Capítulo único

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Abrió los ojos

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Abrió los ojos. El dolor constante y punzante en sus manos llenas de llagas le recordaron la irremediable pesadilla en la que vivía.
--Ojalá nunca más despertara.-- se dijo con tristeza y haciendo un increíble esfuerzo se levantó de aquella cama dura que su "madre" le había dado. Su cuerpo crujió, en realidad no sólo sus manos eran las que dolían como el infierno, todo él era una masa lastimada y sangrante. 
La noche anterior había vuelto a casa diez minutos tarde. Diez minutos sólo por haberse quedado a admirar la luna llena. Pero "mamá" no aceptaba errores de ese tipo ni de ningún otro. Él lo sabía y por eso fue castigado brutalmente. 
Primero con latigazos en las manos después, conforme su odio creció, donde cayeran. Así había conseguido esos rasguños en la cara que protegió para que nadie en las calles viera su sufrimiento, o en la opinión de su madre, su vergüenza. Porque él lo era. Él era una desgracia para esa familia que se oponía a la magia.
Tras curar sus heridas lo mejor que pudo, bajó al comedor donde su hermana adoptiva Modesty cantaba esa canción sobre las brujas que le llenaba de terror. ¿Por qué hablaba de eliminarlas de formas tan terribles? 
No desayunó, prefirió salir a la calle y entregar aquellos estúpidos panfletos; al menos afuera el aire y las personas extrañas le daban una sensación de libertad. Nadie lo conocía, sólo era el chico raro que repartía volantes y en sus condiciones eso era lo mejor que podía lograr.

La semana pasó rápidamente. El dolor físico se había ido pero el del alma ese siempre estaba con él. Cada día le dolía más y más. 
--Ya saben que día es hoy.-- dijo su "madre" mientras desayunaban, silenciosamente él y el resto de niños que alimentaba y había adoptado, asintieron. 
Era viernes y eso significaba dos cosas. La primera era que repartirían volantes hasta después del ocaso, así que podría ver las estrellas sin temor a ser golpeado por retrasarse. Y la segunda cosa era la más importante. Cada semana la esperaba con ansias.
Se reuniría con Percival Graves, su amigo, su tutor. Era un hombre, el único de hecho, que le trataba con gentileza y le hablaba de cosas agradables. Cada que estaban juntos los minutos pasaban demasiado rápido.
Él conocía su tragedia y le había prometido ayudarlo a escapar, le daría esa ansiada libertad lejos de su "madre" adoptiva, lejos del dolor.
Con esmero Credence se arregló lo mejor que pudo. No sabía por qué pero quería que lo viera fuerte, impecable, alguien digno. Por suerte los arañazos de la correa del cinturón habían desaparecido de sus mejillas casi en su totalidad, quedaban pequeños cortes que podía habérselos hecho con una de las maderas viejas y astilladas de la casa, o eso le diría; y en el resto de su cuerpo sólo tenía moretones. 
A la hora de siempre salió a la calle, rutinariamente hizo su trabajo repartiendo volantes en silencio. Las horas pasaron demasiado rápido y cuando cayó en cuenta, el sol se estaba metiendo. Su corazón latió con mucha fuerza. Percival estaba en camino. 
Cuidando que nadie lo viera, especialmente su "madre", se deslizó cautelosamente al callejón a unas tres cuadras de donde estaba.
Esperó. 
--Credence.-- oír su nombre de aquellos labios lo hizo sobresaltarse a tal grado que casi se cayó de la caja de madera en la cual estaba sentado. Percival rió.
--Hola, señor Graves.-- saludó sin atreverse a mirarlo. Percival era un auror, alguien respetable y distinguido; a su lado él no era nada pero aún así disfrutaba esos momentos. Eran encuentros breves, charlas tranquilas y sobre todo, noticias sobre su próximo escape. Porque esa era la razón para verse.
Seis meses antes Percival lo había encontrado justamente en ese callejón, retorciéndose de dolor; lleno de golpes producto de un castigo sin sentido de su "madre" y por primera vez en su vida le escuchó decir a alguien que le ayudaría. A él. Al inicio estaba renuente pero el señor Graves le había seguido, buscado y convencido de que le contara la verdad de su situación. 
Sin saber por qué, le dijo todo un día en que otra paliza lo dejó inconsciente durante algunas horas. Estaba harto y alguien se ofrecía a ayudarlo. 
Tal vez se estaba volviendo loco pero en cuanto vió a ese hombre supo que lo protegería. Fue una conexión...mágica.
Pero la magia era algo horrendo y prohibido. Prefería no pensar en ello porque en su interior ya sabía que él la poseía, Percival se lo había explicado a detalle y prometió enseñarle a controlar sus poderes. 
--No me digas así. Te dije que me llames Percival.-- el autor le despeinó el cabello con dulzura, regresándolo al presente. Credence solo se agazapo en su banco improvisado, no estaba acostumbrado a esos tratos delicados. --¿Cómo has estado?--
--Bien.--
Percival se sentó a su lado. Credence podía sentir su mirada penetrante encima suyo pero no volteó a verlo, esos ojos le alteraban y ni qué decir de su voz. A veces temía ser anormal, más, por esas reacciones. Nada ni nadie se las hacía sentir como cuando estaba con él. 
--Te tengo buenas noticias.-- dijo Percival. El corazón de Credence dió un vuelco.
--¿Qué?-- preguntó.
--Casi está todo listo. Ya tengo un lugar donde esconderte por el momento y uno más muy muy lejos de aquí, será ahí donde iniciarás una nueva vida..--
--¡¿De verdad?!-- la ilusión llenaba cada centímetro de su alma. 
--De verdad.-- Percival sonrió ante la carita iluminada de aquel chico que le miraba devotamente y que, en su opinión, merecía ser libre. En aquellas mejillas vio pequeños cortes, no preguntaría porque ya sabía la respuesta, se limitó a sonreírle gentilmente y en un impulso acarició uno de los cortes, borrándondolo al instante.
Credence retrocedió visiblemente rojo. Percival cayó en cuenta de lo que había hecho. Ninguno dijo nada. Prefirieron dejarlo pasar, mandándolo al olvido.
El reloj de la plaza de la ciudad de repente sonó. --¿Qué hora es?-- lleno de pánico Credence preguntó. 
--Las ocho.--
--¡No!-- gritó. Debía haber estado en casa hacia veinte minutos. Salió corriendo inmediatamente, a sus espaldas escuchó la voz del señor Graves pedirle que esperara; que no se fuera, que huyeran de una vez pero el miedo lo hacía actuar, lo obligaba a volver a esa casa maldita.
Credence corrió con todas sus fuerzas hasta que entró a la vieja casona de madera, sus pulmones ardían por el esfuerzo físico y se detuvo en el marco de la puerta de la sala, jadeando.
--Llegas tarde.-- la voz de su "madre" le congeló la sangre en un milisegundo. --Dámelo.-- dijo. Él no se atrevió a alzar la cabeza, le estaba pidiendo su cinturón. Lo golpearía de nuevo. --Credence.-- 
--Madre...-- suplicó.
--No soy tu madre.-- 
Aquellas palabras terminaron de quebarlo. Ante el señor Graves podía fingir pero no ahí, no delante de esa señora cruel. Sin remedio subió las escaleras, siguiendo a su madre adoptiva al cuarto se quitó el cinturón y la mano ansiosa de la mujer lo tomó.
Credence se puso en posición. Cerró los ojos sintiendo ya las lágrimas salir. El primer golpe llegó y detrás de él un sinfín más. Perdió la cuenta después del veintavo. Lo único que pudo hacer fue tirarse al piso hecho un ovillo y cubrirse la cara. La hebilla golpeaba su cuerpo a diestra y siniestra, le dolía tan intensamente que no dudó en que se desmayaría. "--Señor Graves, ayúdeme.--" rogaba en su mente, la cabeza le daba vueltas y sentía caerse en un vacío. Cómo deseaba que ese hombre al que amaba viniera en su auxilio. "--Por favor, ayúdeme.--"  
Un estallido se escuchó en uno de los costados de la casa y miles de astillas de madera salieron disparadas por el aire. Credence sólo se abrazó a sí mismo, su "madre" gritó histéricamente y los gritos se reprodujeron en otras partes de la casa. "--Mis hermanas.--" pensó el chico moreno un tanto aturdido. Imploró al cielo que nada les pasara. 
--¡Credence!-- se oyó su nombre. --¡Credence!-- repitió la voz.
--¿Señor...Graves?-- murmuró. Doliéndose, se arrastró por el piso. Con cada movimiento sentía como si sus huesos se rompieran. 
Miró su casa. Lo que había sido una pared era ahora un enorme boquete y humo salía de él. --¡Credence!-- Percival estaba llamándolo a los gritos.
Fuego encendió el interior del chico, sacó fuerzas de donde pudo e intentó ponerse de pie pero sus piernas simplemente no respondieron. Aquel hombre estaba ahí para rescatarlo. Nunca creyó que su salvaje sueño se volviera realidad.
--Señor...señor Graves...-- estiró su mano en dirección a la puerta. El hombre de abrigo negro echó a correr hacia la parte superior de la casa, justo en su dirección. --Señor...Graves...-- murmuró Credence.
De la madre no había rastro por ningún lado, Percival subió los escalones saltando los escombros que él mismo había creado. --¡Credence!-- gritó desesperado. Saberlo indefenso lo llenaba de tristeza. ¿Cómo alguien podía hacerle tanto daño? Para él era especial. Poseía una magia pura y poderosa, sí; pero su valor residía en lo que sentía por él. 
Percival estaba enamorado de ese chico noble, tímido y sensible. Lo había visto antes en las calles pero fue hasta que le encontró herido en el callejón que su interés aumentó. Y ni qué decir de cuando supo que lo maltrataban. Quería ayudarlo. Pensaba en él todo el tiempo y antes de darse cuenta, ya tenía fuertes sentimientos hacia él, por eso lo había seguido, ya no quería que lo golpearan. No si podía evitarlo.
--Señor Graves...-- murmuró Credence aún moviendose hacia la puerta para salir y huir con ese hombre. Lo anhelaba tanto.
A sus espaldas, la madre se levantaba bastante conmocionada. Lo miró y ese odio que tanto sentía hacia él se apoderó nuevamente de su mente, tomó una de las astillas de madera y dando tumbos fue acercándose. Internamente lo maldecía, cómo anhelaba acabar con su miserable vida.
--Señor Graves...-- Credence volvió a susurrar, estaba cerca de la salida.
Pericial buscaba en una y otra habitación, necesitaba encontrarlo ya mismo. De pronto un grito de dolor irrumpió en el aire, provenia del último cuarto y corrió hacia él.
La imagen que encontró fue aterradora. En el suelo, lleno de sangre, Credence convulsionaba. Atrás de él, la madre le clavaba una gruesa astilla de madera en la espalda. --¡Expulso!-- gritó haciéndola volar por los aires, ésta se estrelló contra un muro y perdió el conocimiento.
Credence tosía sangre y jadeaba anunciando que la vida se le escapaba de las manos. Percival se arrodilló a su lado, lo tomó entre sus brazos y recitó una serie de hechizos para curar sus heridas más profundas. No deseaba perderlo. No podría.
Sus palabras hicieron poco efecto en aquel chico debilitado por años de malos tratos, afortunadamente la hemorragia producto de la astilla se redujo considerablemente. Comprendió que su magia había hecho cuanto podía y que dependía de Credence salvarse. Era un ser mágico después de todo así que confiaba en que su cuerpo resistiera.
--Credence...-- murmuró con el chico aún medio convulsionándose. --Credence, no te vayas.-- peinó los cabellos húmedos y ensangrentados a causa de una herida en la sien. --Quédate a mi lado.-- imploró.
El chico abrió los ojos para mirarlo. De la comisura de sus labios escurria un delgado hilo de sangre y Percival se lo limpió. --Se...señ...señor...--
--Shhh. No digas nada. Estoy aquí para salvarte.--
--Yo...--
--Credence...-- murmuró el hombre y le dio un suave beso en los labios. El chico se desvaneció víctima de su condición. Su cuerpo estaba más que debilitado.
--¡Hermano!-- una niña rubia entró corriendo a la habitación. --¡Qué le pasa!-- sus ojos azules se inundaron rápidamente.
--Hola.-- susurró Percival. --Estará bien.--
--Señor, ¿quien es usted? ¿Qué tiene él?--
--Ven aquí.-- la pequeña se acercó. --Soy amigo de tu hermano. Está muy grave...--
--¿Va a morir?--
--No. Pero tengo que llevármelo.--
--¿A dónde?--
--Muy lejos de aquí.--
--Pero...--
--Estará bien. Cuidaré de él. Sólo que...no podrá regresar nunca. Personas como tu madre lo buscarán e intentarán dañarlo. ¿Lo comprendes?-- la rubia asintió llorando amargamente. Entendía a la perfección lo que ese hombre le decía y aunque lo iba a extrañar horrores, sabía que era lo mejor para Credence.
--Prométame que lo cuidará.--
--Te lo juro.--
Percival se levantó del suelo con Credence en brazos. Miró a la niña, luego a la madre y antes de desaparecer susurró un "obliviate".

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