Capítulo 1

9 2 1
                                    

El tiempo aún estaba parado cuando salí del banco. Llevaba una bolsa de dinero en una mano y en la otra, mi reloj de bolsillo. Aunque los policías nunca conseguirían pillarme, me gustaba llevar una malla en la cabeza, no sé si por costumbre o por gusto, pero no por si acaso. Era imposible conocer mi identidad. Algunos habían empezado a llamarme ladrón de recuerdos, ya que después de mis robos ninguna víctima presente podía recordar nada.

Cuando llegué a mi pequeño apartamento en el centro de la ciudad, descongelé el tiempo. Seguro que si hay alguien leyendo estás memorias se está preguntando en que ciudad vivía, pero no lo voy a decir. No puedo arriesgarme a que se conozca mi identidad. Ni si quiera voy a mencionar mi nombre real, así que dejémoslo en Dave Murray. Al menos así era como me daba a conocer a las personas de la ciudad. Tampoco voy a revelar mi aspecto, ya que tendría un enorme problema si me reconocieras por la calle, así que voy a dejar vía libre a la imaginación de quien sea que esté leyendo esto. Pero tampoco te pases. Digamos que aparento veinticinco años, y hago hincapié en aparento. Igual te asustas si te digo mi edad real. Mejor para mí. Tengo ciento cincuenta y seis años. Ahora tómate unos minutos para asimilarlo y ten en cuenta que soy (casi) normal.

Antes de nada, no soy una buena persona. Yo robo bancos. Robo bancos porque me da pereza trabajar y porque probablemente gane más dinero en una semana que cualquier humano en un año. A mí realmente me gusta robar bancos, aunque disfruto aún más haciendo que la policía y los detectives se coman la cabeza intentando descubrir quién soy. Sí, me gusta hacer sufrir a la gente. Es un entretenimiento realmente entretenido.

Además, tampoco tengo necesidad de ser bueno. No me relaciono con casi nadie. Creo que en el último mes, la única palabra que he dirigido a un ser viviente ha sido a mi vecino del segundo al saludarlo cuando me lo encontré en el ascensor. Ni siquiera sé si me oyó. Supongo que esa es la razón por la que me ha dado por escribir. Como siga sin expresarme en ningún tipo de comunicación, voy a acabar volviéndome loco.

Volviendo a donde lo había dejado, me metí en mi piso sigilosamente. No era lo que se dice grande, pero tampoco pequeño. Espero que no tengáis altas expectativas en cuanto a mis descripciones, porque os vais a decepcionar.

Dejé la bolsa de dinero en el salón, a la derecha nada más cruzar la puerta de entrada. Con eso tenía para un par de semanas. Me senté en mi sillón, exhausto. Esta vez había robado en una zona distinta de la ciudad, y como había ido caminando me había cansado más que de costumbre.

Encendí la televisión y me relajé. A los pocos segundos me quedé completamente dormido. Lo bueno de vivir durante toda la eternidad (o mejor dicho, no morir) es que puedo pasarme el día entero durmiendo.

Y ahora ese alguien que está leyendo mis escritos se estará formulando preguntas acerca de mi inmortalidad. Pues, para que veas lo majo que soy, te voy a contestar. Yo no puedo morir a menos que haga huelga de hambre hasta que no pueda más, alguien me pegue un tiro o decida acabar con mi vida yo mismo. Pensarás que nadie querría hacer esto último si fuera inmortal, pero la eternidad es mucho tiempo. Y con mucho me refiero a mucho. Durante este periodo, cualquiera puede llegar a tener pensamientos suicidas. Por el momento, a mí no me ha pasado. ¿Que qué es lo mejor de la inmortalidad? Poder cometer los errores que desees y luego desaparecer. Te aseguro, por experiencia, que pasados unos años ya nadie se va a acordar de ti. Lo peor, obviamente, es que vives eternamente sufriendo una crisis de identidad constante e intentando adaptarte a las diferentes épocas, muchas veces sin éxito.

Me desperté con unos golpes en la puerta. El último pedido que había encargado me había llegado ayer. Me levanté del sillón y caminé lentamente hacia ella arrastrando los pies. Mi vecina de enfrente estaba de pie junto al marco de la puerta. Era baja y delgada, con el pelo castaño corto. Sus ojos eran verdes y grandes y tenía pecas rodeando su pequeña nariz chata. Supongo que era guapa, aunque no consigo acostumbrarme a los estereotipos de mujeres que marcáis los humanos a lo largo de los años. ¿No sería más fácil no tener ninguno? Me parece una pérdida de tiempo. El caso es que suponía que era guapa, pero no le debía ir demasiado bien con sus relaciones amorosas. Más o menos una vez cada mes (a veces menos y otras veces más) aparecía con un chico diferente en el edificio.

No soy muy bueno conversando y, como claramente venía a quejarse, esperé a que lo hiciese y se marchara. Ella se quedó en silencio, observándome durante unos segundos, como si esperara que dijese algo y, finalmente, se dignó a hablar.

-¿Podrías bajarle el volumen a tu televisor? Es que no puedo concentrarme en mis estudios.

Cerré la puerta e hice lo que me había pedido, volviendo a acomodarme en el sillón pero está vez sin dormirme.

La puerta sonó de nuevo nada más sentarme en él. Mi vecina estaba otra vez allí.

-¿Nunca vas a dirigirme la palabra?- Me preguntó.

Yo me encogí de hombros. Puso los ojos en blanco y se marchó. Verdaderamente nunca entendería a los humanos del siglo XXI.

Memorias De Un Ladrón De RecuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora