Capítulo 1: Campamento

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MILA

Desde que tengo uso de razón, cada verano, mi madre me envía a un campamento. Sí, los casi tres meses de vacaciones que nos dan en la escuela. No todo se resume a que quiera deshacerse de mí por las vacaciones —eso espero—, sino que ella debe trabajar para sustentar nuestro hogar y suele viajar fuera del país todos y cada uno de los veranos. Estoy totalmente acostumbrada a ese sistema y cada año me gusta más.

Hasta los doce años me enviaba a campamentos diferentes haciéndome viajar de un lugar a otro, pero desde que cumplí los trece, encontramos un campamento que a ambas nos gustó: "Carpe Diem", si... "aprovecha el día y no confíes en el mañana" y esas frases extrañas con significados bonitos. Carpe diem es un campamento grande, nada comparado a los que iba antes y que recibe a cientos de estudiantes cada verano. Tiene áreas verdes, está cerca de la cordillera y, además, posee muchísimas cabañas en donde siempre escogen a ocho personas para convivir en el lugar. No es un campamento de estudios, más bien, los padres pagan para que sus hijos vayan prácticamente de vacaciones a ese lugar mientras ellos hacen quizá lo mismo que mi madre. No puedo negar que hay chicos y chicas que prefieren pasársela de campamento en campamento cada verano porque les parece mucho más divertido que las vacaciones familiares.

Cada verano me toca compartir la cabaña con mis amigas, Val y Emilia, así que nunca se me ha hecho difícil pasar mis vacaciones lejos de casa. Nunca nos ha tocado con personas que nos desagraden y espero, con todas mis fuerzas, que este año no sea diferente.

—¡Mila levántate! —escuché el grito de mi madre desde el primer piso —¡Llegarás tarde al autobús!

Me puse de pie somnolienta, casi como un zombi. Luego me metí a la ducha y busqué la ropa que había dejado ordenada la noche anterior. Cogí las maletas que ya se encontraban listas y bajé las escaleras peleando con ellas, ya que eran tan grandes que parecían venírseme encima.

—¿Estás preparada para un verano excelente? —preguntó mamá con la misma emoción de cada año. Me senté con seriedad, ella me sirvió leche en un vaso y puso frente a mí algunas tostadas.

—¡Si! —contesté en el mismo tono de voz que ella, pero de manera sarcástica —Deberíamos cambiar un año ¿no? ¿Por qué tengo que ir todos los veranos? Recuérdamelo, por favor —pedí con amargura, no era buena por las mañanas.

—Porque sabes que tengo que trabajar fuera del país, no voy a dejarte sola.

—Cuando tenga dieciocho, lo primero que haré será comprarme un departamento y largarme de aquí —comenté cruzándome de brazos, luego le di una mordida a mi tostada porque tenía hambre.

—Todavía te queda un año para eso.

La observé en silencio.

A pesar de que no me molestaba ir a Carpe Diem cada verano, quería estar al menos uno siendo una persona normal, yendo a la playa, tomar helado sentada en la arena, qué se yo, pero todavía no era tiempo para eso.

El lugar en donde nos recogía el autobús estaba a unos diez minutos de casa, era un sector de áreas verdes en donde los padres aparcaban el automóvil e iban a dejar a sus hijos. Mamá y yo nos sentamos en un banco vacío alejándonos un poco de la multitud.

—Bueno, hija, ya sabes todo, si...

—Sí, lo sé —la interrumpí —Si tengo un problema voy a llamarte.

Me sabía su discurso de memoria, es que siempre era el mismo.

Ella me sonrió nostálgica y luego me abrazó con fuerza pidiéndome que me cuidara y que no me comportara mal —porque probablemente sabía lo insufrible que era a veces—. Aseguró que me llamaría todos los días. Siempre me decía lo mismo. Al menos este era el último verano en un campamento oyendo su discurso.

¡Eres mio! ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora