La Casa B... en Camden-Hill - Catherine Crowe (1848)

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La casa que habitaba el matrimonio B... en Camden-Hill no tenía nada de particular, salvo su gran número de habitaciones, todas ellas igualmente confortables.

El señor y la señora B... la había alquilado por un precio razonable a un hombre de negocios de Temple, con la intención de convertirla en una pensión, donde pudieran alojarse modestos funcionarios o empleados de la vecindad.

Al principio, gracias a sus económicas tarifas, el negocio prosperó, pero un buen día un joven empleado llamado Rose se marchó bruscamente alegando que su habitación estaba embrujada.

Los esposos B... jamás habían ocupado aquella habitación, una sala espaciosa que daba al jardín. De este modo, antes de volverla a alquilar, decidieron comprobar por sí mismos lo que ocurría en ella.

Desde la primera noche debieron reconocer que Rose no había mentido.

Entre la una y las dos de la madrugada, la señora B... fue despertada por un extraño ruido, «como el de un enorme gato haciéndose la manicura sobre el parquet».

Casi al mismo tiempo, su marido también se despertó y los dos escucharon en silencio como el extraño ruido aumentaba, y luego disminuía en intensidad, como si su misterioso autor se acercara y alejara alternativamente de la cama.

Al fin, el señor B... no pudo más y gritó:

—¿Quién sois y qué hacéis aquí?

El ruido cesó, pero un segundo después, fueron arrastrados violentamente los cubrecamas y las sábanas.

La señora B... encendió el mechero y alumbró una vela que guardaba cerca de sí. En la habitación no había nada insólito, y sin embargo, no hubo manera de encontrar las sábanas y los cubrecamas.

Se levantaron, cerraron la habitación con llave y se fueron a pasar el resto de la noche en su dormitorio.

A la mañana siguiente, volvieron a la habitación de Rose y encontraron las sábanas y los cubrecamas hechos un ovillo encima de la cama; los cubrecama, de gruesa lana, estaban intactos, pero las sábanas estaban completamente hechas jirones.

La señora B... se negó a repetir la experiencia, pero su esposo se obstinó en ello y a la noche siguiente volvió a instalarse en la habitación embrujada.

Esta vez mantuvo una linterna encendida en la cabecera de la cama.

Tardó mucho en dormirse, pero cuando empezaba a vencerlo el sueño, fue sobresaltado por el mismo ruido de la noche anterior.

El señor B... se incorporó y vio a la luz de la lamparilla a un viejecito de aspecto miserable, escasamente vestido, de pie en el centro de la habitación. Llevaba un curioso casquete de piel de gato y contemplaba al durmiente con manifiesta desconfianza.

Pese a estar bastante asustado, el señor B... preguntó al misterioso intruso cuáles eran sus intenciones. Por toda respuesta, éste empezó a resoplar como un gato encolerizado e intentó agarrar las sábanas.

Entonces el señor B... se dio cuenta de que sus manos descarnadas eran extraordinariamente largas y que terminaban en desmesuradas uñas.

Por casualidad el señor B... había puesto a su alcance una caña de junco, la tomó y con ella intentó pegarle al visitante nocturno.

No encontró resistencia alguna y el junco atravesó el cuerpo del viejecito como si fuera de humo.

Entonces el fantasma retrocedió, profiriendo gestos de amenaza y hundiéndose en la pared, despareció. La noche terminó tranquilamente.

Los esposos B... sacaron los muebles de la habitación y la cerraron. El fantasma no truncó la paz de ninguna de las otras habitaciones.

Pero aproximadamente dos años más tarde el matrimonio B... habló del extraño suceso a uno de sus primos, un marino de Kingston, que había venido a visitarles.

El marinero era un hombre robusto y de un sólido sentido común; por cortesía no quiso poner en duda las afirmaciones de sus primos, pero decidió pasar la noche en la habitación embrujada.

Con este fin, la amueblaron con una pequeña cama de campo, una mesita de luz y una silla, y colocaron una lámpara encendida en la consola de la chimenea.

El marinero tardó muy poco en dormirse pues no creía en historias de fantasmas.

Había cerrado su habitación con llave e incluso había asegurado la puerta con un sólido cerrojo provisional.

Entre la una y las dos de la madrugada, fue despertado por una fuerte sacudida en su cama y vio al viejecito del casquete de piel de gato que le observaba encolerizado.

Cuando el marino se disponía a levantarse, el fantasma retrocedió, resoplando como un gato furioso y desapareció. Luego se oyeron muchos golpes de gran violencia contra o dentro de los muros y un enorme trozo de yeso se desprendió del techo. Pero el espectro no volvió a aparecer.

Poco después los esposos B... se marcharon de Londres para establecerse en Kingston y no se supo más de la casa de Camden-Hill.

Clásicos del terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora