Astral

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Madrid, 23 de octubre de 2016

Seamos sinceros. Hasta ahora, no teníamos ni puñetera idea de la tragedia que se vive cada día en el Mediterráneo. Y menos mal, menos mal que Jordi Évole ha vuelto. Y lo ha hecho en silencio, dejando el protagonismo a otros, a los salvadores, esta vez a bordo del Astral, un yate de lujo que algunos, con buen corazón y lucidez, que de eso hay más bien poco hoy en día, decidieron convertir en un barco de salvamento marítimo de refugiados.

En ese mar que tan cerca nos pilla, y en el que tanto nos bañamos, y yo el primero, murieron 4.500 personas ahogadas solo en 2015. Y si esto sigue así, es posible que deje de llamarse Mar Mediterráneo para pasar a ser el Mar Rojo. Un mar teñido de sangre porque, unos hijos de la gran puta, decidieron que las vidas de esas personas no merecían ser vividas. Y esos que acabo de mencionar, son aquellos que tienen en sus manos, en un solo clic, su futuro y el de su familia.

Estamos viviendo una tragedia de dimensiones enormes, que quedará grabada en la historia y cómo no hagamos algo, serán nuestros descendientes los que nos preguntarán, "¿y qué cojones hacíais mientras esto ocurría?"

Me pregunto si algo cambiará a partir de ahora, aunque lo dudo. Porque usted, como otros muchos, pequeño burgués, seguirá viviendo el día a día con la única preocupación de saber si mantendrá su trabajo y su sueldo. Porque su vida y la de su familia, al menos, la tiene garantizada. Y no querrá que vengan otros de fuera, porque probablemente tengan más capacidades que usted y yo juntos, basta con ver el nivel de inglés de la gente del que, mal llamamos, tercer mundo. Lo que no tienen es la oportunidad de demostrar su talento.
Pero usted, se olvida, de que ellos son infinitamente más generosos que nosotros, y que las fronteras territoriales en el mundo, las puso el ser humano. La Tierra es de todos. Europa es de todos. Dejemos de mirar solo por nuestro culo, ahí fuera hay gente que sufre la barbarie humana cada día, y eso tiene que ver con nosotros y nuestra actitud pasiva ante el conflicto. No hay derecho más importante que el derecho a vivir.

¿Cuántas vidas inocentes se han perdido ya en el Mediterráneo?
O peor aún,
¿cuántas más se han de perder para que algunos se den cuenta y hagan algo?

A veces, uno pierde la esperanza. Imagínese lo poco que le queda a esa gente para jugarse la vida en medio del Mediterráneo. Pero usted no lo va a sentir, ni siquiera lo va a imaginar, porque no está en medio del mar, está en el sofá del salón de su casa. Y ese el principal problema. Eso es lo que le distancia de esos individuos que mueren en el mar, en medio de bombas... Y es que puede que a veces usted no lo piense, pero esas personas son de su misma especie. También tienen sueños, miedos y esperanzas. Es increíble la inhumanidad de la especie humana, en concreto, de aquellos que hacen negocios con la vida de las personas. Porque, al fin y al cabo, los refugiados, para algunos, son un negocio redondo. Como el cáncer y, por desgracia, otras muchas cosas.

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