Ady

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Ady se acababa de despertar. Estaba tumbada bocarriba en su cuna esperando a que su mamá viniera a despertarla. Vio la hora en el reloj de Jazmín que tenía en su mesita de noche y ya casi era la hora de ir a la guardería. Se removió entre sus sábanas. Si mamá se había quedado durmiendo, ella no iba a llamarla. No le apetecía ir a la guardería. Prefería quedarse en casa jugando con sus muñecas y sus peluches. 

Uno de ellos era Arnold. Era un unicornio de color blanco con la crin y la cola rosas. En un principio, iba a llamarle Firenze, como el de Harry Potter, pero consideró que no era tan oscuro como el que describían en los libros. Entonces fue cuando decidió llamarle Arnold, como el micropuff que tenía Ginny Weasley, uno de sus personajes favoritos junto con Luna Lovegood.Ady se puso bocabajo y el chupete le aplastó la boca al chocar contra la almohada. Mami no venía.

Podía volver a dormirse y despertarse al cabo de unas horas escuchando sus reproches por haberse quedado dormida. Tenía el pañal mojado, pero no le molestaba demasiado a la hora de dormir. Se acurrucó abrazando a Arnold y decidió que iba a volver a cerrar los ojos. Pero nada más hacerlo, la puerta de su habitación se abrió y en el umbral estaba su madre. Ady suspiró, resignada.

-¡Buenos días, Ady! –saludó su mamá cruzando la estancia para ir a subir la persiana-. Hoy se me ha hecho un poco tarde, así que tendremos que darnos un poco más de prisa.

Ady se desperezó en su cuna, aceptando que tendría que posponer su sueño para la hora de la siesta. Cuando su mamá se acercó a levantarla, Ady abrazó con más fuerza a Arnold y se hizo un ovillo.

-Venga, a levantarse, dormilona –decía mami mientras le hacía cariñitos por fuera de su pijamita rosa de una sola pieza.

Ady se volvió a poner bocarriba y sonrió desde detrás de su chupete. Finalmente, dejó que su madre la cargara en peso y le llevara hasta el cambiador. Una vez estuvo encima, mamá le soltó los botoncitos del pijama y se lo fue quitando poco a poco. De manera que quedó la imagen de su hija llevando solo un pañal mirándole desde abajo. Mamá le soltó las dos cintas del pañal, le levantó las piernas con una mano y se lo extrajo con la otra. Le limpió cuidadosamente y le volvió a poner un pañal. Ady tenía que llevar pañales durante las veinticuatro horas del día porque se hacía pipí y caca encima.

Cuando ya estuvo cambiada, su mamá la vistió con un peto vaquero y una camiseta de Batgirl, le recogió su melena pelirroja en dos trenzas y la llevó en brazos hasta la cocina.

Una vez allí, la sentó en la trona y comenzó a prepararle el biberón. Ady miraba al vacío, lamentándose por tener que ir a la guardería y pensando en la cuna que le esperaba en su habitación cuando volviera a casa. Cuando el biberón estuvo listo, su madre se lo dejó en la mesita de la trona para que se lo bebiera. Siempre se lo tomaba ella sola, pero hoy tenía el día ''tonto'', como le gustaba llamarlo a su mamá, así que le pidió que se lo diera. Su madre le dijo que no iban muy bien de tiempo pero Ady insistió. La verdad era que a mamá le gustaba darle el biberón, pero se lo solía dar después de la siesta, que tenían todo el tiempo del mundo, y así poder tomárselo tranquilamente.

-Esta tarde te lo doy, Ady, cielo. Que si no, vamos a llegar tarde.

Ady suspiró. Parecía que no estaba teniendo su día. Se quitó el chupete, lo dejó sobre la mesita de la trona y se llevó el biberón a la boca. Se lo tomó tranquilamente, mientras su mamá se duchaba y se vestía para ir a trabajar. Cuando terminó, se tiró un par de eructos aprovechando que su mamá no estaba y esperó sobre la trona. Ojalá tuviera alguna de sus muñecas con ella, así por lo menos tendría algo que hacer mientras esperaba. Se empezó a tocar distraídamente el asa de su chupete del Barça y le asaltó la sensación que más había estado presente en su vida. Se sentía sola. Solo tenía a su mamá y a algún que otro miembro de su familia. Pero en sí, estaba sola. No tenía amigos, a excepción de los niños pequeños de la guardería, pero no podía considerarlos amigos, soló compañeros de juegos. Nunca había ido a casa de ninguno a jugar. No le apetecía, y le daba un poquito de corte. No había nadie más como ella, por eso se sentía sola. El único que la comprendía era Arnold, pero era por la compañía que le hacía. Al fin y al cabo, la función de los peluches es esa.

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