(Cuento)
En una ciudad de la antigua Persia había un muchacho que vivía solo en la casa heredada de sus padres y por nada en él mundo quería desprenderse de ella.
Frente a la casa del muchacho se alzaba él palacio de un avaro mercader, muy rico, que codiciaba la vivienda del joven. Tanta era su codicia que ya no podía dormir, pensando en él modo de apropiarse de la casa de su vecino.
Una mañana, él rico mercader se levantó muy contento. Había ideado un ardid que le haría dueño de la casa del muchacho. A mediodía fue a visitar a su vecino. Era una visita de cortesía. El muchacho, que era inteligente, le dijo:
–Ha sido usted muy amable, pero tal vez su visita sea más que simple cortesía. ¿En qué le puedo ser útil?
–Seré franco contigo –respondió hipócritamente él mercader.
–Tu casa es muy grande y yo necesito espacio.–¿No tiene lugar en su hermoso palacio? –preguntó el joven.
–Pues no; yo soy un mercader que deseo progresar y necesito mucho espacio para mis negocios, por eso quería pedirte un favor.
–¿De qué se trata?
–Necesito que me des lugar para guardar diez toneles de aceite. Te pagaré el alquiler. ¿Qué te parece?
–Comprendo –dijo el muchacho, –usted es muy amable y no quiere dar molestias sin retribuir. Pues bien, hay espacio en mi bodega. Puede usted traer sus toneles cuando le plazca. Aquí estarán como en su propia casa.
–Gracias, amigo –contestó el mercader. –Eres un buen amigo.
El rico mercader hizo que sus criados transportasen los diez toneles de aceite a la bodega del muchacho. Pasó el tiempo. Los toneles se llenaron de polvo y de telarañas.
Un día, mientras el joven estaba en su trabajo, el mercader entró con otros comerciantes a la bodega del muchacho para mostrar el aceite, mientras los demás estaban llenos hasta el borde. Simulando sorpresa, el mercader empezó a gritar: –Traición! ¡Mi vecino me ha robado! ¡Ha sido él! ¡Mi vecino me ha robado!
Salió corriendo y lo denunció a la justicia. Cuando el muchacho llego a casa, dos guardias lo esperaban para tomarlo preso. Ante el cadí, o juez, protestó declarándose inocente. El cadí lo puso en libertad para que buscase un defensor. Un anciano se ofreció para defenderlo.
–No robaste el aceite, ¿verdad? –le preguntó.
–Señor, yo no lo he robado.
–Entonces no te preocupes; yo te defenderé. El juicio se celebró pocos días después. El defensor dijo al cadí:
–Oh cadí, la defensa pide una prueba muy sencilla. Haz quitar el aceite de todos los toneles y te mostraré la inocencia de mi defendido.
–Eso ya se hizo –respondió el cadí –para calcular lo que faltaba.
–Pues tanto mejor, ahora sólo nos resta medir los pozos.
–¿Los pozos?¿Y para qué? –preguntó el cadí.–El aceite almacenado deja un sedimento, o pozo. Si todos los toneles estuvieron llenos, tendrán el mismo pozo. Pero si alguno no estuvo lleno tendrá un pozo más bajo.
El cadí admiró la sabiduría del defensor y mandó realizar la prueba pedida por la defensa. En efecto, el resultado fue que cinco toneles habían estado llenos y los otros cinco no.
El comerciante se vio perdido y trató de huir, pero los guardias se lo impidieron y lo llevaron detenido.
Así pagó él mercader su pérfida intención de calumniar al muchacho a fin de hacerle vender su casa para que le pagase el robo del que le acusaba. La sabiduría del viejo defensor impidió la injusticia.
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Cuentos, Mitos y Leyendas.
RandomViajar, saber, conocer, ver nuevos personajes, conocer nuevas tierras, interesarse en nuevas costumbres. ¿Qué hay más allá de las montañas? ¿Qué hay al otro lado del mar? ¿Qué hay más allá de las fronteras de la imaginación? En todas partes hay hé...