados no se comparaban a su fuerza y velocidad. Había nacido para combatir. Nadie lo dudaba.

—¿Qué opinas de él? —preguntó Karmin al viejo caballero mientras rascaba el lunar que se hallaba bajo su ojo izquierdo. No recibió respuesta alguna, el viejo observaba al nuevo visitante del Neflheim con perspicacia. Le sorprendía que alguien de tan sólo treinta años tuviese un talento tan basto. No dudó un segundo en las palabras que había dicho el nuevo sobre ser el mejor de su mundo. Aunque sabía bien que no tardaría en sorprenderse al saber que en el Neflheim él estaba muy por debajo de ser el mejor.

Con una velocidad igual de increíble giró sobre sí mismo esquivando una estocada, retrocedió unos pocos pasos y acertó un tajo desde arriba a su rival, un hombre corpulento con una cota de mallas. La espada cortó como mantequilla la cota y la carne partiéndolo a la mitad en diagonal. El individuo cayó al suelo sin emitir sonido alguno y ahí se quedó.

—Creí que este lugar me daría más lucha —se mofó mientras se alistaba para combatir a otro de los rivales que se acercaba corriendo con una larga espada Claymore en una de sus manos. La Claymore era un espadón que se blandía con dos manos, que se usase con sólo con una desequilibraba el cuerpo haciéndolo torpe y un blanco fácil de asesinar.

Su nuevo rival era delgado, de metro setenta y no parecía precisamente fuerte. Sus movimientos eran descoordinados mientras blandía la espada de un lado a otro.

Rió, pues lo que le ofrecía ese lugar no era de cerca lo que ya había enfrentado antes. En su mundo había enfrentado rivales dignos y poderosos.

Cuando su contrincante dio una estocada fue capaz de evitar el golpe moviéndose a un lado. Hizo el mismo movimiento de su rival, atacó con fuerza y precisión el estómago del hombre atravesándolo de lado a lado.

—Muy lento —le dijo a su oponente mientras extraía la espada del estómago.

Se sorprendió, pues fue incapaz de sacarla. Bajó la mirada y descubrió que el hombre al que acababa de atravesar sostenía la hoja de acero con su mano desnuda sin mostrar dolor alguno. Fue mayor la sorpresa cuando notó que la mano no le sangraba

Intentó con todas sus fuerzas arrebatársela, pero le fue imposible, la fuerza que ejercía era superior a la suya. Levantó la mirada y lo que vio le espantó. Los ojos de su contrincante eran completamente blancos, no había rastro de su iris.

Espantado, soltó el mango de la espada. Dio un paso hacia atrás, pero la mano que antes sujetaba la hoja de acero se hallaba ahora sobre su muñeca ejerciendo fuerza suficiente para rompérsela. Seguido a eso se oyó un crujido.

Aulló de dolor, se arrodilló e intento zafarse del agarre del extraño ser.

Un segundo después su grito se extendió por todo el bosque cuando la hoja de acero de su rival le atravesó de lado a lado bajo su abdomen.

Cayó al suelo, agonizante, mientras su contrincante extraía la espada de su cuerpo. Intentó levantarse, pero el dolor le hizo desplomarse una vez más y cayó sobre su propia sangre. Un gruñido a su izquierda le alertó y al voltearse pudo ver como el hombre al que había partido a la mitad hace un instante se arrastraba hacia él con el único brazo que le quedaba. Por un momento le pareció ver una sonrisa dibujada en su deforme rostro.

Retrocedió uno centímetros, alejándose de lo que fuese esa cosa. No llegó muy lejos. La Claymore con la que le habían apuñalado bajó hacía él y le atravesó con precisión entre las costillas.

Gorgoteó, escupió sangre y se desplomó completamente sin poder hacer nada para evitar las puñaladas que una a una se enterraron en su pecho y abdomen.

Jamás había sentido un dolor igual. De hecho, en casi sus treinta años no había experimentado casi dolor. Y esa vez, por primera vez en su vida, había experimentado lo que consideró la peor de las muertes.

Por encima de todo el sufrimiento por el que pasaba se preguntó sólo una cosa: "¿Por qué no muero?"

Los espectadores, uno a uno se iban, poco sorprendidos por el resultado final de la batalla. El nuevo era bastante hábil, pero en ese mundo, la habilidad valía poco si no se aprendían las nuevas reglas.

El dolor poco a poco se hizo lejano. Su cuerpo empezó a desvanecerse mientras las puñaladas en su cuerpo continuaban.

Los únicos que seguían observando la masacre, sin siquiera inmutarse, eran Karmin y el viejo caballero, que se encargaban de instruir a los recién llegados. El nuevo no había querido ser instruido porqué según él, "Un viejo estúpido y un niñato no tienen nada que enseñarme."

Finalmente, tras unos pocos segundos que para el joven se le hicieron eternos, el dolor desapareció junto a él.

—¿Puedes creer que me dijo niñato? —bufó Karmin bajándose de la valla —. Debo ser treinta años mayor...

—Te ves —dijo con calma el viejo escondiendo aún su cabeza tras la capucha—como un hombre que ronda los veinte, Karmin. Y que actúes como un niño frente a todos no ayuda mucho.

El castaño bufó, dándole la razón al viejo caballero, pues una vez más tenía la razón.

—Creo que hay esperanzas con él —dijo Karmin tras unos segundos— ¿Qué piensas tú?

—Creo que puede llegar a ser grande aquí si cambia unas pocas cosas —respondió al fin tras unos segundos —. Pero dudo que cambie. Creo que será más un problema que otra cosa.

—Concuerdo contigo. Quizás se le puede hacer algo... pero viendo lo engreído que es...

Karmin soltó una risotada de repente y miró a los sin alma deambular por el lugar.

—Si supiera que estas cosas son las más fáciles de vencer—expuso cuando terminó de reír. Vamos a ver si ya volvió.

Caminaron juntos hasta una cabaña, observando el bosque en el que se encontraban. Oscuro y sin vida, salido de las peores historias de terror. Era uno de los lugares más tétricos en los que habían estado, pero había lugares peores... mucho peores.

El dolor no dejaba de estar presente en todo su pecho. Gritó, aulló, suplicó por dejar de sentirlo, pero no paraba. Era una sensación agobiante más que dolorosa.

El dolor, tras unos minutos, desapareció sin dejar un solo rastro.

Miró alrededor. Agotado y con el sudor bajándole por el rostro. Tardó unos segundos en saber dónde se hallaba.

Habitación poco iluminada, paredes de madera, un techo que no alcanzaba a ver debido a la oscuridad. Y lo más importante, cuatro seres rodeando la cama en la que se encontraba, escondiendo sus rostros tras sus capuchas. Pudo notar que uno de ellos le sonreía con picardía y cierta malicia.

Escuchó la puerta tras él. Se giró, y por ella vio a dos hombres entrar a la cabaña.

El primero era alto, vestía una armadura ligera de color plateada y roja. Su rostro yacía escondido tras su capucha. El segundo hombre, era bajo y no se veía en muy buena forma. Su rostro tenía un aire infantil y ciertamente juguetón, un cabello castaño cuidado que le llegaba a los hombros, y que rascara el lunar bajo su ojo izquierdo con una gran sonrisa en los labios no lo hacía ver como alguien serio.

Karmin le miró desde arriba sonriedo con la comisura de los labios. Levantó sus manos hacia los lados y dijo con unas palabras de bienvenida:

—Bienvenido al Neflheim.

Neflheim: El valle de las almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora