Capítulo Uno: Despedidas

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Capítulo Uno: Despedidas

Canción: She Way Out- The 1975


Siempre quise vivir en una gran ciudad. ¿Para qué negarlo? Muchas veces, a lo largo de mi corta vida, he soñado con Nueva York, París, Londres... En fin, es cierto que a veces el mundo nos juega malas pasadas y es justo por esa misma razón que no estoy en donde se supone que debería estar a estas alturas.

Dicen que las cosas siempre pasan por algo.

Doy un último vistazo al mapa que se encuentra clavado en el corcho, justo sobre la cabecera de mi cama, y suelto un largo suspiro. Ahí sigue la marca que denota el punto exacto en el cual había depositado todas mis esperanzas: Vancouver, British Columbia, Canadá. Alrededor están, cumpliendo la misma función que las cínicas flores en un funeral, mis cartas de aceptación a la universidad de mis sueños.

Miro las dos maletas junto a la puerta y por lo bajo maldigo al destino por su apresurado cambio de planes. Irónicamente, me ayudó a escapar de esta prisión de la que ahora me despido, pero me cambió el rumbo.

Escucho que alguien está llevando a cabo la difícil tarea de abrir el portón oxidado de la casa y entiendo que es hora de partir. Llamo a mi hermano para que me ayude con mi equipaje y ambos bajamos las escaleras en silencio. Sé que aún no quiere despedirse. Yo tampoco.

— ¿Sabes? Entiendo que te estés mudando, pero no creo que sea necesario llevar toda tu colección de libros. Esta cosa pesa demasiado.

— No planeo dejarlos. Me van a hacer falta.

Y esas son las únicas palabras que cruzamos en el trayecto de la puerta al auto. Mi padre se acerca y nos ayuda a subir las maletas a la cajuela. Parece que él tampoco desea despedirse aún. Mi madre ya se encuentra dentro del coche, así que estamos listos para ir al aeropuerto.

El atisbo de nostalgia se siente y roba el aliento, como un vidrio empañado. Sé que ellos no quieren que me vaya... Yo aún no logro descifrar cómo me siento.

Cuando llegamos a la diminuta imitación de aeropuerto, comprendo que la despedida es inminente. No creí que fuera a doler tanto, pero de tan sólo de pensar que estaré lejos de ellos, que la caprichosa distancia significa impotencia, ausencia, carencia... los ojos se me llenan de lágrimas. Abrazo a mi padre, al cual los sentimientos le brotan a manera de abrazos y sonrisas de mejillas regordetas, por las cuales desbordan pequeñas lágrimas con sabor a melancolía, a días de infancia dentro de una casa de juguete; a días que me gustaría revivir de vez en cuando.

Le doy también un fuerte abrazo a mi madre, quien a través de ojos color miel me muestra que el mundo es mío; que con aquellas manos traza las facciones que alguna vez imaginó mientras acariciaba su vientre hinchado; que con los labios que ahora depositan un suave beso en mi mejilla, me enseñó que las estrellas brillan porque desean imitar la alegría de mis ojos y los de mi hermano.

Por último, abrazo a Adrián, quien ante mis ojos siempre será el pequeño que corría y bailaba conmigo cuando yo se lo pedía. En sus ojos, tan grandes como el mundo mismo, observo que le duele que me vaya. Y no quiero dejarlo, porque siento que estoy rompiendo aquella promesa nunca pronunciada en voz alta de que jamás me apartaría de su lado. De que sería su ejemplo a seguir, a pesar de que muchas veces mis errores hayan resultado ser todo lo contrario.

No te preocupes. Este también es un ejemplo que quiero que sigas. Escapa. Huye de este lugar en el que nada ocurre y busca aquel "quizá" del que tanto te he hablado. Sí, del que se habla en el libro que te dije que leyeras y que aún no has leído. Cuando sea tu turno, vete de aquí y encuéntrate a ti mismo. Es lo que yo misma intento ahora.

