Capítulo 8.

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No podía ser cierto. Miku y Len. Saliendo. A mí me están grabando.
Desde que me desperté del hospital las cosas habían cambiado mucho. Hacía poco más de dos semanas que me habían dado el alta los médicos, pero me seguía encontrando mal. Muy mal. Mi cuerpo estaba débil, incluso había perdido mi voz melodiosa por la que entré a la escuela. Estaba tomando clases particulares con profesores de canto, pero no sentía ningún avance. Y, por si fuera poco, estaba el hecho de que mi "supuesta mejor amiga" estuviera saliendo con mi ex interés amoroso; eso sí que no ayudaba nada a mi bienestar físico y mental.

Llevaba desde entonces ignorando los mensajes de texto que me enviaba Len o las llamadas perdidas de Miku. Ni que decir tiene que había silenciado todas mis redes sociales, ¡no paraban de acosarme! Todos los días recibía emails, mensajes directos de Instagram o solicitudes de amistad en Facebook de gente que no conocía para nada, la mayoría de ellos periodistas. Al parecer, se había corrido rápidamente la voz y pululaba el rumor de que "una estudiante de bachillerato había sobrevivido a un ataque a mano armada contra el ladrón más buscado de todos los tiempos". Sinceramente, los medios de comunicación lo exageran todo. 

Por culpa de todo esto, sentía que me había quedado atrás. Sabía que Miku y Len, además de mi familia, lo habían estado pasando fatal por mí cuando estuve en coma. Incluso, a veces, llegaba a pensar que la culpa de todo lo que ocurrió fue cosa mía. Si no me hubiera querido hacer la heroína aquel día...

Cada noche, derramaba miles de lágrimas sobre la almohada. Hasta que, en uno de esos momentos de intimidad, mi madre decidió irrumpir en mi habitación para preguntarme si quería cenar. No os podéis imaginar el panorama que se encontró: pañuelos llenos de mocos por el suelo, la ropa tirada por todas partes, el escritorio hasta arriba de libros y yo llorando como una magdalena. 

— Rin, cielo. Sé que para ti todo ahora es diferente y sobre todo muy difícil. Llevo días viéndote mal, si tan solo me dijeras qué puedo hacer por ti... 

— Estoy bien, mamá, solo tengo un poco de ansiedad —mentí. 

 Por supuesto que estaba mal, solo que no quería involucrar a mi madre en mis problemas, ya tenía suficiente con los suyos. Me sentía tan culpable por el tema del mantenimiento de mi estancia en el hospital, todos los gastos que tuvo que cubrir mi madre ella sola. 

— ¿Por qué no vas a casa de Miku como en los viejos tiempos? Te ayudará hablar con ella. 

— ¿Y si no quiere verme? He estado ignorando sus llamadas desde hace días —sorbí un moco que me bajaba por la comisura del labio. 

— Puedes equivocarte y cometer mil errores, los humanos somos así, metemos la pata, pero para eso existe también el arrepentimiento, saber decir «lo siento» cuando uno debe hacerlo. Pero, cielo, escúchame, ¿sabes que es lo más triste de no hacer algo por cobardía? Que, con el paso del tiempo, cuando pienses en ello solo podrás pedirte perdón a ti misma por no haberte atrevido a ser valiente. Y reconciliarse con uno mismo a veces es más complicado que hacerlo con los demás. 

Me sequé las lágrimas, fundiéndome en un abrazo eterno con mi madre y me armé de valor. Mi madre llevaba razón, no podía pasarme el resto de mis días llorando en mi cama. 

Supongo que es lo que pasa cuando un mundo se para, no solo por algo así, también por una ruptura, por una enfermedad... Es como sentir que estás congelada mientras todo y todos se mueven. Y creo..., creo que cada uno de nosotros vivimos dentro de una burbuja, muy centrados en nuestras cosas, hasta que de pronto un día esa burbuja estalla y quieres gritar y te sientes solo y desprotegido. 

Miku y Len habían avanzado con sus vidas. Y yo debía hacer lo mismo.Así que aquí estoy. En la puerta de la casa de mi amiga. Temblorosa, toco al timbre. Escucho la voz de su padre al otro lado del fono. 

— Buenas tardes, ¿está Miku? 

Subo a su habitación, después de saludar a sus padres como es debido y responder a las preguntas típicas de cortesía sobre cómo me encuentro. 

Toco a su puerta y me pide que entre. La encuentro sentada en el escritorio estudiando con música lofi hip hop radio de fondo, como suele hacer, al menos eso no ha cambiado. 

— Veo que ahora estudias fuerte, ¿eh? —mi vista apunta a sus apuntes de filosofía. 

— Desde que estoy con Len estudio mucho más, no sé qué es lo que tiene que me hace ser... ¿Cómo decirlo? 

— OTRA. 

He intentado sonar todo lo borde posible pero Miku sigue con esa sonrisa de bobalicona en la cara. Se suponía que yo ya pasaba de Len, después de todo lo que me había hecho. Pero el hecho de salir con Miku, no sé por qué, me molesta en exceso. Mucho. ¿Acaso mi razón intentaba engañar a mi corazón? Recordaba cómo era enamorarse de alguien. Y he de admitir, que el sentimiento era muy parecido. 

— Oye, Rin, ¿qué ocurre? Te noto un tanto absorta en tus pensamientos. 

— Nada nada —miento con una sonrisa, últimamente se me da muy bien. 

— ¿Es por Len? 

Gracioso que sea ella quien me lo pregunte. Pero no gracioso de risa, gracioso de raro. 

Cómo pueden cambiar las cosas en tan poco tiempo. Literalmente hacía seis meses era yo la que se moría por salir con Len. Obviamente no iba a hablar de ello con su propia novia, así que lo único que puedo hacer es negarme a mí misma que no estoy interesada en nada que involucre que Len y a Miku. 

— Esta tarde voy a ir al cine con Len, ¿quieres venir? Puedo decirle que se lleve a algún amigo. Así no estás sola. No quiero que seas nuestra sujetavelas —mi amiga sonríe tierna y dulcemente, ¿quién era aquella y dónde estaba mi Miku? 

Me lo pienso dos veces antes de hablar, pero finalmente me decanto por dar un sí. No me vendría mal despejarme un poco de los estudios. Además, siempre he sido muy cinéfila y hace mucho que no veo ninguna película. 

— Entonces, a las 20:30 h en la plaza mayor. ¿Te parece? 

— Perfecto. 

— Ve elegante, al fin y al cabo, es una cita doble. 

Me despido de Miku con un eufórico abrazo, nada propio de mí. Bajo las escaleras de dos en dos, dando ligeros saltitos. Estoy feliz. 

Presiento que la tarde va a ser larga, pero, sobre todo, divertida. 

No puedo evitar sonreír. 

Sonrío de la forma más malévola que jamás haya podido mostrar mi rostro. 

¿Estropear la cita? No, eso no es propio de mí. ¿Hacerla a mi manera? Eso sí. 


CONTINUARÁ...

Te quiero como Cinderella quiere a RomeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora