Ya han pasado 3 meses desde que dejé de verte. 3 meses, 91 días y 2184 horas. Todo ese tiempo y aún no has podido salir de mi cabeza. Correteas desnudo entre los laberintos de mi cerebro, libre para explorar cada rincón habido y por haber. Abres puertas a recuerdos recientes y a algunos que no lo son tanto, y siempre duele cuando lo haces. No porque sean solo los recuerdos malos o los recuerdos tristes los que abres; duele porque la mayoría de ellos son recuerdos felices, de los mejores momentos que pasé en todo el año, contigo, y al revivirlos siento punzadas en el corazón al saber que no son más que eso: Recuerdos. Tenía conocimiento de que eras un poco travieso cuando te conocí, pero no esperé que lo fueras tanto, ¿sabes?
En todo aquel tiempo, no hemos vuelto a hablar tampoco. Intenté ponerme en contacto contigo, pero lo rechazaste. No te guardo rencor por ello, es tu decisión a fin de cuentas. En el mundo onírico, sin embargo, conversamos muy seguido. Me visitas en mis más gratos sueños y no, no estoy hablando de sueños húmedos o sueños sexuales. Para nada. Los momentos en los que te imagino diciendo mi nombre entre gemidos mientras te hago el amor de forma implacable bajo la luz de la luna los dejo para mis fantasías diurnas, que se acrecentaban todavía más cada jueves, día en que tenías educación física y asistías a clases con aquel uniforme ceñido que te sentaba tan bien. La forma en la que interactuamos en sueños es muy distinta. Te invito a citas en el parque, donde nos recostamos sobre el césped. Charlamos animadamente, como lo hacíamos unos cuantos meses antes, y ya no existe ningún silencio incómodo entre los dos. Me puedo tomar la libertad de tirarte piropos y decirte cosas lindas sin que nadie nos mire raro. Tú me respondes animado, te sonrojas y ríes gracias al nerviosismo. Yo te acaricio la mejilla, y de cuando en cuando te robo un beso. A veces en la mejilla, a veces en los labios, y los tuyos siempre se sienten tan bien contra los míos que me dan deseos de pasar a segunda base.
Deseo olvidarte, porque tenerte dentro de mi mente es como tener una especie de tumor alojado en lo más recóndito de mi cerebro. Se extiende, deja metástasis y termina por volver difíciles tareas que antes no lo eran. Tú eres así. Te recuerdo en muchas de las cosas que hago, y ahora esas mismas cosas que antes me causaban euforia o alegría, me generan un vacío en el pecho. Ver una película sobre cierto superhéroe (O mejor dicho, antihéroe, como tú insistías en denominarlo), me hace acordarme de ti. Jugar a cierto videojuego de guerra con mis primos me hace acordarme de ti. Ni siquiera puedo pronunciar la palabra "Pambisito" sin que tú aparezcas de nuevo de entre mis pensamientos. Es estúpido, lo sé. Muy estúpido. Demasiado, pero como antaño te dije, no soy precisamente lo que se puede llamar una persona normal.
Una sabia dijo una vez "I myself am strange and unusual".
Esa cita textual me resulta muy útil en esta ocasión. Verás, no estoy seguro de que lo que sentí por ti haya sido mera atracción a secas o amor puro . Todavía hoy sigo confundiéndolos. Una vez dije que estaba enamorado de alguien, y solo bastó una acción negativa de parte suya para que todo ese "sentimiento" se fuera a la mierda, sin repercusiones en el futuro. En otra ocasión dije que solo éramos amigos con un chico que conocí y cuando se fue, lloré como nunca lo había hecho en mi vida. Mi mamá dice que el último de los dos es amor, aunque eso no hace sino aumentar más mis dudas con tu caso.
No he llorado contigo todavía, mas cada vez que me acercaba a ti una bomba termonuclear estallaba en mis entrañas, dándome la sensación de mareo. Al no verte me siento vacío, pero no me dan las agallas para ir a tu casa, tocar la puerta y exigirte que resolvamos este asunto que día tras día va destruyendo mi cordura. Te veía en el patio de juegos, y corría de inmediato al baño para mirarme al espejo y asegurarme de que estuviera tan siquiera al nivel de tu belleza. Quiero decir, eres hermoso, eso nunca lo he puesto en duda. Tu baja estatura, tu piel suave y de una tez lechosa, tu rostro sonrosado naturalmente, los lentes de gruesa montura plástica que te daban un aire nerd y un poco torpe pero no por eso menos adorable, tu voz que los demás dicen que suena a niño rata pero que para mí es tan dulce y aterciopelada, y esos labios carnosos junto con aquel trasero que me traen loco desde el día 1. Todo eso y me sorprende que no tuvieras novia o novio cuando te conocí, o por lo menos algún pretendiente a la vista. Lo de las chicas lo entendía. Eras pequeño, el tercero más pequeño de tu salón, y ellas los prefieren más altos. Lo de los chicos por otro lado, se me hacía un poco inverosímil. Eres lo que cualquier chico gay puede pedir. Un uke perfecto.