Capítulo 4: Sobre plantas, libros y hechiceras

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Viernes 12 de agosto de 20XX

Disfruto de mi lectura mientras espero que den las cuatro y media. Llegué muy temprano y decidí comprar un volumen en la pequeña librería de segunda mano que está a dos calles del edificio que, si el destino así lo desea, será mi hogar durante los próximos cuatro años.

— Señorita, ¿me da permiso? Voy a sacar un libro de ese baúl.

La viejecilla con voz de hechicera hace un ademán para que me levante y la obedezco sin pensar. Después de todo, no debería estar aquí. Cuando compré el libro, se me hizo muy fácil pedirle permiso a la dueña del lugar para sentarme a leer ahí mismo. Si encuentra dónde, es más que bienvenida, me dijo. Y es que, aunque vi en el mapa que hay varios cafés alrededor, no se me hizo prudente ir a alguno, ya que sólo tengo media hora y perdería mucho tiempo caminando, ordenando, comiendo, pagando...

— Disculpe, ¿puedo preguntar qué es lo que está esperando exactamente?

Su voz me hace sentir como en un trance. Tardo un momento en responder.

—Tengo cita para ver un departamento en — checo mi reloj— quince minutos.

— Creí que vivía por aquí.

— Si todo va bien, así será.

— Tiene un acento distinto... ¿de dónde viene?

— Soy del sur. Bueno, del sureste. Por favor, hábleme de tú, me hace sentir mucho mayor.

— Perdona, hija. ¿Acabas de mudarte?

En ningún momento muestra intención de pedir que yo deje las formalidades. Respeto su decisión. 

— Llegué el martes en la noche. Pero sí, podría decirse que sí. Por el momento vivo en un hotel.

Qué miserable suena eso, Daniela. 

Apenas lo digo, caigo en la cuenta de que ya llevo cuatro días en la ciudad. 

¡El tiempo vuela cuando te diviertes! 

— ¿Ya habías venido antes a la ciudad? — pregunta la mujer. 

— Es la primera vez.

— ¿Y qué te parece?

— Me está gustando mucho, aunque la verdad no he tenido tiempo de recorrerla. Me la he pasado de un lado a otro buscando hogar. No creí que fuera tan complicado rentar algo decente por aquí.

La mujer se queda pensativa durante unos instantes, vacilante. Acomoda unos cuantos libros y de pronto, se voltea diciendo:

— ¿Qué tan buena eres con las plantas?

— ¿Perdón? — pregunto, confundida.

— Mi hija acaba de mudarse a Monterrey con su marido, así que tengo una habitación disponible aquí arriba... bueno, en realidad es todo el departamento. Yo me estoy quedando con mi hermana porque tiene problemas de salud. Necesito a alguien que cuide mis plantas.

— ¿Lo dice en serio?

— ¿Por qué no lo haría?

— Bueno, no sé, es sólo que...—cállate, Daniela, no lo eches a perder— Sí, sí soy buena con las plantas.

— ¿Te gustaría echarle un vistazo? Claro que, si me dices que no, lo entiendo. Además, no quisiera que perdieras tu cita.

Lo pienso por un momento. No sé bien qué es lo que me trajo aquí ni cómo es posible que de entre todas las cosas que podría haberme dicho la vieja hechicera, me haya ofrecido exactamente lo que busco. Quizá alguien de verdad me escuchó allá arriba...

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