122 días...

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De nuevo él estaba ahí golpeando el suelo del pasillo con la punta del pie mientras tenía los ojos cerrados, las manos en los bolsillos del uniforme, los grandes audífonos cubriendo sus orejas, una forma rebelde y atractiva de ignorar al mundo. Ahí estaba yo observándolo a la distancia, desde el segundo piso de la escuela en el rincón solitario donde yo podía verle pero él no a mi pues las barandillas eran mis cómplices y la enorme libreta de dibujo completaba mi trabajo de esconderme tras las hojas cuando el giraba la vista a donde yo estaba. Habían pasado setenta y cuatro días con quince horas y veintitrés minutos desde la primera vez que nos vimos, desde que su presencia se volvió una angustiante sensación entre saber si era real o una ilusión la batalla campal que existía en mí.

Mientras terminaba los detalles de ese dibujo de su perfil rodeado de claveles terminé cambiando la hoja de golpe ante la presencia de uno de mis compañeros poniendo el dibujo de una chica curvilínea que se llevaría unas palmadas en la espalda de la más genuina felicitación ante mi masculinidad y virilidad, misma que desde hace setenta y cuatro días se estaba despidiendo.

Cuando la campana de salida sonó veinticuatro horas más habían pasado, corrí colocándome la mochila en la espalda hasta la parte trasera del gimnasio y asegurándome que nadie más me viera marqué una línea en la pared atravesando las demás, el día setentaicinco había llegado.

Les contaré la historia de cómo es que empecé a marcar este lugar como una especie de contador, o más bien que es lo que está contando. Hace setenta y cinco días conocí a Kyung Soo; conocernos sería un acto entre comillas pues tenemos un año cursando en el mismo edificio aunque él es mi superior y su clase es la de la planta baja. Ese día, el día cero, había recibido una carta de una chica de su clase para vernos justo en ese lugar tras los gimnasios. No me gusta alardear de ello pero últimamente se había vuelto costumbre que las chicas me citaran para poder confesarse. Al final accedí a ir después de clases y me senté a esperar en ese sitio solitario, tan lejos de curiosos.

Hubo un punto en que me cansé de esperar, giré el cuello un par de veces y cuando iba retirarme tres sujetos habían aparecido en escena. No ocupé pensar mucho para saber que ocurría ahí, eran estudiantes del mismo curso que la chica que supuestamente había enviado la carta.

—Alguien necesita recordarte que sin tu cara bonita no eres nada...—dijo uno de ellos sacando una navaja de su bolso y, vamos, aunque yo supiera pelear ¿Qué defensa tendía contra un arma? Solo me quedaba protegerme o escapar pero huir sería de cobardes así que me puse en guardia.

¡Ah! ¿Qué les puedo decir? ¿No es tonto que me meta en problemas solo por gustarle a otra persona? Yo ni siquiera he hecho algo para provocarles, apenas y hablo con el resto. Estos años así me han vuelto algo inseguro y terminé haciendo amistad con apenas dos personas que solo me palmean la espalda a sabiendas de mi situación ¡Hubiera dejado que me hicieran alguna "rajada" tal vez así dejarían de pasarme estas cosas! Me ahorrarían rechazar mujeres.

Ahí, en medio del apogeo de la pelea, los dos sujetos me habían sostenido y dramático había aceptado mi destino. Qué más da, me estarían haciendo un favor ¿No?

Cuando apreté los ojos el sonido hueco me hizo sorprenderme.

Los tipos a mi lado gritaron y ellos también fueron víctimas de su furia.

Con bate de madera en mano un chico había dado su merecido a los vándalos, y aun cuando me hubiera salvado debo decir que por su mirada aterradora yo también temí por mi vida. Él tiró de lado su bate mientras los tipos se arrastraban lejos de la escena advirtiéndole que pagaría lo hecho.

—Que seas presidente de la clase no te salva, Kyung Soo...—dijo uno de los últimos en huir pero él no se inmutó, solo les miró indiferente. Él relajó los hombros, recogió su propia mochila que había lanzado momentos antes y se sacudió un poco de polvo que había caído sobre su saco.

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⏰ Última actualización: Oct 22, 2016 ⏰

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