Amor a Ciegas

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Si para mí es difícil creer en el amor a primera vista, creer en el amor ciego es casi imposible. Pero este chico lo consiguió, apareciendo justo en el momento en el que más necesitaba apoyo y sacándome una sonrisa en cada momento... Poco a poco, sonrisa a sonrisa, se empezaba a convertir en un pilar importante para mí.

Todo empezó en Instagram, un chico me comenzó a seguir y empezamos a hablar y conocernos, al fin y al cabo, a mí me encanta conocer a gente nueva de otras ciudades y pueblos, aunque sea muy tímido. Cuando empezamos a hablar, mi timidez se esfumó, me empecé a interesar en sus gustos, sus aficiones me parecían muy interesantes, me parecía muy simpático. Poco tiempo después intercambiamos nuestros números de teléfono y empezamos a hablar por WhatsApp. ¡Bien! Había hecho un amigo en Instagram sin conocernos de nada. ¡Logro conseguido!

Los días pasaban, seguíamos hablando, pero de repente, mi día a día se convirtió en un cúmulo de infortunios y quedé casi abandonado por la mayoría de aquellas personas a las que consideraba amigos, pero aún quedaba uno que no se fue después de todo. Ahí estaba él, animándome después de todo lo ocurrido, siendo flor de rosa cuando el resto de personas se habían convertido en un cactus espinoso.

A medida que hablábamos más, empecé a cogerle cariño, poco a poco, pues era el único que se interesaba por mi estado de ánimo y no por cualquier otra cosa que pudiera aprovechar para hacerme daño. Fue tanto lo que hablábamos que me empezó a gustarme y, cada vez que mi móvil sonaba, me tiraba a verlo, ya que deseaba que fuera su mensaje. Sólo él sabía hacerme sonreír en esos turbios momentos.

De repente se me apareció la oportunidad perfecta para decirle que me estaba empezando a gustar, cuando de forma amistosa y algo cómica me preguntaba si había alguien que me llamara la atención, y le pude decir que era él quien me llamaba la atención y que me encantaría conocerle más profundamente.

En el momento en el que le dije eso, yo iba muy en serio, aunque pude cubrirme tras el tono amigable que manteníamos. Aun así, por dentro estaba muy asustado, ¿cómo le podía haber dicho a un chico tan guapo y simpático que me gustaba de esa manera? No me merecía a ese chico, tenía una gran posibilidad de que me mandara a freír espárragos, y con mi gran pesimismo, ya estaba asumiendo la idea de haber hecho el ridículo cuando empezó a decirme que también le gustaría conocerme. En ese momento solté un suspiro de alivio con el que podía haber apagado mil y una velas en un momento.

Tras esa noche en la que decidimos conocernos, empezamos a hablar por teléfono. Me enganché a su voz desde el primer momento. Tanto fue, que nuestra conversación telefónica más corta duró aproximadamente una hora y tres cuartos. Deseaba que llegase el momento de la noche en que nos llamábamos un poco a escondidas, aunque tuviese que ir a mi azotea y pasar frio, lo prefería antes que no poder hablar con ese maravilloso chico.

El tiempo pasaba, el curso comenzó y, aunque ya no podíamos tener esas largas conversaciones telefónicas, no dejamos de hablar por WhatsApp, llamándonos algunas veces durante la siesta.

Pocos días antes de empezar el curso, aprovechando que tenía que llevar mi ropa al piso en el que viviría durante el nuevo curso, tuvimos la idea de que podía ir a verle a su pueblo, ya que está cerca de Córdoba y así podríamos conocernos en persona. Pero nos fue imposible. El tiempo no estaba de nuestra parte. Llovía a cántaros y no podríamos hacer nada.

Aunque el deseo de vernos no cesaba, ya había comenzado el curso y no teníamos tiempo para poder vernos, cuando yo no tenía que estudiar, él si tenía que hacerlo, y viceversa.

Mientras que buscábamos el día definitivo para vernos, decidí prepararle una sorpresa que le entregaría en esa tarde que nos viéramos. No se me ocurrió nada más especial para él que entregarle una pequeña caja llena con sus galletas favoritas y una carta en la que explicaba todo lo que sentía por él, pidiéndole que saliera conmigo.

Tras decidir un día, justo el día de antes, me dijo que no podríamos quedar. En ese momento no me enfadé, ya que sus padres hicieron planes de última hora y fue inevitable. Un par de días después decidimos quedar otro día, una semana después, en el que tampoco pudimos vernos. En ese momento me frustré bastante, pero no tenía nada que hacer. No es no. Al fin y al cabo, fue culpa mía, entendí mal el día y tuve que esperar otra semana para volverlo a intentar. Tras esperar esa semana, la respuesta negativa se volvió a repetir. Mi nivel de frustración llegó a un punto en el que no podía responder. Era la cuarta vez que lo intentaba, la cuarta vez que preparaba la cajita sin contarle qué es lo que tenía. Me dijo que podríamos intentarlo dos semanas después, pero sinceramente, perdí las ganas, sabría que no podríamos vernos, por lo que decidí contarle qué era lo que había en la caja. En aquel momento había asumido que tampoco saldríamos juntos.

Después de descubrirle la sorpresa, aún quedaba en pie intentar vernos dos semanas después, pero tampoco pudimos hacerlo, por lo que asumí que aquella relación de amistad finalizaría como todas las relaciones de amistad a distancia: se iría apagando con el tiempo. Aquel contacto que siempre estaba en la parte superior del menú de conversaciones de WhatsApp iría bajando poco a poco hasta que un día, con el tiempo, lo vieras abajo del todo, y tuvieras que preguntar quién es porque ya no te acuerdas...

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Solo espero que esto no nos pase. Ya sabes lo que siento por ti, sabes que no quiero perderte y que me gustaría dibujar un futuro junto a ti. Sabes que aún guardo aquella cajita con la carta en mi estantería, junto a la carpeta con aquel retrato que te hice aquella noche, antes del primer día que decidimos conocernos en persona. Ya tan solo me queda soñar que algún día llegará el momento en el que nos veamos frente a frente...

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