Otra vez el chico lluvia ha amanecido en mi ventana.

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Depresión.

La primera vez que el chico lluvia apareció por mi ventana no me asusté, ni siquiera me molestó saber que se quedó toda la noche en forma de gotas en el cristal. Lo mismo es que me sentía sola y todavía no lo sabía. Tal vez llegué a apreciar su presencia, en el pasado. Y es que a pesar de ser la pura imagen de cualquier cosa etérea, llenaba mi habitación cada vez que asomaba su pelo blanco por las rendijas de mi ventana, mojadas por la lluvia; porque él solo viene cuando llueve o cuando estoy muy triste. O incluso ambas cosas a la vez.

Ayer, en un suave susurro me sopló al oído que se iba a vivir conmigo porque se sentía solo en los charcos del jardín. No lo había visto desde aquel entonces y en mi habitación solo reinaba mi soledad acompañada de buena música y las luces led que compró mi madre en el bazar hace una semana.

Caminé de puntillas hacia la escalera y la bajé como un gato, sin zapatos pero con calcetines, para amortiguar los pasos. La puerta del patio estaba entornada y dejaba entrever un rastro de luz en el suelo de la cocina. Me asomé al porche y me calcé las botas que estaban en el escalón, al lado de la escoba y la regadera oxidada.

Justo delante de mí, entre dos macetas crecía una pequeña flor silvestre, tosca pero con su encanto personal. Nadie la había plantado, estaba allí porque ella lo había decidido, aun sabiendo que no iba a durar mucho se aferraba a seguir viviendo ahogada entre las gotas. Y sin saber por qué, me entraron unas ganas increíbles de arrancarla; de ahorrarle el sufrimiento de que un asqueroso insecto le carcomiera las hojas en sus últimos día de vida. Aunque justo al alargar mi brazo hacia ella alguien me interrumpió.

  —Has venido —dijo el chico lluvia sorprendido, con el pelo pegado a la cara y los ojos llorosamente tristes, apareciendo tras una columna de la pérgola del jardín medio roída por el granizo de la semana pasada.   

  —Sí —murmuré con los labios entrecerrados por si alguien más me estaba escuchando—. Otra vez, tú y yo, juntos —y comencé a llorar en silencio.

  —Vayamos dentro —dijo mientas asentía recostada en su hombro empapado por la lluvia, mis mocos y mis lágrimas. Intenté recomponerme mientras volvía a sentir esa calidez vacía dentro del pecho.

Al llegar a la habitación se sentó sin decir nada en mi cama como si fuese suya. Dejándome a mí de pie y con una toalla en la mano que había encontrado en el baúl de las cosas de verano.

  —¿Qué hacemos ahora?

  —Nada.

Y sentenció a la habitación a un silencio sepulcral.

  Kata zutsū  //片頭痛// [recopilación de escritos sin sentido]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora