–No es muy común encontrarse con estas larvas arrastrándose sobre el suelo, se la podría comer algún pájaro. – Le dijo el jardinero a su hija refiriéndose a una pequeña larva de escarabajo que se encontraron en el jardín. – Casi siempre están debajo de la tierra. Ahí consiguen su alimento y viven unas vidas muy felices escondidas de sus depredadores. Lo más seguro es que viniera de algún costal con tierra.
–Es muy fea papa.
Y la dejaron en el suelo. Una pequeña larva en riesgo de ser el alimento de alguna ave. Con su torso blanco y cabeza y patas de un tono anaranjado marrón. Estas últimas no sirven para caminar, son muy regordetas para hacerlo, por eso se arrastran. Sus patas le sirven para escarbar y como son ciegas, es fácil realizar esta actividad para ellas. Y eso hizo, escarbó rápido en el suelo del jardín, tenía mucha hambre.
Tenía mucha hambre, demasiada, sería capaz de comerse una roca entera. Y eso hizo. Pero no una roca grande, una muy pequeña, del tamaño de una migaja de pan. Y después del tamaño del tamaño de un botón, y después del tamaño de una canica, y después del tamaño de un pulgar. Y siguió y siguió. Hasta que pudo comer rocas del tamaño de una bola de billar. La larva terminó con el tamaño de una linterna de mano. Pero esta tenía mucha hambre.
Y nada mejor y lleno de proteínas que sus hermanas. La ley del más grande. Empezó con las larvas chicas y continuó con las más grandes, que tenían aproximadamente el tamaño de una mano adulta. Y comió de todo aquello que se moviera: gusanos, lombrices y escarabajos. Cuando la larva término con el ataque de canibalismo ya no quedaba ningún rastro de vida en el sub-suelo, y la única sobreviviente, la reina de las larvas, terminó con el tamaño de una serpiente.
Y un día decidió salir a la superficie.
El jardinero se dio cuenta de que su jardín se marchitaba. Las rosas no tenían color, el pasto estaba seco y la tierra desquebrajada. Por más que regara el jardín este no mejoraba. "Tal vez no hay muchas lombrices", pensó. Luego se encargaría de eso. Y se dirigió a la recamara con su esposa, dejando a su hija jugando con sus muñecas de trapo en el marchitado jardín.
Escuchó un chillido proveniente del jardín. No lo pensó dos veces y corrió hacia donde se encontraba su hija.
¡Que desagradable sorpresa se llevó al llegar al lugar! Una gran larva, más grande de lo habitual, se comía las muñecas de su hija, la cual estaba entre lágrimas viendo como ese asqueroso bicho se comía sus muñecas de trapo, que ahora más que muñecas parecían trapos. Su madre rápidamente la retiró del lugar. Ella y su hija le tenían un profundo asco a ese bicho.
El padre acercó su zapato recién lustrado a donde estaba el bicho, pretendiendo darle un pisotón. La larva tenía mucha hambre. Esta dirigió un mordisco al pie del jardinero, arrancándole un pedazo de zapato, calcetín y de carne ensangrentada. El jardinero soltó un grito de dolor mientras veía su pie ensangrentado y observaba como la larva volvía a esconderse en el fondo de la tierra, debajo de su jardín.
A la larva le encantó ese sabor y quería más.
Salía todas las noches para comer rosales del jardín. Por lo visto a la gente no le gustaba salir a ver qué pasaba a esas horas.
El jardinero se dio cuenta de que su jardín ya no era más un jardín. Ahora era un lote baldío. No le extraño mucho que el jardín se hubiera marchitado por completo, ya lo veía venir. Pero le extraño mucho que faltaran partes de las macetas y del muro, como si algo les hubiera dado a mordiscos. "¿Ese bicho habrá hecho todo esto?" No tenía tiempo para pensar en ello, tenía mucho sueño. Quería ir a dormir con su esposa y con su hija, que recientemente había tenido pesadillas con la larva y le daba miedo dormir sola en su habitación, así que dormía con ellos. A él no le molestaba mucho.
Curiosamente la larva tenía un hambre atroz esa noche.
Y salió a la superficie, dejando un cráter en la tierra. Este bicho era gigantesco. Larga como una escalera y gorda como una vaca. La puerta trasera no fue un obstáculo. Le dio unos mordiscos, como lo había hecho con las macetas y el muro.
Lo podía oler desde que entró a la casa. Ese olor magnífico. Quería tener ese exquisito sabor de nuevo entre sus mandíbulas. Había unas muñecas de trapo en la sala. Un pequeño aperitivo no le haría mal, todavía faltaba el plato fuerte.
Estaba muy cerca, lo sentía. Había desarrollado un buen sentido del olfato y del tacto en estos últimos días.
La puerta estaba a medio abrir. Entro sin hacer mucho ruido. Y ahí estaban. Una vibración en el aire. Alguien se estaba despertando.
La niña estaba a medio despertar, afortunadamente no se despertó por completo, que susto se hubiera llevado si viera que se la estaba comiendo una larva que parecía salida de sus pesadillas.
Pero no todo fue color de rosas. La madre lo vio todo. Vio como un gigantesco bicho se comía a su pequeña. Afortunadamente se desmayó. La larva pudo terminar de comerse a la niña sin ser interrumpida y fue más fácil engullir a la madre.
El padre no se dio cuenta de nada hasta que se despertó y vio que mitad de su cuerpo estaba dentro de ese bicho. Se preocupó más por la vida de las dos mujeres que más amaba que por su propia vida.
– ¡Corran, llévate a la niña y trae ayuda! – Suplico el jardinero. – ¡Rápido por favor, esto duele mucho! ¡Corran!
No sabía que sus plegarias eran en vano. Y si no hubiera forcejeado con las mandíbulas de la larva el proceso hubiera sido menos doloroso. Finalmente terminó en el estómago de esta.
Ya no había obstáculo para la larva. Tenía el estómago algo lleno, pero no importaba, todavía faltaba el plato fuerte. Unos deliciosos zapatos recién lustrados y un calcetín, toda una delicia.
Y volvió a su hogar más que satisfecha.
¿Dónde podría conseguir otros de esos zapatos recién lustrados?