Vacío

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     Existe este sentimiento que roza lo indefinible, que es bastante confundible. Siempre impredecible, incontenible.

Es quizás comparable a la nada misma; una sensación que te aísla. Una sensación casi irreal que te hace creer que en el exterior ya nada sigue igual, como si todo comenzase a mutar, a cambiar. Como si del mundo te fueses a separar, a borrar, a esfumar, a escapar.

La mejor forma de explicar esto es mediante pensar en este sentimiento como si fuese comida, como si se tratase de alimento. Sientes como si estuvieses muriendo de hambre, pero nada es capaz de saciar a tu cuerpo que se encuentra constantemente hambriento. Toda la comida te comienza a saber igual, no importa cuántas especias o azúcar le vayas a agregar, no eres capaz de sentir sabor alguno. Tampoco nada es capaz de llenarte, como si todo lo que introdujeses en tu boca fuera aire, como si tuvieses la cura de lo que te aqueja al alcance de tu mano, pero ésta no funcionase. Nada es capaz de satisfacerte, la sensación de saciedad es reemplazada por una constante ansiedad.

Esta emoción a la que estoy haciendo alusión es muchas veces pasada por tristeza. Por algo que posee causa y resolución, por algo curable y comunicable, que tiene venida e ida. La tristeza es como un viento que si bien puede sentirse como un huracán o torbellino a momentos, tarde o temprano se transformará en una brisa, para luego salir corriendo de prisa. Se irá, se extinguirá, probablemente ni siquiera te vuelva en la vida a importar lo que te tenía mal. Muy diferente es la sensación de la que aquí hablo, que no tiene explicación, que muchas veces no a alcanza a comprender nuestra distorsionada razón, que en comparación a lo que conocemos más parece una alucinación.

El nombre que mejor le quedaría a esto sería el de vacío. Y es que en sí es eso, es como si estuvieses solo parado en medio del abismo y ya todo careciese de significado. Como si la realidad fuese tan solo un espejismo, como si no hubiese nadie a tu lado. Como si no existiese ni bien ni mal; una contradicción sin final. Como si estuvieses en una caída libre sin aterrizaje, como si estuvieses sumido en un eterno viaje.

Me atrevería a decir que no hay humano que no haya experimentado esto de una u otra forma. Por supuesto que muchos eligen ignorarlo para seguir con su diario vivir, para sin significado sonreír, para en la civilización no dejar de existir. Tienen su vida formada y no conciben la idea de que ésta les sea cambiada. Su felicidad plástica vale más que su libertad mental, más que su humanidad. Prefieren no contestar esa llamada interna que eternamente les está intentando el estómago agujerear, prefieren mantenerse en su mundo construido en mentiras que aceptar la desesperación de no saber siquiera qué es existir, ser, amar, vivir, morir. Sus dudas se desvanecen el aire para dar paso al cotidiano ajetreo. Intercambian su raciocinio natural por una estabilidad artificial. Es casi egoísta el pensar de una forma tan conformista. Saben que algo está mal en su interior, pero actúan como si fuese perfecto todo en el exterior.

Me gustaría no sentir una especie de rencor hacia este tipo de gente, pero me es casi imposible. Al mismo tiempo comprendo su necesidad de aferrarse a las creencias que ya tienen internalizadas, a lo que creen por verdad. Comprendo su necesidad de mantenerse apegados a lo que siempre se les enseñó, de eliminar de sus mentes todo lo que de niños se les ocurrió.

Ni aunque la opción se me presentase volvería a los tiempos en los que no sabía de la inexistencia de esta construida verdad, en los que aún no dejaba que esta sensación se desarrollase en mí de forma tan bestial, en los que vivía como un humano maquinizado sin pensar más de una vez si las cosas han realmente pasado, en los que era un Sinclair sin que a Demian llegase a conocer, con una confusión más ruidosa que los latidos de dos nuevos amantes en un atardecer. Sí, quizás el mundo se tintaba de una facilidad inexplicable cuando sentías que éste no necesitaba explicación, pero ¿De qué me sirve esa aclamada felicidad si está sujeta a una manejada verdad? ¿Cómo es posible que sea tan fácil insensibilizarse, anestesiarse, cegarse, normalizarse? ¿Qué clase de humanidad te puede quedar cuando pierdes la principal característica de la especie que tanto reclama su espectacularidad? ¿De dónde nace la necesidad de reprimir todo impulso y pensamiento que se aleja de lo que conoces como verdad? ¿Cuál es el punto de vivir el mismo día una y otra vez, de vivir en el sinsentido de tu sensatez?

Este vacío inllenable parece rebosar de significado cuando le comparamos a la forma de vida de los de al lado, parece ser hasta una respuesta a los gritos de desesperación que cada humano tiene en su interior. Como si todo se resumiese en la nada. Como si solo eligieses vivir porque no puedes morir. Llega un momento en el que te preguntas si ese laberinto en el que estás inmerso tiene algún final, pero ni siquiera tu interior te puede contestar. Todo es incierto, como un desierto a medianoche; nadie sabe qué pudo o podría pasar, y tampoco hay quien lo pueda comprobar. Sientes que hay un camino invisible por recorrer, pero tú en tu lugar te dedicas a correr. Es ahí cuando crees que deberías parar, que deberías seguir una vida normal, a toda complejidad ignorar. Sin embargo, por más que creas que eso es lo correcto, en el fondo sabes que no te servirá de mucho en efecto. Quieres llegar al final del asunto, llenar el infinito vacío con lo que sea pruebe tu abstracto punto. Quieres hacer de esa sensación vacía tu plenitud; lo que te llene. Quieres satisfacerte con lo inexistente, responder a tu duda con la misma pregunta.

Al final terminas por caer en la realización de que pase lo que pase, seguirás buscando una respuesta a lo que no parece tenerla. Quizás algún día el vacío en tu interior tome otra connotación, pero por el momento no hay mucho que puedas hacer. Nunca habrá una exacta solución a la duda en cuestión, algunos la encuentran en desaparecer de la faz de la tierra, otros nunca lo hacen realmente, y quién sabe si alguien en vida logra responderse lo que tanto sueña. Lo único que con certeza puedo afirmar, es que el vacío, la duda, la incertidumbre, no es algo de lo que uno se deba despojar.  

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