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21 de mayo de 2009,

Nueva York21 de mayo de 2009,

Nueva York

David Swisher giró la bolita de su

BlackBerry hasta que dio con el

correo electrónico que le había

enviado el director de finanzas de

uno de sus clientes. El tipo quería

encontrar el momento para ir a

Hartford y hablar de cómo financiar

una deuda. Pura rutina, la clase de

trabajo que dejaba para su viaje de

vuelta a casa. Empezó a teclear una

respuesta mientras la limusina

avanzaba por Park Avenue con

continuas paradas debido al

embotellamiento.

Una campanita anunció la

llegada de un nuevo correo. Era de

su esposa: «Tengo una sorpresa

para ti».

David contestó: «Estupendo.

Me muero de ganas». Al otro lado

de la ventanilla de su limusina las

aceras estaban llenas de

neoyorquinos embriagados por los

primeros brotes primaverales. La

diáfana luz de la tarde y el aire

cálido y liviano animaban sus pasos

y exaltaban su espíritu. Los

hombres, con la chaqueta al hombro

y la camisa remangada, sentían la

brisa en sus brazos desnudos; las

mujeres, con sus ligeras minifaldas,

en los muslos. Desde luego, la

libido estaba por las nubes. Las

hormonas, encerradas como barcos

atrapados en el hielo ártico,

empezaban a fluir con libertad

gracias al deshielo primaveral. Esa

noche la ciudad estaría agitada. En

el ático de un bloque de

apartamentos alguien había puesto

la exuberante pieza de Stravinsky

La consagración de la primavera en

su equipo de música, y las notas

planeaban desde las ventanas

abiertas y se fundían con el bullicio

de la ciudad.

David, concentrado en su

brillante pantalla, no prestaba

atención a nada de eso. Y, oculto

tras los cristales tintados, nadie le

prestaba atención a él, un banquero

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⏰ Última actualización: Nov 09, 2016 ⏰

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