Hace un tiempo que la conocí. La acechaba como un gato garduño, pendiente de cada uno de sus movimientos, hasta solía entrar en su casa y ella no se percataba de mi presencia.
Han pasado demasiadas épocas y modas por mis huesos y estoy acostumbrado a ver belleza donde otros solo ven fealdad, pero he de reconocer que ella era bella, muy bella.
Aún recuerdo con total nitidez el día que sus ojos esmeralda se clavaron en los míos; aquel fatídico día...
Desde aquel momento ocupé mi tiempo en memorizar cada paso que daba, a saber en qué ocupaba cada momento de su vida. Solía levantarse de la cama a las 6 y media, su cascada de rizos dorados ondeaba a cada uno de sus pasos hacia el lavabo. Desayunaba en pijama; una vez la oí contarle a las plantas del balcón que era uno de sus mayores placeres. Los días laborales se marchaba a trabajar en el almacén de una papelería local. No veía a nadie, ni siquiera a sus propios jefes; todo el mundo tenía la absoluta certeza de que haría un gran trabajo ordenando y catalogando, así que nadie se molestaba en controlar su trabajo. Recuerdo que una vez contó que estaba enamorada de las voces de los clientes; conocía sus tics, cuando estaban tranquilos y cuando nerviosos, qué materiales eran sus favoritos, cuando se decidían a probar otra marca distinta...
Sin duda Elisa era una persona atenta a la que nadie, excepto yo, prestaba atención. Al salir de su trabajo iba a casa directamente. Su refugio era pequeño, ubicado en un pequeño pueblo de Inglaterra. Lo más característico de aquella casa era que casi todas las habitaciones tenían las paredes llenas de libros. Ella solía sentarse cada día, a las 5 de la tarde, en la mesita del salón con un libro en una mano y una taza de té en la otra. Creo recordar que después veía una película antes o durante la cena.
Y caía la noche.
Se metía en la cama y comenzaba a dar vueltas. Solía escuchar música, pero sus pensamientos sonaban más altos que cualquier canción que pudiera escuchar.
Tic, tac.
El reloj de la pared sonaba y ella se abandonaba en sus propios pensamientos.
<< ¿Por qué?>> <<¿¡ Por qué!?>>
Tic, tac.
Y ahí llegaba la primera lágrima, la primera de mar de lágrimas que lloraría esa noche, como todas las noches. Y es que la chica solitaria, esa en la que todo el mundo confiaba en su trabajo, aquella que hablaba con las plantas, esa, se hundía en llanto cada noche. Muchas veces lloraba por costumbre; otras era culpa de su monstruo.
Tic, tac.
Su monstruo dormía bajo su cama. Ella se lo quiso dejar en casa de sus padres, pero siempre fue demasiado buena y no pudo abandonarlo. De hecho, cuando se fue de su casa lo abrazó tan fuerte que el mundo pensaba que eran uno. La acompañaba a todos lados: al trabajo, mientras leía, mientras tomaba el té. Sin embargo, durante ese tiempo el monstruo estaba callado, pero llegaba la noche, y la noche ya era otra historia...
Tic, tac.
Empiezan a ahogarla los recuerdos de cuando era feliz. Nunca imaginó que esos momentos la harían llorar. Ella sabía que no debía hacerse ilusiones, que ella había nacido para estar sola. Sin embargo, lo hizo, soñó y se confió. Estaba tan segura de que esta vez no se iba quedar sola y, sin quererlo, la empujó una vez más el impulso de volver a intentarlo. Otra vez más cayó, pensando que ella misma traía la mala suerte a su vida. Se alejó de todas las personas que había considerado sus amigos y decidió no volver a entablar amistad con nadie, no volver a hacerle daño a nadie, y así abrazó su soledad.
Tic, tac.
ÉL.
Ahora ella estaba muy cerca de mí. Él estaba en su mente, como cada noche. Sin embargo, esa noche había tomado una decisión; cogió su teléfono y buscó a sus dos únicos contactos: "Mom" y "He". Cuando se dio cuenta ya estaba redactando ese corto mensaje para él:
"Te echo de menos. Te echo muchísimo de menos. Por favor, por favor... Te quiero, después de 5 años te sigo queriendo..."
Pero ese mensaje que Elisa escribió nunca llegó a su destinatario.
Miró como amanecía y se imaginó a aquel él abrazado a una mujer, mientras ella lloraba su ausencia, mientras a ella no había amanecer que no la encontrara llorando. Y entonces me sonrió; se aproximó a mí, me tocó con sus propias manos. Se despidió del monstruo de debajo de su cama y se fue. Yo creía que vendría conmigo, pero no fue así. La suelo ver muy de lejos cuando trabajo por su zona y, a veces, como si de un espejismo se tratase, la veo hasta feliz.
Puede que te preguntes quién soy yo, pero no te preocupes ya nos encontraremos y espero que, querido lector, seas muy anciano.
Para los que no olvidamos aunque se nos pudra el corazón...
El crisol. Skunk D.F.

ESTÁS LEYENDO
Donde habita la ausencia
ContoElisa se embriaga cada noche con un cóctel de ausencia y soledad. Los peligros que la acechan no están en la calle, están donde no lo sabe nadie, en ese lugar que hace mucho tiempo que no le muestra a ninguna persona...