Los cálidos rayos del Sol se hacían paso entre la ventana y atravesaban los pequeños agujeros de la persiana, dándome directamente en la cara. Me levanté sudada debido el excesivo calor provocado por el calentamiento global y el cambio climático. Me dirigí a mi monótono armario y escogí cuidadosamente la ropa. Cogí un tanga negro de encaje y un sujetador palabra de honor del mismo color. Luego un vestido que me llega hasta las rodillas del color ya dicho con un cinturón blanco en la cintura. Mi madre seguía durmiendo y preferí no despertarla. Me metí en el baño, me quité el sudado pijama y lo eché en el cubo de la ropa sucia. Miré mi torso denudo en el espejo. Es más bonito que el de cualquier chica y, sin embargo, los chicos ni me miran.
Abrí el grifo del agua caliente y esperé a que se llenara la bañera. Ya llena, me metí y un poco de agua se desbordó mojando el suelo. El vapor comenzaba a empañar el espejo. Es irónico, ¿no? Muriéndome de calor y metiéndome en una sauna. Dicen que el fuego se combate con fuego y nadie es más literal que yo. Todo se me nubló por completo. Logré vislumbrar un rostro de una niña. Cada vez lograba ver más pero aún era muy oscuro. Una niña de unos siete años estaba de pie, con un peluche de un oso. Ella estaba sucia, al igual que el objeto y estaba al borde del llanto. A su alrededor todo estaba destrozado. El lugar me resultaba un poco familiar pero no logré descubrir qué era. Un hombre, vestido de militar, se acercó a ella, cogió su pistola, se la puso en la cabeza a la pequeña y apretó el gatillo.
Abrí los ojos, con las lágrimas quemándome las mejillas y mi corazón latiendo fuertemente debajo de mi pecho. Me hundí completando en la bañera un momento, para relajarme. Ya más tranquila, me levanté, vacié la bañera, me sequé y me vestí. Salí y un impresionante olor inundó mis fosas nasales. Café y tortitas. Entré por la puerta de la gran cocina, acabada de reformar y diseñada por Jaime Hayón. Demasiado contemporáneo para mi gusto pero tengo que reconocer que es bonito. Mi madre estaba de espaldas.
-Buenos días- Saludé, sobresaltándola.
Tenía ya el desayuno en la mesa, me senté y comencé a devorarlo. Ella se unió a mí.
-He pensado en irnos al centro comercial, comprar lo que queda para que empieces el instituto y algún vestido nuevo- comentó animada.
-Genial- contesté con la poca sangre que me acompañaba desde mi nacimiento y que compartía con mi difunto padre.
-He pensado que podrías comprarte algo más... No sé, diferente.
-¿Diferente?- levanté la mirada.
-Ya sabes, algo más... Alegre. Desde que falleció tu padre solo vistes de negro, eso asusta a la gente, ¿sabes? No fue culpa tuya lo que pasó- puso su mano sobre la mía pero yo la aparté.
-Claro que no fue culpa mía- levanté la voz -fue solamente tuya. Si no le hubieras llamado para que te fuera a buscar un simple vestido a la tintorería de mierda, él aún seguiría aquí.
Y me levanté, con lágrimas en los ojos, saliendo de la cocina y metiéndome en mi habitación. He sido cruel, lo sé, pero me saca mucho de mis casillas. Siempre saca el mismo tema y ya estoy harta. Claro que no fue culpa mía. Me llevó años de psicólogo entenderlo pero ya soy lo suficiente mayor como para saberlo. Mi madre seguramente se quedó en la cocina, llorando. Rápidamente me sentí culpable y comencé a llorar más. Me levanté y fui a la habitación donde acaba de tener ese altercado. Dicho y hecho. Mi madre estaba inmóvil y unas pocas lágrimas recorrían su rostro. Me acerqué a ella y la abracé mientras le susurraba perdón al oído. Ella repitió mi palabra y me abrazó aún más fuerte.
-Venga, preparémonos para irnos- dije sonriendo.
Me miró y sonrió. Se levantó y comenzó a recoger los platos pero se los quité y comencé a lavarlos. Yo ya estoy preparada y ella aún no, así que no me cuesta nada. Acabé bastante rápido, ella aún se estaba alisando el pelo así que me tocaba esperar. Me senté en el sofá y encendí la televisión. Hice zapping durante bastante tiempo intentando encontrar algo interesante, pero algo me llamó la atención. La misma imagen que había visto en el baño volvía a aparecer. La niña, el soldado, la pistola... Me levanté y me acerqué un poco. Una bandera rusa ondeaba por detrás. Los civiles gritaban, llenos de sangre, mientras que los bárbaros militares descargaban sus cargadores contra ellos. La imagen cambió, ahora un chico de, más o menos mi misma edad, se encontraba en el suelo, herido por una bala en el vientre. Una persona, a la que no pude ver su cara, se encontraba con él. Le ponía las manos en la herida mientras lloraba y se lamentaba.
-¿Qué haces?- la voz de mi madre me sobresaltó y giré mi cabeza hacia ella.
-Mira qué programa tan curioso- le exigí, pero cuando volví a mirar la pantalla, estaba apagada.
-¿Qué programa? Déjate de tonterías y vámonos
Mi madre iba vestida con un vestido largo rojo, muy elegante, demasiado para un centro comercial y unos tacones negros. Yo me coloqué los míos, iguales que los de ella y salimos.
Nada más llegar, nos pusimos a ver ropa por todas las tiendas. Mi madre y yo tenemos una regla de oro. Primero vemos todo y luego compramos. Para cuando vimos todo ya eran las 14:30 y decidimos comer en el McDonalds.
Llegué a casa agotada. Me compré demasiada ropa y las bolsas pesan demasiado para mi cuerpo. Me compré muchos vestidos negros, todos diferente, claro está. También algunas medias, que me llegan hasta las rodillas y algunos que otros tacones, tenis, etc.
La carpeta también es negra, sinceramente, creo que tengo una obsesión con ese color.
Mañana comienza mi nueva etapa. Me muero de nervios, ya he vomitado dos veces y esto no va a mejor. Lo único que espero es no hacerlo en clase. Me acosté a las 23:00, pero debido a la falta de costumbre y al nerviosismo, me dormí tres horas más tarde.
ESTÁS LEYENDO
Los Satherkai
Teen FictionAmber, una chica marginada y alternativa, nacida con unas habilidades extraordinarias, entra en un instituto nuevo. Nuevos compañeros, nuevos profesores... La III Guerra Mundial estalla y ella, dotada de un increíble don recibido directamente de La...