Capítulo Único

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¿Recuerdas esa primera vez que nos vimos? Tú me odiabas tanto, y nunca supe por qué. En cambio, yo te adoraba tanto, te quise con todo y tus defectos, porque sí, Park ChanYeol. Tienes muchos.

Recuerdo con corazones el día que me dijiste...no, que me pediste perdón, fui tan feliz, no sabía exactamente a qué te referías, pero en tus ojos faltaba tanto un poco de luz que lo creí, me había propuesto hacer que tus ojos tuvieran chispa. Pero incluso el día de hoy, siguen así.

Sé con certeza que incluso el día de hoy, sea el día que encuentres esta carta entre mi ropa, tu vida sigue siendo una mierda, ese lugar al que me arrastraste. Pensé que sería la luz de tu camino, y tú mi sombra. Me consumiste de a poco, lenta y tortuosamente, como un cigarrillo en luna llena, con deleite, llenándote de satisfacción al mirar cada mañana mi rostro, perdiendo.
Me convenciste de un amor tan puro, a pesar de ser tú, a pesar de todo y todos. Me condujiste a renunciar a mis amigos, a quienes debí de hacer caso, a mi único familiar, a mí mismo.

Me hundí en un agujero negro, uno del que nunca pude salir.

La primera vez que nos besamos, tus suaves labios me trataron como la persona más delicada del mundo, con suaves roces que me estremecieron el alma. Podía ver tu rostro, podía sentir tu blanca cara entre mis manos y pegar nuestros labios, provocando esa explosión de dinamita y mariposas en mi vientre. Me sentía especial cuando me sonreías.

El beso número trescientos veintidós, en el día quinientos doce de nuestra relación fue diferente. Ese día llegaste enfuruñado de tu trabajo en aquél bar que yo tanto odié, tiraste una lámpara haciendo que tu mano derecha sangrara, me llamaste zorra y me aventaste al suelo mientras las lágrimas empezaban a hacer acto de presencia. Rompiste mi camisa favorita. Con una cachetada en mi pómulo izquierdo, la sangré brotó escasamente, pero ardió como el demonio. Me quitaste la ropa y me violaste mientras yo imploraba piedad, mis lágrimas brotaban como flores al amanecer. Con tu puño me sacaste el aire, rompiste algo más que solo el labio y el pómulo. Solo era la primera vez.

Me acostumbré al amargo sabor de la sangre, a tus lejanos gritos, a tus dulces golpes por todo mi cuerpo.
Ralmente no sé porqué no solo corrí de allí.
Tuve la oportunidad de alejarme, pero te imaginaba.
Mi mundo se reducía a una persona. Tú.

Acepté ser otra persona por ti. Me culpaste y lo acepté. Me mentí por ti.
Te amé como tú nunca podrás hacerlo, con ilusiones limpias, anhelando solo un poco de paz en nuestras vidas. Todas aquellas veces que seguiste con eso, miré perdidamente al mundo. Mi piel era un lienzo en blanco para ti. A ti te encantaba utilizar tu puño y no los dedos.

En nuestra tercer navidad, me había sentido un poco mejor. Llevabas una semana sin tratarme mal. Me alegré al pensar que había logrado pasar aquella prueba.
Me permití llorar de emoción, lo estaba logrando.

A las doce con tres minutos de la madrugada, me volviste a besar como la primera vez.
Me perdí en los brazos cálidos que me rodeaban, en los fuegos artificiales que cegaron mi mente de toda razón, porque eran eso, artificiales. Aquella dulzura en tu boca no era mas que una bonita mentira más.

Mi corazón dió tantas vueltas, de tantas maneras, con tantos modos. Porque al final de todo, volvías a arrancarme la ropa con rudeza, me penetrabas como un maldito animal, me desgarrabas casi literalmente, la sangre siempre salía de mí.

Yo, a pesar de todo, que te recibía con un abrazo, tarde tras tarde, buscando un perdón que no existía. Que tú inventaste.
Esa luz que una vez hubo en mí, estaba enterrada en el pasado, como las buenas cosas.

S T R O N G E R. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora