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El primer mes pasó rápido entre clases y trabajo. La vida en Asunción era completamente distinta a lo que él estaba acostumbrado. En el campo todo era más tranquilo, más relajado, los tiempos eran más largas y las horas parecían durar mucho más, la escuela era divertida, no era demasiado difícil y tenía muchos amigos, y aunque también trabajaba ayudando a su abuela en las cosas de la casa —o a alguna vecina o a don Manú con sus vacas—, el trabajo con su tío era mucho más agotador. En la escuela seguía sin hacer muchos amigos y las cosas le resultaban dificilísimas, las cuentas eran con números mucho más grandes y complicados, la lectura y escritura en español le resultaba difícil. La maestra mandó llamar a su tía y le dijo que mejor le bajaban de grado porque su preparación era muy básica, así que de estar en sexto tuvo que bajar al quinto, lo que hizo que muchos compañeros se burlaran de él. Además de eso, el calor por las siestas y las tardes lo agotaba muchísimo, en el campo también hacía calor pero no se sentía de esa forma, y cerca de las seis de la tarde amainaba, sin embargo, allí nunca menguaba, ni temprano en las mañanas ni tarde en las noches. Miguelito le preguntó a su maestra por qué era eso en una de las clases de ciencias y ella le respondió que era debido a la tala de árboles.

Eso llevó a Miguelito a pensar en el árbol de mango, en la fruta y en la niña, Yeruti. Dos veces por semana su tío iba a cuidar el jardín de la casa gigante —los martes y los jueves—, y esos eran los días favoritos de Miguelito, que siempre buscaba la forma de ir a comer algunos mangos para mirar y sonreír a la niña que lo observaba desde la ventana. Ella no había vuelto a bajar, pues su niñera, Juana, no se lo permitía. De todas formas, cada tarde antes de volver a casa, Miguelito elegía las dos mejores frutas y se las dejaba a Juana para que las refrigerara y luego se las diera a Yeru, la mujer le sonreía con afecto y lo hacía. Los demás días iban a trabajar en otros jardines, y a esas alturas, Miguelito ya había aprendido algunas cosas de jardinería y su tío parecía muy conforme con su trabajo.

Aquel jueves en la noche, luego de una ardua jornada de escuela y trabajo, mientras el niño estudiaba unas lecciones que debía saber para el día siguiente, oyó una conversación entre sus tíos.

—¿No viste lo que pasó en la tele? —preguntó la mujer.

—No, ¿qué? —inquirió el hombre.

—Parece que amenazaron al Juez Salazar —susurró la mujer, pero aun así en esa casa de ladrillos huecos y chapas, Miguel y Luis, que también estudiaba en la habitación contigua, alcanzaron a escuchar.

—Algo de eso me dijo el guardia hoy —explicó el hombre—. Redoblaron la seguridad de la casa, nadie puede entrar ni salir con tanta facilidad y los chicos deben ir a sus clases con guardaespaldas y esas cosas —añadió—, pero no sabía por qué era eso.

—Y según la tele dicen que mandó preso a un narcotraficante muy importante, y seguido de eso ya empezó a recibir amenazas sobre él y su familia —explicó la mujer.

Desde abajo (Mangoguype)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora