Érase una vez, en un reino al otro lado del charco, un castillo entero hecho de oro. Era pequeño, rico y poderoso, y en él todo el mundo gozaba de buenos privilegios y no había nadie que muriese de hambre.
Pero había un problema: un dragón de un país de oriente quería invadir ese país y quedarse en ese castillo, porque, cómo no, todos los dragones son unos seres muy avariciosos a los cuales nunca se les rompe el saco, y eso era algo bastante molesto. El único consuelo que tenía el reino era que, por suerte, el dragón nació sin alas y no sabía volar, por lo que nunca sería capaz de cruzar el charco para invadir su lujoso territorio. Menos mal.
Pero hablemos de la princesa. Porque para algo ella es la protagonista de esta historia, ¿no? Su nombre era Phoebe, y todo lo relacionado con las riquezas y los lujos le daba un poco igual. Vamos, que era la friki de las princesas de la época. Y, como no, sus padres, la corte y su pueblo la tachaban de loca y la evitaban en todo lo posible. Eso a ella también le daba un poco igual.
Una noche, a unas pocas horas de que amaneciese, se despertó, con ganas de comer algo. Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina a saquear la nevera. Una inusitada calma reinaba en el castillo, cosa que la mosqueó un poco, pero siguió andando, restándole importancia. Cuando llegó a la cocina, se extrañó aún más porque normalmente había alguien siempre vigilando. "Mejor para mí", pensó. "Así no tengo que andar aguantando broncas". Cogió una manzana, se sentó en una silla y empezó a devorarla.
PUM. Un temblor. PUM. Se estaba acercando.
Phoebe se levantó sobresaltada, preguntándose qué lechuzas era el causante de aquello. Su primer impulso fue mirar por la ventana, y no pudo creer que era lo que estaba visualizando. Allá, en el horizonte, se recortaba una figura humanoide, tan grande que su cabeza estaba cubierta por las nubes. Unos ojos rojos como rubíes brillaban a través de estas. Era un gigante.
Nerviosa, salió corriendo para avisar a sus padres y a todo aquel que se encontrase por los pasillos del palacio. No se cruzó con ninguna alma. Al llegar a la alcoba de sus padres, estos tampoco estaban. La habitación se hallaba como si no hubiesen pasado la noche allí. Encima de la cama, había unos papeles. Phoebe fue a cogerlos, y se encontró con un tratado de paz firmado por sus padres. Al acabar de leerlo, la princesa se sintió insultada, y, sobre todo, muy indignada. "Qué cabrones" pensó. Básicamente, el tratado acordaba qué, si el reino entregaba a Phoebe al dragón, podrían seguir con sus vidas normales y vivir en su lujoso país, con sus riquezas, sus caprichos diarios, su buena vida. Vamos, la habían vendido por unos buenos montones de oro.
PUM. PUM. El gigante seguía acercándose. A la princesa se le ocurrió una idea.
Cuando el gigante llegó al castillo, Phoebe ya le estaba esperando ante el portón.
― ¿Y tú de dónde vienes? ―preguntó al gigante. Cada fibra de su ser le pedía salir corriendo, pero ella se mantuvo firme.
― ¿Yo? Vengo de Oriente. El gran dragón Mushu me mandó cruzar el charco para ir a por ti.
―No, si ya, a esa conclusión he llegado yo también. ¿Y cómo decías que te llamabas?
―Orión, el cazador de monstruos.
―Vaya, conque Orión. ¿Pues sabes qué? A mi este castillo no me gusta nada, y tu jefe hasta hace poco amenazaba con invadirlo...
― ¿A dónde pretendes llegar? ―le preguntó el gigante.
―Pues mira, no me voy a andar con rodeos. Aquí, en este reino, ya solo quedo yo, lo he comprobado antes. Todo el mundo ha desaparecido. Y como soy la heredera al trono, el territorio me pertenece y puedo hacer lo que se me antoje con él. Pues bien, lo que te propongo es que te lleves el castillo. El oro es una material maleable y dúctil, y tú un gigante muy grande: puedes llevártelo muy fácilmente para dárselo a tu jefe, y así quedamos todos contentos.
―Pero, el jefe me ha mandado a por ti. Es a ti a quien me tengo que llevar.
―Yaaaa, ya lo sé, pero dime, Orión. ¿A ti que te gusta más? ¿Los castillos grandes y lujosos o las princesas esmirriadas como yo?
―Bueno, los castillos. Este es más bonito que tú.
― ¡Pues claro que sí! ¡Eso es lo que debes hacer! Llévate el castillo, y yo ya me iré por ahí y os dejaré en paz para siempre.
―Bueno, vale, me parece bien. Trato hecho.
Y así, el gigante empezó la labor de desmontar el castillo para así llevárselo. Y mientras, Phoebe cogió víveres, a su querido caballo y partió rumbo al este para encontrar nuevas tierras y vivir aventuras.
Al día siguiente, toda la corte y los súbditos volvieron al pequeño país, para encontrarse con que todo el oro había desaparecido. Todo lo que quedaba tenía un aspecto muy pobre y poco lujoso. En donde debería hallarse el portón del palacio, había una carta, la cual decía:
"Tranquilos, el dragón no volverá a amenazar a vuestro reino, porque el gigante Orión se lo ha llevado todo. Eso sí, el precio que habéis pagado por ello no ha sido mi vida, sino la vuestra. Que os vaya bien y hasta nunca".
Y así, Phoebe comenzó una nueva vida lejos de los sentimientos de la avaricia y lujuria que la presionaron desde niña, y no comió perdices porque era vegana. Lo que sí que comió fueron muchas manzanas, y fue muy feliz.
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Cuentos para niños y no tan niños.
RandomRecopilación de relatos random pero sólo hay un relato porque no volví a subir más.