No pronuncio esas palabras. Sé que si abro la boca no podré contener el llanto y no quiero que me vean quebrarme antes de estar físicamente alejada de ellos. Les dirijo una última mirada y espero que en ella logren leer todo lo que soy incapaz de decir en ese momento. Me doy la vuelta y camino hacia las puertas de vidrio que se encuentran a algunos pasos de distancia. Como único equipaje llevo una pequeña mochila cargada en la espalda y dos maletas de ruedas, una en cada mano. Creo que llevo todo lo que necesito.

***

La azafata me observa mucho. No sé si es por la rapidez con la que escribo en mi libreta o porque se está enamorando de mí. No la culparía, la verdad. Hoy me siento guapa. Intento ignorarla y continúo escribiendo una especie de reflexión acerca de lo que dejo atrás.

Siento algo en el hombro, salto y chillo del susto. Me quito los auriculares de un tirón.

— Perdóneme, señorita — dice la señora que viaja a mi lado—. Le habla la azafata.

Que no intente coquetear conmigo, por favor.

— Disculpe, llevo mucho rato tratando de ofrecerle algo del carrito y usted no me escucha. ¿Café o agua?

Oh.

— Café está bien, gracias.

Me entrega el vasito de unicel y bebo de éste como si en su interior contuviera el elixir de la vida. Para mí, es casi lo mismo.

Una vez que cada fibra de mi cuerpo ha reconocido la sustancia vital, tengo más fuerzas para escribir. Aún no sé qué es lo que pretendo plasmar en el papel, pero sé que debo hablar de la ciudad que ahora está a varios kilómetros de distancia.

Mi pueblo (como yo lo llamo) siempre me pareció un lugar muy pequeño y a la vez extremadamente ruidoso. La gente siempre mira. Siempre habla. No se pueden cometer errores porque todo es material de dominio público. El lugar está repleto de reyes del universo y de brujas que deben quemarse. Los de billetera gorda se convierten en un tribunal eclesiástico dispuesto a juzgar a todos aquellos que no se atienen a la ley. 

Larga vida al César. 

Creo que, si me dieran la oportunidad de renombrar a mi pueblo, lo llamaría "Atripoló Bucethi", para darle un poco de sabor... a la gente le falta. 

Pero yo no odio esas tierras. Hay una gran diferencia entre lo geográfico y lo humano en una ciudad. En el mapa, Atripoló Bucethi es una porción del paraíso. Es aquel lugar al que bajan los dioses del Olimpo cuando desean dejar sus riñas de lado y pasar un buen rato junto a la bahía más hermosa del mundo.

En cuanto a lo humano... todo se va al caño.

La voz del piloto interrumpe mis pensamientos y la pluma se detiene como acto reflejo.

Estimados pasajeros, en unos momentos estaremos listos para aterrizar. Bienvenidos a la Ciudad de México.

Siempre quise vivir en una ciudad grande. Irónicamente, terminé en la capital de mi propio país. Y eso puede ser algo muy bueno...o muy malo.

Respiro profundo, enderezo un poco mi asiento, aseguro la mesita en el asiento de enfrente y decido apostar por el lado optimista.

Esto será algo muy bueno.


N/A: ¡Hey! Me da mucho gusto estar de vuelta. He estado demasiado ocupada con la universidad, así que no he tenido tanto tiempo para escribir, pero en serio quería compartir algo con ustedes. Este es el primer capítulo de mi nueva novela y espero que les guste. Ojalá la reciban igual de bonito que la otra ;) No se dice mucho en este capítulo, pero prometo no decepcionarlos con el siguiente. 

La persona que ganó con su portada es Yamilis González Cotto, porque la imagen que eligió se adapta muy bien al tema que tengo pensado para la novela ;) Muchísimas gracias a quienes me mandaron sus imágenes, todas son hermosas y las estaré publicando más adelante en los otros capítulos. ¡En serio, los amo! 

El nombre de su personaje, elegido por ella será "Melanie Cotto" y la conocerán próximamente. 

Ahora sí, me despido de ustedes con la emoción de empezar este nuevo proyecto. Espero poder contar con su apoyo. Si las cosas van bien, el jueves estaría publicando el segundo capítulo (ya está casi listo).

Les mando muchos besos y letras algo agitadas,

Dzoara. 

QuizáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora