Ahí estaba yo, sentada en una banca, con el joven que iluminaba mis ojos, el que sacaba mis mejores sonrisas y hacía mejores mis días sin darse cuenta. En ese momento no pensaba en nada, sencillamente estaba dedicándome a observarlo, a distinguir sus facciones, a enamorarme cada vez más de su bendita sencillez. Él hablaba y yo lo observaba, no podía evitar sonreír con cada disparate que se le ocurría, y él parecía estar satisfecho por hacerme feliz. Podía sentir la comodidad que nos rodeaba, era como si estuviéramos hechos exactamente para ese momento, solo la luna, él y yo. De pronto, noté como se acercó a mi, hablando despacio y suave, con su mirada bajando de mis ojos a mis labios, y de la manera más tierna, sus labios se posaron en los míos. Mis sueños de día y de noche se cumplieron. Él me besó.