EL OTOÑO DE LA INOCENCIA

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EL CUERPO 1

   Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar. Son cosas de lasque uno se avergüenza, porque las palabras las degradan. Al formular de maneraverbal algo que mentalmente nos parecía ilimitado, lo reducimos a tamaño natural.Claro que eso no es todo, ¿verdad? Todo aquello que consideramos másimportante está siempre demasiado cerca de nuestros sentimientos y deseos másrecónditos, como marcas hacia un tesoro que los enemigos ansiaran robarnos. Y aveces hacemos revelaciones de este tipo y nos encontramos solo con la miradaextrañada de la gente que no entiende en absoluto lo que hemos contado, ni porqué nos puede parecer tan importante como para que casi se nos quiebre la voz alcontarlo. Creo que eso es precisamente lo peor. Que el secreto lo siga siendo, nopor falta de un narrador, sino por falta de un oyente comprensivo.Tenía yo casi trece años cuando vi por primera vez a una persona muerta.Ocurrió en mil novecientos sesenta, hace ya mucho tiempo... aunque, a veces, nome parece tanto. Sobre todo, cuando despierto de noche tras haber visto en sueñosel granizo que caía en sus ojos abiertos. 

  2:  En Castle Rock teníamos una casita junto a un olmo que se alzaba en un ampliosolar. Ahora hay allí una empresa de mudanzas y el olmo ha desaparecido.Progreso. Nuestra casa del árbol era una especie de club social, aunque no teníanombre. Íbamos al club unos cinco o seis chavales fijos y algunos otrostontorrones que solían merodear por allí y a los que solíamos dejar subir cuandohabía una partida de cartas y necesitábamos nuevas víctimas. Jugábamos casisiempre a las veintiuna, cinco centavos límite; pero podías ganar el doble con lajota y cinco cartas... o triple con seis cartas, aunque Teddy era el único tandemente como para arriesgarse a eso.Habíamos hecho las paredes de la casita con tablones que sacamos delmuladar que había detrás del almacén de madera y material de construcción deCarbine Road (estaban astillados y llenos de agujeros de los nudos de la maderaque habíamos taponado con papel higiénico y servilletas de papel), y el tejadoera de hojalata; lo sacamos del mismo lugar, sin perder un segundo de vista alperro, que teóricamente era un gran monstruo devoraniños. En el mismo sitiotambién, y el mismo día, encontramos una portezuela de tela metálica. Impedíael paso a las moscas, pero estaba realmente herrumbrosa; quiero decirabsolutamente herrumbrosa. Fuera cual fuera la hora del día a la que miraras alexterior por ella, siempre parecía la hora del ocaso.Además de ser un buen sitio para jugar a las cartas, nuestro club lo eratambién para fumar cigarrillos y mirar libros de mujeres desnudas. Teníamosuna media docena de ceniceros abollados de lata, con la palabra CAMEL en elfondo, una cantidad considerable de fotos de las páginas centrales de revistasclavadas a las astilladas paredes, veinte o treinta barajas viejas (a Teddy se lasproporcionó su tío, que llevaba la papelería de Castle Rock; cuando este lepreguntó un día a qué jugábamos, le contestó que a una juego de cartas llamadocribbage, y a su tío le pareció bien), una serie de fichas de plástico, de póquer, yun montón de revistas con historias policíacas que dejábamos siempre por allípara cuando no había otra cosa en que entretenerse. También habíamos hecho uncompartimiento secreto de veinticinco por treinta centímetros bajo el suelo, paraesconder todo este material en las contadas ocasiones en que el padre de algunode los chicos decidía que era hora de darse una vueltecita por nuestro club, yasabes, esa costumbre de los mayores de « hay-que-ver-qué-buenos-colegassomos». Estar en el club cuando llovía era como estar en el interior de un tamborjamaicano... pero aquel verano no llovió.Según los periódicos, era el verano más caluroso y seco desde milnovecientos siete, y el último viernes de vacaciones, víspera del Día del Trabajo,hasta las varas de oro de los campos y las cunetas de los caminos, estabanresecas y sedientas. Aquel verano, ningún huerto había producido lo suficientepara hacer conservas, y las grandes estanterías de material de enlatado de Red &White de Castle Rock esperaban en vano acumulando polvo. Nadie tenía grancosa que conservar aquel verano, a no ser que quisieran hacer vino de diente deleón.Pues, aquel viernes que digo, por la mañana estábamos en el club Teddy,Chris y yo, mirándonos lúgubremente y lamentándonos del inminente principiode curso y jugando a las cartas e intercambiando los manidos chistes de siempresobre vendedores y franceses. (« ¿Cómo sabes que ha pasado un francés por tucorral? Bueno, porque los cubos de basura están vacíos y el perro preñado.»Teddy intentaba hacerse el ofendido, aunque él era el primero en transmitir unchiste en cuanto lo oía, pero sustituy endo a los franceses por polacos.)El olmo daba buena sombra, pero nos habíamos quitado las camisas para nosudarlas demasiado. Estábamos jugando al scat, uno de los juegos de cartas másestúpidos que se hay an inventado; hacía demasiado calor para pensar en algo más complicado. Hasta mediados de agosto se formaban siempre buenas yconcurridas partidas, pero a partir de entonces los chicos se dispersaban.Demasiado calor.Me tocaba a mí y pintaba picas. Había empezado con trece, conseguido unocho para hacer veintiuna y no había pasado nada desde entonces. Robó Chris.Tomé mi última mano: nada que mereciera la pena.—Veintinueve —dijo Chris.—Veintidós —dijo Teddy, con cierto disgusto.—A la porra —dije yo, y eché las cartas en la mesa boca abajo.—Gordie fuera, el bueno de Gordie agarra la bolsa y se larga —trompeteóTeddy y soltó su especial risa patentada Teddy Duchamp, iiii, iiii, iiii, que sonabaigual que un clavo oxidado raspando madera podrida.Todos sabíamos que Teddy era raro. Tenía nuestra misma edad, casi trece,pero entre las gafas gruesas y el aparato del oído, parecía un viejo. Los chicosintentaban siempre gorrearle cigarrillos en la calle, engañados por el bulto de lacamisa, que, en realidad, era la batería del aparato del oído.Pese a las gafas y al botón color piel enroscado siempre en su oído, no veíademasiado bien ni entendía siempre lo que le decías. Para jugar al béisbol, lecolocábamos entre Chris, que se situaba en el jardín izquierdo, y Billy Greer, quelo hacía en el derecho. Y luego nos limitábamos a esperar que no le llegaranunca la pelota, porque, la viera o no, se iría detrás de ella. Alguna que otra vez,de todos modos, recibía un buen porrazo y en una ocasión se dio de morroscontra la cerca de nuestro club y se desmayó. Se quedó allí de espaldas con losojos en blanco casi cinco minutos; yo me asusté. Luego volvió en sí y empezó adar vueltas, sangrando por la nariz, con un gran chichón en la frente y lanzandoinsultos contra la pelota.Sus defectos de visión eran de nacimiento, aunque no así su sordera. Poraquella época estaba de moda llevar el pelo muy corto, de forma que las orejasparecían las asas de un cántaro, bien descubiertas; pues Teddy fue el primero enllevar el pelo estilo Beatles cuatro años antes de que en Estados Unidos seempezara a oír hablar de este conjunto. Sus orejas parecían dos grumos de ceracaliente, por eso las llevaba tapadas.Cuando Teddy tenía ocho años (cuatro años antes de aquel verano) su padrese enfureció con él porque rompió un plato. Su madre estaba trabajando en lafábrica de calzado de Sooth Paris cuando esto ocurrió, y cuando se enteró de losucedido y a no podía hacer nada.Su padre le agarró, le llevó a la gran cocina de leña que había detrás de lacocina de su casa y le sujetó la cabeza de lado contra la plancha de hierroardiente. Le tuvo así unos diez