Era un frío día de otoño a las siete y cuarto de la tarde. Marina caminaba por las calles de Sevilla dirección a su cafetería favorita, la que hacia esquina junto a la tienda de maquillaje. No es una chica que se suela maquillar, por lo menos, no ahora. Tampoco viste muy bien, ni siquiera recuerda la última vez que fue de compras. Y ya hace más de 3 años que no se corta el pelo en una peluquería, si no que lo hace ella misma con las mismas tijeras que utiliza para cortarle los espaguetis al niño. Definitivamente hace mucho que no se arregla, que no se cuida, que no tiene un rato para ella. Esa cafetería a la que se dirige es el único sitio donde podía dedicarse un tiempo a ella misma; reflexionar sobre su vida, tomarse las cosas con calma, estar en paz y tranquila sin que nadie le gritase ni le ordenase hacer nada.
Llega a la cafetería y se pide el mismo café, un manchado con azúcar y leche semidesnatada. Pero hoy le apetecía darse un capricho y decide tomar también una magdalena con chocolate; de todas formas, ya no tiene a nadie que le vaya a decir que se ha puesto más gorda. Se sienta en la mesa de siempre, junto a la ventana. Le gusta observar a la gente que pasa por la calle. Mientras espera su café y su magdalena, saca un pequeño libro que lleva en su bolso y se dispone a leerlo. Era una lectura bastante entretenida, tanto que la espera se le hizo más corta de lo que acostumbraba serlo.
-Gracias.-le dice al camarero, el cual le responde con un guiño. Ella se ruboriza y lo nota, así que decide fijar si mirada en su lectura actual.
Pasados unos veinte minutos, Marina ha terminado con su café y la mitad de su magdalena. Mira el reloj y se mete prisa a sí misma. Debe recoger a Pablo de casa de sus padres. Paga la cuenta al camarero y le da las gracias. Este, le vuelve a responder con un guiño, pero esta vez Marina no se sonroja y se despide con una sonrisa; cosa que antes no se le hubiese ocurrido pues tendría sus consecuencias. Sale de la cafetería y camina hasta donde ha aparcado su coche, el cual no estaba muy lejos de allí. Cuando se monta en él, conduce hasta casa de sus padres.
Llama al timbre y tras unos segundos, la puerta se abre. No es su madre la que le abre, si no Pablo, su niño de 4 años. Lo saluda con un enorme beso en la mejilla y pasa al salón donde se encuentra su padre.
-Hola papá. ¿Qué tal se ha portado Pablo?
-Hola preciosa. El pequeñajo se ha portado de maravilla, como siempre.-se levanta de su butaca y busca la frete de su hija para besarla.-Tu madre está en la cocina haciendo la cena.
-Está bien. Voy a saludarla.-Marina sale del salón y cruza el pequeño pasillo que lo separa de la cocina. Cuando llega a la puerta, la abre y entra. –Hola mamá.
-Hola hija, ¿Cómo ha ido el juicio?-pregunta tanto intrigada como preocupada.
-Bien mamá, muy bien.-en ese momento Marina rompe a llorar.
-¿Qué pasa Marina? ¿Por qué lloras, hija?-esta vez su voz suena más alarmada.
-Nada mamá, nada. No te preocupes, no son lágrimas de tristeza si no de felicidad.-y así era. Marina lloraba de felicidad, pues sabía que a partir de ese día su vida cambiaría para siempre. Es una mujer nueva, una mujer que ha aprendido mucho en estos últimos años. A aprendido que el amor de su vida no era realmente quien creía ella que era, que el padre de su hijo no se merecía su cariño, su tiempo, su esfuerzo por complacerlo en todo y ella no se merecía sus insultos, gritos y golpes. A partir de ese día Marina comienza a ser feliz. Termina una etapa y comienza una nueva, al lado de su hijo y lejos de su ex marido.
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Microrelatos
RandomPara todos los amantes de historias cortas y entretenidas. Microrelatos de misterio, violencia de género, comudad lgbt, etc. Este libro está pensado para todos aquellos que quieren pasar un buen rato leyendo en cualquier sitio, desde la cama de su h...