Palabras en el aire

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—Más teniendo recelo en tus actos, te protegerás tanto como una tortuga con su caparazón. Sin embargo, de no ser así, perjudicarás, no sólo a ti, de igual manera a los que están a tu alrededor. Quiero que me oigas, también quiero que me escuches.

Las palabras quedaron incrustadas en su subconsciente mientras el pequeño insecto redondo de tonalidad roja con puntos negros retomaba el camino antes recorrido, con una mirada llena de compasión dirigida al cuerpo inerte que yacía en el pavimento humedecido. Que recibía fuertes empujones en el torso a consecuencia de un rugoso hombre, quien a tal edad todavía desistía en ir a descansar a su lecho, persistía con ardiente fervor a su trabajo como paramédico.

Los gruesos glóbulos de líquido se rehusaban a terminar en el lodazal que se dirigía hacia la ciudad, regresando allá en las alturas donde se acumulaban los esponjosos algodones grises bajo un oscuro tono azulado estrellado. Los hombres oportunos se retiraban de forma fugaz, llevándose con sí todas las herramientas necesarias, con las palpitaciones de los corazones aminorando una vez ellos ubicados en el vehículo para emergencias.

De pronto, un intenso fulgor apareció en las blanquillas perlas del cuerpo inerte de Inés, esparciéndo un hermoso color marrón, donde se encontraba albergada la aurora del alma, avivándose la llama reluciente de energía, quien concedió que el oxígeno fuera devuelto a los órganos vitales.

La roña del exterior fue desprendida efusivamente de la fina tela de gran precio, que se coció de vuelta, uniendo con rapidez los extraordinarios encajes y bordados hechos por una exclusiva modista proveniente de Paris, dejando intacto un bello traje de tirantes rojizo de terminaciones negras, en combinación con unas extravagantes sandalias de tacón de punta. Incluso el yeso en su brazo izquierdo que privaba la piel carnosa del exterior recuperaba su estado.

Las diminutas partículas quebradas, separadas por un impacto, saltaban eufóricas de un lado a otro, dando un último salto hacia la dura y frágil capa del inhabilitado coche, que le había hecho un daño irreparable a un cerezo —mas no obstante, éste volvía a la vida—, después de permitir al cuerpo juvenil atravesarlo para regresar a su antigua posición frente al volante, el cual comenzó a girar precipitadamente hacia la izquierda valiéndose de la mano derecha. Acercándose a el carril correspondiente en medio de la torrente en la que sucumbía, luego de haber danzado el coche por el resbaladizo suelo y dejar adelante al pequeño coche rojo que recorría la carretera sin ninguna prisa, los niveles de hormonas que estimulaban el sistema nervioso central disminuyeron considerablemente visibles.

Las finas hendiduras que estuvieron en el rostro se unieron, dejando a su paso una piel terciopelada completamente sana y libre de hinchazón, sin evidencia de fisuras o torceduras. Los ojos volvieron su vista al frente, el sudor en sus palmas desapareció y los empujes en el pedal acelerador cesaron.

Las nubes se desparcian y el sol resucitaba de entre las montañas, obsequiando a todos una de las más espectaculares vistas de un atardecer. Mas sin embargo, Inés parecía enfurecida al notar cómo se acumulaba en la carretera un sin fin de vehículos obstruyéndole el arduo camino que la llevaría a la inauguración de su nueva boutique.

Y el estrés volvió a embarcarla cuando estuvo en su departamento, histérica al no encontrar nada que fuera lo suficiente llamativo y esplendoroso para lograr enjaular a nuevas presas de la cual saciarse de su fortuna. Su ánimo fue transformado en uno aun peor cuando por descuidada (Molesta porque le picaba la piel escondida detrás del yeso. Realmente odio el momento en el que cruzó la calle y aquel energúmeno de la bicicleta la “arroyó”) dejó la plancha sobre la blusa de estilo europeo, una de sus favoritas. Totalmente nublada por los lujos a su alrededor, sin ser justa ni consciente, depositó toda la culpa en Elena, su madre.

—Pero mira que eres una inútil. ¿No puedes realizar bien las pruebas que te doy? ¡Una más Elena, y te echo de mi departamento!

Elena compungida con la cabeza gacha, con su corta y grisácea, pero muy cuidada, melena cubriéndole el rostro, elevó la mirada lanzándole claramente con desdén una mirada funesta. No entendía cuál era el motivo que incitaba a Inés a comportase como tal. ¡Ella jamás le educo para que fuera una persona despreciable y enredadora, que va de un lado a otro sin hacer nada de provecho! ¡¿Qué le había sucedido a su hija?! Además, Inés no había hecho nada para crear esa “fabulosa” boutique, todo se lo debía a un pobre zascandil. Inés estaba pasando por una etapa en la cual ella era indómita, eso pensaba Elena. De igual manera le trató a la hora del desayuno, por su "bisoño" arte culinario.

El cabello castaño de Inés perdió su forma bonita, cuando éste fue sumergido en la tibia agua que le aguardaba en la muy elegante tina, que ocupaba un cuarto del baño. Mas no tuvo cuidado en proteger el material adherido a su cuerpo. Debía refrescar su cuerpo para el muy esperado día, su día. Su bata, despreciada en el frío suelo formado por baldosas color crema, el cual hacia contraste con el intenso color amarillento de las paredes, regresó a su mano para envolverse en su cuerpo. Su habitación estaba decorada (o repleta) con carteles de diferentes modas: de peinados, de atuendos, de zapatos, inclusive de bikinis.

En el centro de esta reposaba su cama matrimonial, aunque ésta no estuviese casada, le gustaba dormir de manera plácida, abarcando todo el espacio sobrante con almohadas. Decía a sus amistades que dormir rodeada de almohadas le hacía creer ser una diosa rodeada de nubes.

Su intento por desperezarse fue fallido. De vuelta tuvo su cobertor de ojos encima, con una pijama pequeña a cuadros bastante transparente. Sus fuerzas quedaron refugiadas en su interior, sus párpados pesaron como mil rocas. El frío de la mañana regresó tempestivamente, congelándole vanamente los pies.

Arropada con una frisa hasta la coronilla, sumida en un profundo sueño, fue entonces que se incorporó de momento, terminando sentada en la cama, volteando con desespero a ambos lados. ¿Que le acababa de suceder? Parpadeó, con gran certeza de que los diversos eventos que opacaban su mente se ubicarían en sus respectivos lugares. Pero lejos de estabilizarse, terminó resbalando hacia la fosa de la confusión. De ser posible hubiera creído, pero... ¿acaso no debía ella ser así? ¿Acaso ella había cambiado el transcurso de su vida con su conducta, haciendo enfadar al destino y que éste le obsequiará un pedazo de su futuro para que ella remediará sus negligencias?

Aún desconcertada, se quitó su cobertor —. Fui muy negligente al intentar rebasar aquel coche. No lo voy a permitir —Y con entusiasmo se levantó de la cama, se colocó la bata y saliendo de su habitación gritó: ¡Mamá, hoy prepararé el desayuno!

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