El Hombre del Rosario

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«Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo

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«Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo...»

Solo escucho susurros. Mis ojos aún se están acostumbrando a esta oscuridad.

Parpadeo. Parpadeo. ¿Dónde estoy?

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores —le escuché decir.

Desperté en una cama fría, dentro de una habitación húmeda. No tenía la más mínima idea de cómo había llegado hasta allí. Lo único que podía recordar era mi nombre y mi oficio, agente de policía. La estancia estaba alumbrada por la luz tenue de unas velas. Tan pronto pude, tomé una de ellas e iluminé a mi alrededor. La pintura de las paredes estaba deteriorada. Juraría que un hongo descontrolado estaba devorándolas sin piedad. La madera del armario estaba hecha una porquería. Hasta una leve brisa podría hacer que se descompusiera en sus partes. Todo un criadero de cucarachas, eso era.

No tenía ventanas, pero sí una puerta de madera en la misma condición que el armario. La empujé y el rechinar me pareció casi insoportable. Ante mí se abría un largo pasillo con puertas a ambos lados. El suelo estaba cubierto por suciedad, animales muertos y viejos recortes de periódico. Seguí avanzando con cautela. Busqué mi arma de reglamento, pero quien me hubiera llevado hasta aquel lugar me la había quitado. Intenté entonces descifrar dónde estaba. Parecía un hospital abandonado, pero no tenía ventanas por ninguna parte. Aunque los tapizados de las paredes me resultaban una incoherencia. ¿Un hotel, quizás?

Alrededor de mí podía escuchar pasos, murmullos. Sabía que no estaba solo.

—¿Quién anda ahí? Oficial de policía. Muéstrese —ordené.

No recibí respuesta.

Al llegar a la puerta opuesta a la de mi habitación, al final del pasillo, entré a una nueva sala más espaciosa. Había una lámpara derribada y una estantería repleta de libros polvorientos. También había un marco sin puerta por el que vi pasar a una persona. Tomé un viejo rifle de cazador que encontré en la pared y, sin perder tiempo, le seguí. Aun apresurando mis pasos, no fui capaz de alcanzarle. Grité para que se detuviese, pero el sujeto continuó tranquilamente su andar. El hecho de que llevara túnica no me inspiraba demasiada confianza, mas cuando llevas tanto tiempo en una profesión como la mía ya sabes qué esperar de la juventud ignorante y estúpida. Todo aquello no era más que un simple juego tétrico del cual se arrepentirían. Jugaron con la persona equivocada.

Una vez llegué a la intercepción, pude verlo al fondo de un nuevo pasillo. Una potente luz provenía de aquel lugar. Las llamas y sus sombras se reflejaban en las paredes.

—¡Quieto! ¡Ponga las manos en alto y nadie saldrá herido! —amenacé apuntando.

Nuevamente, fui ignorado.

Me adentré hasta aquella última estancia. Estaba decorada con cientos de velas en torno a la imagen de un santo. Otro santuario con la Sagrada Familia se encontraba un poco más a la derecha. Finalmente, una deteriorada pintura de la Virgen María me observaba desde el rincón. Era una escena espeluznante. El olor que desprendían las velas se mezclaba con un hedor putrefacto que solo anudaba las tripas. Un gotereo incesante se producía en alguna parte y seguía escuchando pasos.

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⏰ Última actualización: Oct 30, 2016 ⏰

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