segundos, le alzó luego la cabeza tirándole del peloy le colocó del otro lado. Llamó a continuación al centro médico, a la unidad deurgencias, para que fueran a buscar a su hijo. Colgó el teléfono, fue al armario,agarró su 410 y se sentó con él sobre las rodillas a ver la tele. Cuando llegó laseñora Burroughs, la vecina de al lado, a preguntar si le pasaba algo a Teddyporque le había oído llorar, el padre de Teddy le apuntó con el arma. La mujersalió disparada de casa de los Duchamp, aproximadamente a la velocidad de laluz, se encerró con llave en su propia casa y llamó a la policía. Cuando llegó laambulancia, el señor Duchamp dejó pasar a los enfermeros y volvió al porchede atrás para hacer guardia mientras llevaban a Teddy en camilla a laambulancia.El padre de Teddy explicó a los enfermeros que, aunque los malditos oficialesdecían que la zona estaba y a limpia, seguía habiendo alemanes emboscados portodas partes. Uno de los enfermeros le preguntó si creía que podría resistir. Élsoltó una sonrisita y repuso que si hacía falta resistiría hasta que el infierno seconvirtiera en concesionario de neveras Frigidaire. El enfermero le saludó y elpadre de Teddy le dio una palmada en la espalda. A los pocos minutos de haberpartido la ambulancia, llegó la policía y relevó del servicio al señor Duchamp.Llevaba un año haciendo cosas raras como disparar a los gatos y quemarbuzones, y después de esta última atrocidad, celebraron un juicio rápido y lemandaron a Togus, que es un hospital para veteranos del Ejército. Togus es dondete corresponde ir cuando a tu caso se le aplica el artículo ocho. El padre de Teddyhabía tomado la playa de Normandía, y esa era la explicación que daba nuestroamigo. A pesar de todo lo que le había hecho, estaba orgulloso de su viejo yacompañaba siempre a su madre a visitarle todas las semanas.Creo que era el chaval más simple de los alrededores, y además estabacompletamente chiflado. Corría los riesgos más absurdos que puedas imaginar yconseguía salir indemne de ellos. Lo más increíble era lo que él llamaba« regatear camiones» . Corría delante de ellos por la carretera, a escasosmilímetros a veces. Sabe Dios los infartos que provocaría, y se reía mientras elgolpe de viento del camión agitaba su ropa al pasar. Nosotros nos asustábamosmucho, porque tanto con las gafas de culo de botella como sin ellas veía bastantemal. Creíamos que era solo cuestión de tiempo el que uno de aquellos camionesle atropellara. Y había que tener sumo cuidado a la hora de desafiarle a algo,porque no se le ponía nada por delante.—¡Gordie fuera, iii, iii, iii!—¡Mierda! —dije, y abrí una revista para leer mientras ellos seguíanjugando. Empecé a leer « Mató a la linda estudiante a patadas en el ascensor» ya los pocos minutos estaba enfrascado en la historia.Teddy recogió sus cartas, les echó una mirada rápida y dijo:—Cierro.—Asqueroso cuatro ojos de mierda —gritó Chris.—El asqueroso cuatro ojos tiene cien ojos —dijo Teddy muy serio, y tantoChris como y o soltamos la carcajada.Teddy nos miró un poco sorprendido, como si se preguntara de qué nosreíamos. Esa era otra de sus cosas, siempre tenía salidas como lo de « elasqueroso cuatro ojos tiene cien ojos» y nunca podías estar seguro de si seproponía hacer gracia o era pura casualidad. Nos miraba con el ceño fruncido, mientras nos reíamos, como diciendo: « Bueno, ¿y qué pasa ahora?» .Teddy tenía trío de jotas, dama y rey de trébol. Chris tenía solo dieciséis yquedaba eliminado.Teddy estaba barajando a su modo desmañado y yo estaba llegando a laparte más emocionante de la historia (en la que el marinero perturbado de NuevaOrleans le hace el zapateado especial a la estudiante del Bry n Mawr Collegeporque no soporta los lugares cerrados), cuando oímos que alguien subía a todaprisa la escalera, y, acto seguido, una llamada en la trampilla.