La fiesta

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La fiesta apenas empezaba cuando alguien grito que todo el mundo se pusiera de rodillas. ¿Era un juego? Todos obedecimos, creyendo que se trataba de un juego o alguna actividad, pero entonces se oyó un disparo. He visto cientos de películas de acción y en ese momento supe que iba a pasar, si estuviera sobria, joder, si no hubiera tomado podría haberlo evitado, pero no. Alguien me golpeó en la nuca y después… oscuridad.
—Despierta.
Había una chica, en un principio creí que era alguna chica del instituto que había ido a dormir a mi casa, pero entonces me fije en la pistola que tenía en la mano. Y comprendí. ¿Ya lo sabían mis padres? No deberían de tardar mucho en dar el rescate.
Me dio un plato de comida y se dio la vuelta. No debía tener más de diecinueve años, y parecía normal, ¿pero qué clase de chica normal carga una pistola como si nada?
Ella tenía algo en la mirada que te obligaba a obedecer. Era esa clase de chica que muy seguramente evitarías a toda costa.
Y comenzaba a  pasar el tiempo. La primera noche fue la peor. La chica, que parecía saber todo de mí, no decía nada de ella, ni de que pasaba ni de cuando se acabaría, literalmente nada. Se encargaba de cuidarme las veinticuatro horas del día, aunque a veces los días me parecían semanas. Era imposible llevar la cuenta de cuánto tiempo había pasado de la última vez que había visto a mis padres. Si yo la pasaba mal, la chica también lo hacía. Pasaba gran parte del tiempo con la mirada perdida y a punto de llorar, pero cada que yo le preguntaba si le pasaba algo, me dedicaba una mirada  que me hacía cerrar la  boca. Lloraba en silencio, porque mi llanto la ponía de malas y se iba.
Un día, fue diferente. Regresó, y se sentó a lado mío.
—Te traje algo— por primera vez en todo el tiempo que había estado con ella, sonrió.
No respondí temiendo que fuera una  trampa o algo peor. Solo la mire unos segundos a los ojos, esbozando algo como una sonrisa. Últimamente yo tampoco sonreía mucho.
— ¿Te gustan los gatitos? — volvió a sonreír mientras me daba un gato de peluche.
Lo tome, temerosa de que fuera una trampa, pero solo se limitó a mirarme mientras yo sostenía al estúpido gato.
Y comenzamos a hablar, o yo hable, y ella me escuchó. Le conté sobre mis gustos, y quién era yo antes del secuestro. Cuando le preguntaba algo sobre ella, negaba con la cabeza y desviaba el tema hacia mí. No podía quejarme, eso era mejor que nada. Era buena escuchando, parecía realmente interesada en lo que le decía, día a día comenzábamos a avanzar.
— ¿Cómo crees que es el diablo? — preguntó una noche, cuando ninguna de las dos podíamos dormir.
Me tardé en responder.
—Es chica, cabello castaño, ojos verdes y sonrisa bonita— respondí, sin saber cómo reaccionaría.
— ¿Yo soy el diablo? — y tal como esperaba sonaba nada divertida.
—No, yo no quise…
— ¡Es broma! Deberías ver tu cara de susto.
Suspire aliviada, y para sorpresa mía comencé a no odiar ese cuarto de cuatro por cuatro, sin ninguna decoración, con dos camas y un tubo de metal.
Ella tenía el don de hacerme sentir bien, de hacerme reír, de hacerme sentir que no todo estaba tan mal. Parecía esforzarse porque yo no la pasara mal.
— ¿Por qué haces esto? — le pregunté una vez.
Ella estaba recostada en su cama, fumando, parecía tan relajada, que fácilmente podríamos haber sido un par de amigas en una pijamada.
—Tengo familia, ¿sabes? —Soltó una boncada de humo—. No es algo que me guste hacer mucho, pero hay gente que te quiere aquí, y yo tengo deudas y una familia que depende de mí— se calló unos segundos, y luego dijo: — Lo siento.
—Pero… Pero puedes dejarlo, ¿no? No tienes que…
—Tú no lo entenderías, pequeña.
Y tuvo razón, no lo entendía, podíamos huir, y ser felices, juntas. Dejar atrás todo. ¿Por qué seguir así?
—Yo te quiero— le dije, un día en el que creía que ella estaba dormida.
Pero no lo estaba. Se levantó de golpe y me miro, como si no me reconociera, me miro, como en el primer día y me di cuenta de que jamás me había sentido tan estúpida y humillada. Negó con la cabeza y se fue, dejándome ahí, preguntándome qué había dicho mal, y llorando, llorando como hacía mucho que no lloraba. Quería ir a casa y olvidar todo.
—No—dijo cuando llegó—. Investigue y no. Se le conoce como síndrome de Estocolmo— volteo a verme y cuando vio que no entendía, añadió: — Es muy común en secuestros. Sucede cuando la víctima desarrolla una complicidad o un vínculo, con el secuestrador.
—No, yo sé que te quiero.
Se rió, una risa carente de humor.
—Puede incluso ser costumbre, me refiero, yo soy la única persona a la que has visto por tres meses.
—No es…
—Dime una cosa— me interrumpió— ¿te habrías fijado en mi si no estuvieras secuestrada? Si fuéramos al instituto.
—Si, ¡Claro que si!
—No— replicó—. Ambas sabemos que no.
Y al día siguiente, no me despertó ella, fueron gritos, y ruidos de pistolas. Nunca la había visto tan alerta.
— ¿qué está pasando? — pregunté, deseando que todo el ruido desapareciera.
—La policía— explicó.
—No.
—Quiero que cuando ellos entren aquí, corras y busques a un policía, le digas tu nombre, todos tus datos y encuentres a tu familia— ordenó—- Hazme caso, por favor. —Dijo acariciando mi rostro.
—No— susurre, horrorizada, no podía dejarla ir.
—Te prometo que llegaré donde estés en cualquier momento, voy a salir de aquí... Te prometo que escaparé, preciosa... pero por favor vete, ve con tu familia y si te preguntan por mí, tú no me conoces, no hables de mí... Mantenme en tu corazón, por favor.
Iba a perderla. Iba a perder a la única persona que había amado en mi vida, cuando me di cuenta, el nudo en mi garganta se hizo más grande y el vacío dentro de mi estómago se hizo presente.
Me observó con nostalgia, como si de verdad no quisiera dejarme ir. Sus ojos se quedaron en los míos y luego rápidamente se acercó a mí y me besó. Fue un beso tan reconfortador, pero a la vez tan amargo... Es ese beso triste, ese que no sabes si será el último o sólo un "nos vemos". Sabía que ella deseaba irse conmigo, pero no iba a llevarme ni aunque lo quisiera más que a nada...
- Te amo -Susurré al separarme de sus labios. Sus ojos se quedaron firmemente en los míos. Sus ojos verdes eran tan perfectos para ser reales, sonrió mirándome por unos segundos y luego besó mi frente.
- Yo también te amo y... sólo quiero que seas feliz.
Pero, ¿cómo ser feliz sin ella? Hoy, un año después de perderla de vista, aun me lo preguntaba. Ella quería que yo viviera, quería que comenzara con mi vida y saliera adelante. Y la odiaba por eso. Ella había tomado mi vida anterior, y la había destruido. Y en cuanto a su deseo, eso no será vivir en lo absoluto. Las palabras de mi madre resonaban en mi cabeza “Tu secuestradora murió, cariño. Todo estará bien”.

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