Anatoly Berezutski es el oficial que me salvó de un destino mucho peor que la muerte. Según el registro, él es mi padre pero para mí es mi salvador.
Después de enterar a mi familia en las cercanías de lo que quedaba de mi hogar, porque no significaba nada una casa con sólo un huésped en ella, y enterrará a los soldados corruptos lejos de la cabaña; alguien llamo a la puerta con un gélido toque que sobresalto mi remordimiento.
Continuamente recibíamos nómadas que solicitaban un poco de agua para continuar su trayecto, aun así, el miedo fluyó por todo mi cuerpo temiendo que fueran compañeros de los soldados a los que asesine a sangre fría.
Me mantuve en silencio esperando a que se marchara; alejada de la puerta y con el hacha en las manos por si se atrevían a entrar a la fuerza como la última vez, los golpeteos en la madera se hicieron más afanosos y repetitivos. Sin embargo, no iba a abrir la puerta.
Esperé pacientemente a que se rindiera y se machara y lo hizo, después de tres horas. A veces iba y venía de un lado a otro del extremo de la cabaña analizándola por fuera si realmente se encontraba deshabilitada.
Después de tres horas desistió y se marchó. Me asomé desde una de las ventanas principales para visualizarlo de lejos, estaba en lo correcto, era un soldado, aunque su uniforme era diferente que los otros.
Mi ansiedad no disminuyó con el pasar de los días, es más, se intensifico. Mi desasosiego no me permitió dormir, cada ligero ruido me provocaba levantarme de la cama sosteniendo el hacha con fuerza, no podía dormir sin él. Si alguien entraba lo primero que haría sería blandir mi arma y estamparlo sobre mi enemigo pero si esté tenía en su poder un arma de fuego, estaría perdida.
Pasó por mi mente el marcharme mi hogar pero ¿Dónde iría? ¿Qué comería? ¿Dónde dormiría? No podía marcharme. No sabía nada del mundo exterior, jamás en mi vida había salido de las montañas, la naturaleza era mi hogar.
La única información que sabía de las ciudades era porque los nómadas nos relataban historias, algunas hermosas, otras tristes y otras devastadoras. Cuando comenzó la guerra las únicas historias que escuchaba era de personas que sufrían de hambre y sed al perder a sus seres queridos, al vivir atemorizados dentro y fuera de sus hogares.
Yo no quería ir a esas ciudades. Desde pequeña soñé que algún día abandonaría mi hogar e iría a la gran capital a vender lana y queso pero esos sueños quedaron olvidados cuando estalló la Primera Guerra Mundial.
Un nuevo llamado a la puerta me sobresalto cuando desayunaba en la cocina. Ya habían pasado varios días desde su venida, mi instrucción no me falló, descifró los golpeteos del soldado, había regresado ¿Por qué? No lo sé ¿Solo? Tendría que averiguarlo.
Me asomé por la ventana y, efectivamente era él. Venía solo. Al presenciar mi presencia posó su mirada en la ventana. Él no podía verme producto del espesor de la cortina pero yo a él sí, me sorprendió ver que me dirigió una cálida sonrisa de bienestar, ningún soldado podía sonreír como él lo hacía en ese momento, no cuando había sufrido la pérdida de sus seres queridos.
Por alguna razón, me indujo tranquilidad y tuve la valentía de abrir la puerta para dejarlo pasar, en ningún momento le quité la vista por si estuviera actuando con amabilidad para ganarse mi confianza y atacar. Lo que me sorprendió de ese hombre fue que se mantuvo a distancia y en todo momento actuó con educación.
–¿Puedo sentarme? –preguntó con respeto, indicando un asiento en la pequeña sala de estar.
Asentí desafiante sin dejar de sostener con fuerza el hacha en mis manos.
El hombre cerró la puerta y se tomó su tiempo en colocarse cómodo. Deduje que se presentaba para realizarme unas series de interrogantes a consecuencia de los soldados, supuestamente extraviados, aunque estaba claro que habían pasado por aquí por mi actitud agresiva. No le confesaría mi asesinato; una cosa tenía bien clara, ese hombre sabía con exactitud lo que pensaba en ese entonces.
–Si quieres sobrevivir tendrás que enlistarte al ejercito, aquí no sobrevivirás –informó con tono formal y severo.
Al ver mi absorto rostro, sonrió con calidez para calmar mis inquietos pensamientos que surgieron tras sus palabras ¿En listarme? ¿No sobreviviré aquí?
–¿Por qué debería de hacerlo? –espeté con molestia ante su ofrecimiento.
–Este lugar, tu hogar, será un nuevo paso para las guerrillas –informó con dureza–. Lamentablemente ya tuviste el inconveniente de cruzarte con algunos soldados... –bajó la mirada y junto sus manos como si estuviera orando en silencio.
La última vez que se presentó en el umbral de la puerta, debió darse cuenta que la tierra estaba suelta en alguna parte de la pradera. Temí que ese hombre hubiera dado aviso a sus generales pero estaba ante uno de ellos.
–Ven conmigo. Te ayudaré a ocultarte, te daré renombre y nadie intentara lastimarte –aclaró levantando la mirada que denotaban sinceridad absoluta.
–¿Por qué harías eso por mi? Yo maté a tus soldados –confesé atónita ante su ofrecimiento y sin medir mis palabras.
–Tú no los mataste, fue su codicia y su falta de moral. Siento mucho lo que sucedió con tu familia, todos hemos perdido a alguien en esta vida –expresó melancólico aclarándose la garganta para continuar–. ¿Cómo te llamas?
–Aleksandra, señor –respondí nivelando el odio en mis palabras y bajando un poco el hacha para que no se sintiera intimidado.
–Que coincidencia, mi hijo tenía un nombre similar –comunicó acongojando.
Enseguida deduje que su hijo había muerto al referirse en pasado. No tuve la oportunidad de darle las condolencias y él se puso de pie de forma repentina que ocasionó que volviera a colocarme en modo de ataque, mientras él buscaba algo en el bolsillo de su uniforme, se aproximo a mí ofreciéndome los documentos.
–Ha estado desaparecido por catorce semanas... –acalló sus palabras al lagrimarle ojos color azul cielo.
Lo peor de perder a alguien en la guerra es que, en la mayoría de las veces, los bombardeos destruyen el cuerpo de los soldados haciéndolos irreconocibles y en ocasiones jamás se llega a encontrar los cuerpos por múltiples razones.
Ese día dejé de ser Aleksandra y fui Aleksandr Berezutski, hijo del general Anatoly Berezutski.
Aquel soldado que aún no daban por muerto y que hasta el día de hoy nunca encontraron su cuerpo. Seguramente fue abatido por manos enemigas. Ahora, yo tomé su lugar, su identidad.
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El Soldado Infausto
Historical FictionLa guerra llegaba a su fin o era el deseo que mas anhelaba en la vida. La Primera Guerra Mundial fue el acontecimiento que marcó a todo el mundo, creando continuas disputas en cada país. Rusia no fue la excepción, la revoluc...