Conjuro

991 86 49
                                    

"Que las sombras del mal se posen en ti, que llegue la noche sobre tu cabeza, que el día de gran oscuridad cubra tu alma y que la muerte llegue inexorable sobre ti".

Con esas palabras maldije a mi hermano Hur, palabras que se convirtieron en realidad, matando a aquel ser que me había traicionado, liberando la parte más cruel de mi corazón.

Todo ocurrió aquella noche, la noche que debía ser de amor y paz. Mi hermano quería la primogenitura, primogenitura que me correspondía a mí y, para ello, planificó mi muerte y su posterior alzamiento al mayorazgo.

Yo lo descubrí de un modo inusual. Un hombre, un desconocido, me invitó a un bar, dijo que necesitaba hablar conmigo. Yo no entendí mucho, pero debo reconocer que muchos me buscaban por mi excelente posición social, nuestra familia era de las más poderosas de Escocia y mi padre era dueño de casi la mitad del pueblo. Si es que no más. El asunto es que, pensando que aquel hombre me buscaba por negocios, acepté su invitación. Buscó una mesa alejada de todos, que no eran muchos de todas maneras por ser día previo a Navidad, y esperó a que nos sirvieran los tragos.

―Tu hermano quiere lo que te corresponde ―dijo así, sin más.

―Él siempre ha querido mi herencia ―respondí de igual modo.

―Esta vez es diferente. Él está dispuesto a conseguirla.

―¿Y cómo lo podría hacer?

―Matándote ―respondió lacónico.

No hacían falta más explicaciones. Con esa sola palabra lo dijo todo.

―¿Él lo hará?

―No. Me envió a mí a hacerlo.

Ni un músculo de mi cara se movió. Quedé estático, no pude comprender en primera instancia lo que aquel hombre pretendía, ¡no me iba a matar delante de todos!

―Yo acepté, según me dijo hay mucho dinero de por medio y si estoy aquí es porque quiero saber si tú estás dispuesto a ofrecer más por salvar tu vida.

―¿Cuánto dinero le ofreció? Ninguno de los dos tiene acceso al dinero de papá por lo menos hasta la ceremonia de la progenitura... o su muerte.

―Bueno, primero lo mata a usted, y después a su papá, así él queda dueño absoluto de todo.

―¿Así de ambicioso es mi hermano que es capaz de matar a su propia familia por obtener sus bienes?

―Es más, si la hermana resultara muy cara de mantener, yo tendría un trabajito con ella.

―¿Cuánto?

―Medio millón.

―¡Eso es mucho dinero!

―Puede pagármelo en cuanto cobre su herencia, así lo acordamos con su hermano.

―Está bien. Deje el trabajo encargado por mi hermano. Yo le pagaré el próximo mes que es la ceremonia y donde me haré cargo de algunas de las empresas de mi padre. Pero él no puede saberlo.

―Claro que no, señor.

El hombre se levantó y salió del bar con la sonrisa pintada en la cara. En su lugar se sentó otro hombre, más lúgubre que el anterior, y me miró fijo a los ojos. Los suyos eran de un color extraño, entre escarlata y marrón.

―No tiene por qué pagarle a ese hombre. Ni a él ni a nadie.

―¿Quién es usted y qué quiere?

El hombre sonrió, pero no respondió.

―Contésteme ―insistí.

―A él, que venía a ofrecerle muerte, no le hizo pregunta alguna y a mí, que vengo con el afán de ayudarlo y ofrecerle vida eterna, me cuestiona.

ConjuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora