Se escapó en la noche, cuando nadie la veía. El pueblo de Iray estaba a treinta kilómetros, una distancia demasiado larga para ella, a quien el camino de su casa al mercado la dejaba exhausta y adolorida. Sabía que iba a ser difícil, mas estaba determinada a conseguir respuestas.
Tras dos días de caminata a paso lento bajo el sol, y tras dos noches de dormir a la intemperie, bajo la luz de la luna y las estrellas que la martirizaban con su presencia debido a los recuerdos que traían, llegó al poblado.
La gente de ese lugar no la reconoció. Atori era casi una adulta, de cabello corto y piel quemada. Nadie le habría creído si les decía que había sido la última de las diosas de las estrellas.
No sabía bien dónde buscar, así que decidió preguntar a la primera mujer que se había cruzado en su camino y que no se veía tan intimidante como el resto de la gente. Siendo que Iray había sido la única niña diosa de ese poblado, era imposible que nadie la conociera.
—¡Oh, Iray! Fue nuestro orgullo hace cuarenta años, todavía recuerdo cuando los ancianos la elevaron siendo una bebé, mostrándonosla a todos. Qué envidia nos dio a todas las niñas — le respondió.
—¿Y dónde vive ahora?
La mujer calló y lo pensó por un largo rato. No tenía idea. Iray había sido el centro de sus vidas mientras permanecía en el templo, pero después de que los dioses del cielo le arrebataran los astros de sus ojos, a nadie le había importado, pues ya se había convertido en otra simple mortal.
Atori no tuvo suerte con otras personas, todas levantaban los hombros y negaban con la cabeza cuando preguntaba dónde encontrarla.
Hasta que un viejo mendigo se le acercó tras escuchar cuando le preguntaba a un vendedor.
El encorvado anciano la hizo agacharse, para decirle cerca del oído, que Iray vivía en una cabaña. Le dio explicaciones sencillas para llegar y Atori se puso en marcha de inmediato.
Siguió un camino de tierra y tocó la puerta de la pequeña y pobre residencia.
—¿Qué es lo que quieres?
Detrás de ella apareció una mujer robusta, quien al parecer regresaba de cortar leña. Notando que debía tener la edad indicada y que se trataba de una mujer fuerte y normal, un rayo de esperanza la iluminó.
—¿Iray?
—No. ¿Qué buscas con ella? —la interrogó.
—¿Vive aquí? Quiero hablar con ella.
—¿Hablar con ella por qué? —Cada vez, la mujer la miraba con más sospecha.
—Es un asunto personal.
—Mi hermana no tiene asuntos personales. Vete. —La despachó haciéndola a un lado para entrar a su vivienda.
—Por favor, vengo de lejos, al menos pregúntele a ella si desea verme.
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Ojos de cielo
FantasyCada veinte años los dioses eligen a una niña para ser la diosa de las estrellas. Un regalo para los humanos, quienes la vestirán con joyas y alimentarán con frutas, la tendrán en un altar y le rendirán pleitesía... hasta que sea la hora de elegir o...