Ni mil ni millones

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Tardaría menos de 10 segundos en describirte, pues solo encontraría un silencio abismal, donde existen tantas palabras, que me rendiría en el mismo instante y te describiría simplemente como indefinible. Porque como escribía Oscar Wilde, definirse es limitarse.

Puedo darte más de mil razones por las que me marcho, y podría hacerlo en menos de mil palabras y mil segundos, simplemente cuando llegues y no me encuentres, eso miles se convertirán en uno, en un nada. Porque esa es mi intención, que no quede nada de mí.

Nada de mí, de lo que soy y lo que fui. 

Nada de los recuerdos que podría darte, y ojalá pudiera quitarte los que te di. Así no me sentiría tan culpable.

No más noches cuando cuatrocientos me hacía despertar gritando. No más noches calmándome, diciéndome que no escuchara a los números, que solo estaban en mi cabeza. Pero quince y treinta solo mandaban callar mi pensamiento consciente, dejando lugar a la locura, tan indescriptible como los sentimientos que intento dejar atrás a puño y letra.

Locura, esa que tú y yo tanto odiábamos, y que tantos consuelos como angustias ha traído a nuestro pequeño hogar. 

Sé que mi enfermedad es difícil de comprender, y mucho más convivir con ella, día sí y día también. Las voces me decían que yo no te importaba. Que cualquier mañana me despertaría con las sábanas frías y lo más doloroso, vacías. 

Me dicen que acabe con todo, que no vale la pena seguir. 

Pero no. Las mando callar y me aferro fuertemente a tu espalda, junto a tu sueño dulce y sosegado, creyendo que todo irá bien. Mas la oscuridad no es eterna,  el día siempre regresa, mis temidos números que siempre vuelven.
Quiero soñar y no despertar. Estoy harta de ilusiones en vida. 

El odio hacia mis números nos mantenía unidos, pero sin duda nos alejaba decimal a decimal, sin darnos cuenta al pestañear.

Odio tanto al amor. Me hace necesitar tu risa, tu olor, tu mirada fija, tu forma de expresar cariño y de hacerme reír.
Tienes ese efecto en mí, hace que las luces de la calle me difuminen la vista y sólo vea fijamente tus bonitos ojos.

Dices que soy Miss Atomic Bomb, como nuestra querida canción, la que bailábamos de madrugada en mis noches de pánico, un maravilloso desastre de perfecta melodía.
Dices que mi interior está coloreado arco iris. Yo te digo que tengo todos los colores que alguna vez han reflejado la muerte. Y que destiñen, y no quiero tu blanco puro ennegrecido.

Puedo darte más de mil razones por las que te amo.  Por ser mi otra mitad. Por no separarte de mi lado, mantener tus manos en mi costado, entre paredes blancas y sillones doblados, con señores antipáticos apuntando en libretos mis ya comunes delirios. Sin importarte el número que me había hecho sentarme allí esa vez. Ni el mil ni el millón, pues tú y yo éramos uno, y ese es el número más importante. 
Puede que me quieras con o sin ellos, pero nunca podré darte tu mundo feliz. A mí los números no me dejarán serlo, y no quiero arrastrarte a mi vacío.

Me tengo que ir, haz tu vida lejos de mi. Mañana será un día de sol, sin la sombra de doscientos o cuarenta o cualquier otro horror numerado. Yo seré una muñeca vacía sin caballo desbocado. Yo seré aire, cielo y tierra. Pues estaré contigo aunque no te des cuenta.

Esto se me hace eterno, pero no encuentro manera de romper el hilo de diamante y algodón que me une a ti. Tan suave y a la vez indestructible.
Así me creía yo, hasta que descubrí que cuando los demonios se juntan tumban ángeles.

He dibujado alas de ángel en tu espalda esta misma noche. Sintiendo el calor que transmites a mis manos frías de cadáver en vida. Las mismas manos que van a escribir las últimas líneas.

En este instante sólo me quedan lágrimas que derramar. Y todas cuentan historias sobre un tú y yo.
Vive, a partir de hoy.

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⏰ Última actualización: Mar 26, 2017 ⏰

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