La nada en tus ojos

9.2K 578 155
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Hoy miré tus ojos y no te vi, mejor aún, no me vi en ellos. No vi el vacío ni la falsedad de tu mirada, o mejor aún, ya no me afectó.

Siempre me pregunté cómo es que la gente que te rodea no es capaz de percatarse de qué clase de persona eres, si basta con conocerte un poco para darse cuenta. Pero hoy, finalmente lo entendí. Ellos no lo ven, ellos no te conocen en realidad. Solo ven tus ojos, ese hermoso par de faroles negros y chispeantes que encandilan, dejándole a uno sin la capacidad de percatarse de que no son más que las cortinas tras las cuáles escondes tu verdadero ser, tu verdadera alma.

Me lo advertiste y te desoí. «Si me conoces ya no me querrás», dijiste. Te equivocaste, te quise aún más. Te quise por correr la cortina, por dejarme ingresar a tus abismos plagados de oscuridad, a tu ser en penumbras, a tu vacío y soledad. Me permitiste sacudir el polvo, abrir las cortinas para dejar entrar la luz, acomodarme en tu alma y llenar el agujero negro en el cual estabas inmersa.

Negro. No es solo el color de tus ojos, ni el de las ropas que usas; no es solo el color del lápiz con el cual te pintas, ni el de la tinta que oculta la tersura de tu piel bajo figuras y dibujos desparramados en todo tu cuerpo. Negro es el color de la agonía en la que me dejaste, es el color en el que me perdí a mi mismo tratando de encontrarte mientras la oscuridad me comía vivo y apagaba una a una mis luces, esas mismas que yo, iluso, te doné para que tú encendieras tu vida en tanto la mía sin darme cuenta se extinguía, mientras mi alma se apagaba por salvar la tuya.

Porque me di, me di en pleno a ti. Te di, te di todo de mí, lo que tenía, lo que era. Te entregué mi vida, mis sueños y mis pensamientos más profundos. Porque a tu lado confié, sentí, soñé, vibré, amé. Porque a tu lado fui yo mismo para dejarte ser tú misma, sin vergüenzas, sin tapujos, sin tabúes. Porque dejé que me mostraras tus negros mientras yo te mostraba mis blancos mientras intentaba que formáramos un perfecto gris donde ambos estuviéramos cómodos para siempre.

¿Qué pasó? No lo sé. Por años me pregunté lo mismo y no sabes cuánto duele vivir con preguntas sin respuestas, no sabes cuánto amarga la vida el no entender qué fue lo que salió mal. Si acaso fui yo que no te amé lo suficiente, si acaso no supe ser quién necesitabas, o es que fuiste tú, que nunca me viste y solo me usaste. No sabes cómo lacera el alma recordar tus bellas palabras y sumergirme en la incertidumbre de ignorar si alguna vez fueron ciertas.

Te fuiste, así, sin más como viniste. Cerraste nuestra historia como si nada, como si esos años no hubieran existido. Todavía me pregunto si alguna vez me extrañaste como yo a ti, me pregunto si el hombre que ahora tienes a tu lado te conoce como yo te conocí; si acaso él sabe de mí, de nosotros, de lo que fuimos.

Hoy te vi, él me saludó ignorante de la tormenta que se desataba en mí, me abrazaste y sonreíste como si hubieras visto a un amigo de toda la vida. Y eso era lo que sentíamos, ¿lo recuerdas?, que habíamos sido y seríamos para siempre, que nuestras almas se pertenecían y se habían hecho una por la eternidad.

Pero entonces te fuiste, me quedé sin alma, te llevaste todo: mis luces y mis sombras, mis sonrisas y mis lágrimas, mis alegrías y mis penas. Me dejaste nada, y la nada entume el alma, el cuerpo, la piel. La nada te carcome lentamente mientras te vas hundiendo en aquel fango negro y viscoso llamado soledad.