—¿Quién va? —gritó Chris.—¡Vern! —parecía nervioso y jadeante.Me acerqué a la trampilla y solté el cierre. La trampilla saltó hacia arriba yVern Tessio, otro de los asiduos del club, saltó al interior. Sudaba a mares y teníael pelo, que llevaba siempre en una perfecta imitación de su ídolo de rock-androllBobby Ry dell, chorreante y revuelto.—¡Ay ! ¡Buf! —resolló—. ¡Esperad que os lo cuente..., esperad!—¿Que nos cuentes qué? —le pregunté.—Dadme un respiro, por favor. Vengo corriendo desde mi casa sin parar.—He venido corriendo todo el camino desde casa —canturreó Teddy, en unespantoso falsetto Little Anthony—. Solo para decir que lo sieeento.—Vete a la mierda —dijo Vern.—Estoy muy cerca de ella —le contestó Teddy sagazmente.—¿Has venido corriendo desde tu casa sin parar? —preguntó Chris incrédulo—. Oy e, tío, estás chiflado. —Vern vivía a unos tres kilómetros—. Latemperatura debe llegar a los cuarenta grados ahí fuera.—Merecía la pena —dijo Vern—. Por Cristo bendito que no os lo vais a creer.En serio.Hizo un gesto de jurar, como para asegurarnos su absoluta sinceridad.—Bueno, bueno, ¿qué? —dijo Chris.—¿Os dejarían dormir fuera en la tienda esta noche? —nos miraba serio yanhelante. Sus ojos parecían dos uvas pasas hundidas en círculos de sudor—.Quiero decir si pedís permiso a vuestros padres para acampar al aire libre detrásde mi casa, en el campo...—Sí, creo que sí —dijo Chris, tomando las cartas y mirándolas—. Claro quemi padre está de malas. Bueno, ya sabéis, la bebida.—Tienes que conseguir que te deje —dijo Vern—. De verdad que no vais acreerlo. ¿Y a ti, Gordie, crees que te dejarán?—Supongo que sí.

  Normalmente solían darme permiso para cosas así... la verdad es quedurante todo el verano había sido una especie de Chico Invisible. Mi hermanomay or, Dennis, había muerto en abril en un accidente. Fue en Fort Benning,Georgia, pues estaba en el Ejército... Iba con otro tipo en jeep al almacén y uncamión militar les dio de costado. Dennis murió en el acto y su pasajero seguíatodavía en coma. Dennis habría cumplido veintidós años a la semana siguiente.Yo y a había elegido una tarjeta de felicitación para él.Lloré cuando me lo dijeron y también lloré en el funeral y no podía creerque Dennis hubiera muerto, que alguien que solía darme cachetes o asustarmecon una araña de goma hasta hacerme llorar, y darme un beso cuando me caíay me raspaba las rodillas y sangraba y decirme al oído « Vamos, deja y a dellorar, niño» ..., que aquella persona que me había tocado, pudiera habermuerto... y mis padres parecían absolutamente vacíos. Para mí, Dennis habíasido poco más que un conocido. Me llevaba diez años, comprendes, y tenía suspropios amigos y compañeros de clase. Claro que comimos en la misma mesadurante muchos años y que a veces fue mi amigo y a veces mi torturador, perola mayor parte del tiempo fue, bueno, simplemente un individuo. Cuando murió,llevaba un año fuera, quitando un par de permisos que había pasado en casa.Hasta mucho tiempo después no comprendí que en realidad había llorado másque nada por papá y por mamá, aunque no creo que mi llanto nos beneficiaramucho ni a mí ni a ellos.—Bueno, ¿vas a decirnos de una puñetera vez de qué se trata o no, Vern? —preguntó Teddy.—Cierro —dijo Chris.—¿Qué? —gritó Teddy, olvidándose por completo de Vern—. ¡Mentiroso demierda! ¡Es absolutamente imposible, no puedes hacerlo!Chris sonrió con aire de superioridad.—Anda, roba, imbécil.Teddy tendió la mano hacia el montón de cartas, Chris tendió la mano hacialos Winstons de la repisa que había detrás de él. Yo me incliné para recoger mirevista.Vern Tessio dijo entonces:—Bueno, ¿queréis o no queréis ver un cadáver?Todos quedamos paralizados.  

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⏰ Última actualización: Nov 03, 2016 ⏰

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