Capitulo 1.
______ Sargent ya no recordaba cuántas veces le habían dicho que mataría a su amor verdadero.
Su familia se dedicaba a las predicciones. Pero las predicciones tendían a ser bastante poco específicas. Cosas como: «Hoy te pasará algo horrible. Quizá tenga que ver con el número seis». O: «Se te acerca dinero. Atrápalo». O: «Debes tomar una decisión importante que no se tomará por sí so...la».
A la gente que se pasaba por la pequeña casa color azul claro del 300 de Fox Way no le importaba la naturaleza imprecisa de su destino. Adivinar cuándo se materializarían las predicciones se volvía un juego, un desafío. Si, dos horas después de haberse hecho leer el futuro, veía llegar a su casa una furgoneta con seis pasajeros, el cliente reaccionaba con alivio y satisfacción. Cuando un vecino quería comprarle una vieja cortacésped a cambio de un poco de calderilla, la clienta recordaba la promesa de dinero y accedía a venderla con la impresión de que aquello era cosa del destino. O si oía a su mujer decir: «Esta es una decisión que debemos tomar», un tercer cliente recordaba que Maura Sargent, extendiendo las cartas del tarot, había pronunciado aquellas mismas palabras, y se ponía en acción sin dudarlo.
Sin embargo, la naturaleza imprecisa de las adivinaciones les restaba algo de poder. Podían tomarse por coincidencias, por corazonadas. Se reducían a una risita en el aparcamiento de Wal-Mart cuando, como habían prometido, te encontrabas a una vieja amistad. Un estremecimiento cuando el número diecisiete aparecía en la factura de la electricidad. Una súbita confianza en que, pese a que conocieses tu futuro, eso no iba a cambiar tu manera de vivir en el presente. Eran verdad, pero no eran toda la verdad.
–Tengo que decirte –le avisaba siempre Maura a sus clientes nuevos– que esta predicción será precisa, pero no específica. Así era más fácil.
Pero eso no era lo que le decían a ______. Una y otra vez se veía con los dedos extendidos al máximo, con la palma de la mano siendo examinada, con las cartas de la baraja que le tocaban volando y aterrizando diseminadas sobre la pelusa de la alfombra. Los dedos presionaban aquel tercer ojo místico e invisible que, según se decía, se alojaba entre las cejas. Se leían las runas y se interpretaban los sueños, se escrutaban hojas de té y se celebraban sesiones de espiritismo.
Todas las mujeres llegaban a la misma conclusión, tan brutal como vaga. Aquello en lo que coincidían, expresado en gran variedad de idiomas clarividentes, era esto: Si _____ lo besaba, su amor verdadero moriría.
Aquello fastidió a ______ durante mucho tiempo. Era, desde luego, un aviso concreto, pero tenía un algo de cuento de hadas. No decía nada sobre cómo moriría su amor verdadero. No decía cuánto tardaría en morir después del beso. Y en cuanto al beso, ¿sería en los labios? ¿O bastaría con rozarle el dorso de la mano con labios castos para provocar el fatal desenlace?
Hasta los once años, ______ creyó que contraería una enfermedad infecciosa. Un solo contacto con los labios, y su hipotético compañero del alma moriría también, consumido por una dolencia que la medicina moderna no sería capaz de tratar. A los trece, ______ decidió que serían los celos los que lo matarían: un antiguo novio se presentaría en el momento de aquel primer beso, con un arma en la mano y un corazón herido en el pecho.
Sin embargo, cuando cumplió quince, ____ concluyó que las cartas del tarot de su madre no eran más que unas cartas, y que los sueños de su madre y de todas aquellas mujeres clarividentes estaban más motivados por la mezcla de bebidas que por unas dotes adivinatorias sobrehumanas, de modo que el augurio dejó de importarle.
Con todo, no se engañaba. Las profecías que salían del 300 de Fox Way eran imprecisas, pero en cualquier caso ciertas. Su madre había soñado que ______ se rompería la muñeca el primer día de clase. Su tía Jimi había predicho el resultado de la declaración de la renta de Maura, unos pocos dólares arriba o abajo. Orla, su prima mayor, siempre empezaba a tararear su canción favorita un poco antes de que la pusieran por la radio.
Nadie en la casa dudaba de que _____ estaba destinada a matar a su amor verdadero con un beso. Aun así, aquella amenaza llevaba presente tanto tiempo que ya nadie pensaba en ella. Figurarse a una _______ de seis años enamorándose estaba tan fuera de lugar como cualquier otra fantasía.
Además, a los dieciséis, _______ decidió que nunca se enamoraría, con lo que daba igual.
Pero la cosa cambió cuando Neeve, la hermanastra de su madre, llegó al pequeño pueblo de Henrietta. Neeve se había hecho famosa proclamando a los cuatro vientos aquello que la madre de _______ hacía discretamente. Maura trabajaba en el cuarto delantero de la casa y, sobre todo, atendía a los vecinos de Henrietta y del valle de alrededor. Neeve, en cambio, efectuaba sus premoniciones en televisión, a las cinco de la mañana. Tenía una página web con viejas fotos desenfocadas en las que aparecía retratada con la mirada fija y certera. Y nada menos que cuatro libros sobre lo sobrenatural llevaban su nombre en la cubierta.
_______ no conocía a Neeve, de modo que sabía más de ella por la consabida búsqueda en internet que por experiencia de primera mano. No estaba muy segura de la razón de la visita de Neeve, pero advertía que la inminencia de su llegada había provocado una retahíla de conversaciones a media voz entre Maura y sus dos mejores amigas, Persephone y Cala; conversaciones que se perdían en sorbos de café y golpecitos en la mesa con el bolígrafo cuando Blue entraba en la habitación. De todos modos, _______ no le concedía demasiada importancia a la llegada de Neeve: ¿qué era una mujer más en una casa repleta de mujeres?
Por fin llegó Neeve un atardecer de primavera, cuando las esbeltas sombras de las montañas del oeste parecían haberse alargado más de lo normal. Al abrir la puerta, _______ pensó por un momento que Neeve era una desconocida, una señora mayor cualquiera, pero cuando sus ojos se acostumbraron a la luz mortecina y encarnada que se filtraba entre los árboles, vio que Neeve era tan solo un poco más vieja que su madre, que no era nada vieja.
Afuera, en la distancia, aullaban unos perros. _______ reconocía aquel sonido; en otoño, los del Club de Caza de Aglionby salían a caballo con sus sabuesos casi todos los fines de semana. Enseguida, _______ supo lo que significaban aquellos aullidos frenéticos: había comenzado la persecución.
–Eres hija de Maura –dijo Neeve, y antes de que _______ respondiese, añadió– Este es el año en que te enamorarás.