Y es que la nada es mucho más que el dolor de la pérdida, que la resignación de lo que pudo ser y no fue, la nada va más allá de la tristeza misma. ¡Ahí en donde habita la nada ni siquiera la soledad es compañía ya! Es un agujero negro, un vacío intenso donde no hay aire para respirar, donde simplemente esperas y esperas que el oxígeno acabe para finalmente terminar de existir. Dicen que el negro no es un color sino la percepción máxima de la oscuridad, entonces la nada es el negro, el negro es la nada y, tu ausencia la nada negra a la que me condenaste.

Aun así quiero pensar que en algún punto mi luz se quedó en ti tanto como en mí tu oscuridad, quiero creer que eso te ayudó a llegar hasta donde estás. No quiero pensar que no fuimos, que no existimos, que fuiste un sueño que se convirtió en pesadilla, no quiero aceptar que fui tan intrascendente para ti, cuando tú fuiste la trascendencia misma para mí.

Y los años pasaron, y la nada me tragó, me ahogué en preguntas sin respuestas, en recuerdos que antes me producían intensas alegrías y que luego se transformaron en el más profundo dolor.

Y hoy te vi, por un extraño segundo corriste a mis brazos como niña pequeña que no mide la intensidad de sus actos, me abrazaste, me sonreíste genuinamente, saludaste y te quedaste allí, enroscada a mí. Hundiste tu cabeza en mi pecho y yo instintivamente te abracé también, besé tu frente como siempre, como antes y, no existió tiempo allí.

Entonces se acercó él. Nos presentaste. Me tendió su mano, esa con la que toca lo que una vez fue mío, con la que acaricia tu piel que ya no tiene mi esencia. Tu presente se unió con tu pasado en un apretón de manos y una vez más me pregunté si acaso él tendría idea de tanto que fuimos y que vivimos. Lo miraste, sonreíste, y me respondí: soy yo quién no tiene idea de quién eres con él.

Suspiré.

Estás igual que siempre, tan bella como exótica, tu pelo oscuro como el carbón, tu ropa negra como la tinta que recorre toda tu piel. Aún en tu mano derecha el primer tatuaje que te hiciste pensando en nosotros y que es probablemente todo lo que te queda de mí, pero hay muchos otros más y quien sabe qué significarán. Tu sonrisa tan luminosa, la frescura y la textura de tu piel.

Pululaste un rato a mi alrededor entre preguntas sobre mi vida que parecían en realidad importarte. ¿De verdad te interesa mi trabajo si ni siquiera te importó como sobreviví a ti? Yo respondí sereno, normal, como si fueras nadie.

Tus ojos negros y profundos, aquellos en los que me perdí, esos que me atraparon desde el inicio en ti, se fijaron un rato en los míos, de verdad. Entonces no me dolió, no sentí mi alma romperse, ni tu ausencia, ni temor. No sentí las cadenas que me ataban a ti apretar mi carne, ni el oxígeno se hizo escaso a mi alrededor. Ya no me pregunté: ¿por qué pasó todo? ¿Por qué nosotros? ¿Por qué yo?

Me hablabas de no sé qué, no escuché, no atendí. Yo intentaba encontrar en tus ojos lo que fuiste para mí. Ya no estabas, no estaba ella ahí.

Y fue así como concluí que finalmente ya no hay nada. Ya no dueles, ya no hieres con el sonido de tu voz, ya no me envuelve tu esencia ni me eriza la piel tu presencia. No queda en ti nada de lo que fuiste a mi lado, no queda ya más nada de quien yo fui para ti.

Luego de tantos años, ya no hay nada en mí. La nada en que me dejaste finalmente me tragó. Ya no eres tú, ya no soy yo, mucho menos un nosotros que incluso dudo que existió. Ya no hay recuerdos que duelen, ni futuros que curan.

La nada negra de tus ojos, finalmente me tragó.

La nada negra de tus ojos, finalmente me tragó

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 08, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La nada en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora