Los durmientes

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Mientras corrían por los pasillos de los dormitorios, convocando a gritos a todos los demás druidas, Lysenna rezó para que el plan funcionara, confiando ciegamente en lo que Syon le había contado. Y es que la estrella había dejado caer un poco del resplandeciente polvo por si la situación llegaba hasta aquel punto.

Era parte de su mismo centro y la ayudaría a purgar la corrupción sola en cuanto absorbiera la fuerza de la superluna. Pero antes tendrían que detener a Amhyra y necesitarían la ayuda de todos. Habían tenido que usar la magia solo para llegar hasta allí. El manto oscuro de la corrupción avanzaba lento pero eficaz, y ya se había cobrado a las primeras víctimas, tristes aprendices que se habían aventurado a curiosear. Sus cuerpos eran pasto para más corrupción y alimento para los demonios. Los torsos abiertos de par en par, sin rastro de órganos en ellos, eran la única prueba de que los relieves en el suelo eran personas. La sangre había creado una costra llamativa y el color rojo lucía casi inocente sobre la podredumbre.

La joven pareja agradeció la confianza existente entre los druidas. Pese a que al principio se negaron por la presencia de Syon y algunos hasta intentaron atacarlo, bastó ver el estado de su amado templo para que se calmaran, permitiéndoles explicar lo que ocurría. Después de todo, los druidas seguían a sus líderes sin dudar. Se unieron para combatir aquello que amenazaba lo que amaban de la única forma que sabían: con magia y cánticos de adoración a la diosa Luna.

Hechizos volaban por doquier en estallidos de luces cegadoras y las voces de los druidas se elevaban cada vez más alto. Cada quien cantando la canción que más le agradaba, la que más fuerza le infundía, y las notas crecían para unirse y componer la sinfonía más grande, como si fueran piezas que encajaban hasta formar una única y poderosa canción. El miedo los dominaba, apenas podían respirar aquel aire contaminado que les quemaba la garganta, y se vieron obligados a eliminar a los que fueron más débiles ante la tentación antes de que se convirtieran en más peones del enemigo. Sus voces eran desgarradoras, sucumbían poco a poco al peso de llevar sangre inocente en las manos. Si siguieron avanzando fue por la férrea voluntad de proteger aquello en lo que creían.

Sin embargo, cuando entraron en tropel en la central, ya era demasiado tarde. El Corazón Estrella se había ennegrecido casi por completo. El horror engulló sus voces, dejando lugar a gritos mudos.

Amhyra les sonrió, aunque no estaban seguros de que fuera ella. Su piel ahora era gris, algunas zonas estaban llenas de púas oscuras y sus ojos, antaño verdes, se habían vuelto carmesíes. De su espalda brotaban los esqueletos de unas alas horrendas.

—¿Qué es ella? —le preguntó Lysenna a su marido en su susurro—. Esto es más que corrupción. Lo que está haciendo con la magia de la estrella...

—No es un contagio, ya no sirve a los verdaderos dioses, sino a los falsos. Se ha convertido en una druida oscura, en una cazadora de almas —replicó él.

El lamento de las estrellas  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora